Opinión

Proteccionismo vs. globalización

Las cábalas sobre el estancamiento secular y el crecimiento económico mediocre concluyen en riesgos que se divisan y ensombrecen las perspectivas de crecimiento a largo plazo. De ahí las fundadas preocupaciones por las políticas de repliegue que entrañan un giro hacia el proteccionismo conducente, en mayor o menor grado, a una perjudicial guerra comercial. En el panorama se atisba paradójicamente a una China proclive a intensificar la globalización e internacionalización de la Economía frente a unos Estados Unidos reacios a ese proceso y que se escoran hacia el proteccionismo, por no decir aislacionismo. Esas pautas socavan las relaciones comerciales entre países, disminuyendo el comercio internacional y descendiendo los flujos transfronterizos de inversión. La contracción de la economía mundial, bajo esa atmósfera, sería una cruda realidad en el corto plazo empañando el nuevo orden conseguido gracias a la política económica internacional que ha favorecido el crecimiento de economías emergentes y en desarrollo.

El bloqueo comercial con medidas proteccionistas conlleva una desaceleración del comercio mundial, dando lugar a un proceso de desglobalización, creciendo por debajo de la economía mundial. La pregunta, a la vista de las tensiones que se palpan, es si a día de hoy toca techo el comercio mundial. Tras las ínfulas proteccionistas se encuentran las desigualdades en las economías avanzadas a causa de la disminución de las rentas del trabajo, cada vez con menos influencia en su contribución, y del avance y dispersión internacional de la tecnología. En las economías aposentadas, es decir, las avanzadas o calificadas como ricas, buena parte de lo que han sido las ganancias del crecimiento económico no son accesibles por parte de aquellas masas de población cuyos ingresos están en el segmento bajo.

En Estados Unidos y buena parte de Europa, incluyendo a Reino Unido, las capas menos favorecidas de la población son escépticas, bajo al actual statu quo, respecto a que las cosas mejoren y ven que no solo su situación empeora y va a menos sino que el futuro que espera a sus hijos se deteriora gravemente. El Brexit, primero, en Reino Unido y, después, la victoria de Donald Trump, junto con el impulso de los movimientos contestatarios en Europa que se reflejan en las urnas, demuestran el enfado de la ciudadanía. El proteccionismo en contra de la globalización económica adquiere cada vez más relevancia en nuestro entorno. La población norteamericana y la europea constatan que sus ingresos están estancados y que la clase media, motor del consumo privado y de la economía en cualquier país, se hunde. Se clama contra las deslocalizaciones o relocalizaciones, que cristalizan en empresas trasladándose hacia países emergentes. La reacción, entonces, debe ser la de reindustrializar tanto los Estados Unidos, como Trump proclama, y Europa, como los movimientos populistas reclaman. Ahora bien, la duda es si esa reivindicación se concretará en crear empleo de calidad, con salarios aceptables, combatiendo el crónico desempleo y empujando a la resurrección de una vigorosa clase media o, por el contrario, si la reindustrialización se canalizará primordialmente, como así será, invirtiendo en tecnología.

Para los ciudadanos occidentales que ven mermado su poder adquisitivo y menguados sus ingresos, que sufren en sus bolsillos los encarecimientos de los precios que estrechan su capacidad de consumo tras una corta etapa de precios bajos e índices de precios al consumo negativos, viéndose compelidos a imponerse unas medidas de austeridad nunca imaginadas, los males causados por culpa de la globalización se ven multiplicados al comprobar el auge de las nuevas tecnologías, la robotización, la inteligencia artificial, el Internet de las cosas… Añádase a ello la crisis de los refugiados en países con tasas de paro inaguantables. Las desigualdades de renta, riqueza y la falta de oportunidades se complican por ende como consecuencia de la aceleración de cambios tecnológicos y se percibe como un menoscabo ineludible la destrucción de empleos en segmentos laborales medios, esto es, administrativos, y bajos, mano de obra. El futuro, se piensa, se escribirá a base de inteligencia artificial y robótica. ¿Cuál será entonces el papel de la mano de obra humana?

Brotan así las frustraciones ciudadanas interrogándose si ese panorama grisáceo es culpa de la globalización y de las políticas aperturistas seguidas a lo largo de todos estos años. De este modo, se alimentan sentimientos proteccionistas y se extienden corrientes populistas, tanto desde la derecha como desde la izquierda, poniendo en jaque a las formaciones políticas tradicionales y al establishment que se ve forzado a hacer guiños a los populismos, algo impensable hasta hace poco tiempo. Muy distinta es la percepción que tienen los ciudadanos pobres en las economías emergentes al contemplar cómo el crecimiento económico constituye el salvoconducto para mejorar sus ingresos y su calidad de vida, promoviendo unas nuevas clases medias. Son estos países los que apoyan abiertamente el éxito del comercio internacional.