Opinión

Progresismo de la causita

Repasemos la secuencia de los hechos. Sánchez coloca a su amigo Serrano (que fue jefe de su gabinete cuando nadie conocía a Pedro) al frente de una empresa pública de dimensiones colosales como Correos. A pesar de la consabida incompetencia y acreditada nulidad del tal Serrano, advertida por los propios trabajadores de la corporación en la que fue celosamente enchufado, el presidente del desgobierno le regala una suculenta nómina de doscientos mil euros anuales a costa de un contribuyente al que cada día la administración socialista exprime un poco más. En menos de tres años, Serrano, en su complaciente mediocridad, arruina Correos dejando un pufo de más de mil doscientos millones de euros y ahora el Estado, por orden de quién le enchufó, o sea Sánchez, ordena transferir tres mil millones de euros de las arcas públicas para evitar su quiebra y desaparición. Por el camino, Correos firmó con Globalia, la empresa que acordó con Sánchez, por mediación de Begoña, ser rescatada con dinero público, un contrato por el que, si se obtenían beneficios, se repartían entre las partes, pero si incurrían en pérdidas, las asumía en su totalidad Correos. Un maestro de la negociación, el tal Serrano. Por si fuera poco, Sánchez premió la brillante gestión de amigo otorgándole la concesión de la empresa pública que cuida las autopistas españolas. Así actúa el socialismo.

Pero la industria de la mentira que representan las ideas socialistas no descansa ni con la demostración de su probada insolvencia intelectual, moral y política. Hay axiomas que se establecen en la mentalidad popular con la misma fuerza de un prejuicio secular o de una cita apócrifa. En el primer caso, existe uno, amplia y falsamente aceptado, por el que cualquier inmoralidad, delito y asunción de privilegios no puede ser progresista, aunque se haya hecho en nombre del progresismo y las peores barbaries contra la humanidad hayan llevado su firma. Porque ser progresista conlleva solidaridad, paz en el mundo y hambre desterrada. Los resultados dan igual porque aquí hemos venido a emborracharnos de propaganda y retórica del bien. Cuando uno crece y observa que progresismo es lo contrario a progreso, comprende la importancia de la etiqueta por la que determinados burócratas liberticidas, véase Pedro Sánchez, alcanzan el poder y pastorean ad nauseam a su abducido votante.

Sostiene mi amigo Girauta que la izquierda ha diseñado una industria de la solidaridad que le hace ser dispensada de cualquier responsabilidad sobre el destino de sus acciones, debido al origen bienintencionado de las mismas, un hecho que tiene más de propaganda falsaria que de bondad manifiesta. Si hay tres industrias sobre las que la izquierda ha edificado hoy su monopolio económico y moral son las del feminismo, el ecologismo y el humanismo. Con esta última utiliza a los inmigrantes como punta de lanza de un lucrativo negocio del que se benefician muchos sectores económicos y que ha hecho millonarias a las mafias y ONG que, además de ejercer de taxis marinos, tributan cada trayecto hacia tierra firme del migrante extraído al mar. Por su parte, los ecolojetas de toda corte y condición han diseñado un conglomerado millonario de intereses en torno al catastrofismo climático y la necesidad de instalar placas fotovoltaicas y paneles solares por todo el orbe. ¿Quién posee la propiedad del negocio? Millonarios progres vinculados a la izquierda, en Estados Unidos y Europa, y patrocinadores de la filosofía woke que está alterando el orden natural, lógico y biológico de la sociedad occidental. Si alguien está destruyendo el ecosistema, la naturaleza y el planeta en su conjunto son quienes más presumen de protegerlo de la acción humana. El ecologismo es, sin duda, la gran mentira del siglo XXI, pero también la más rentable.

Por último, la industria del feminismo. La izquierda clama por la defensa de la mujer y de las personas homosexuales, aliándose en su idea antioccidental e inquisidora con aquellas culturas que denigran a la mujer y lapidan homosexuales. Muy coherente. Crearon un claim sonoro que repetían cada ocho de marzo como eslogan de niñas pijo progres que juegan a la revolución con el dinero de papá y la plaza de funcionaria bajo el brazo. Pero como la realidad no entiende de jueguecitos florales ni retóricas baratas, nos evidencia que la mayoría de mujeres hoy no quieren llegar a casa borrachas y solas, sino seguras y vivas. Y si no lo hacen es por miedo a ese ejército de hombres migrantes, sacados a la fuerza de sus países de origen y soltados por las calles y barrios de España, cuya cultura patriarcal obliga a someter a la mujer. Pero eso a la izquierda le da igual porque el irreparable daño que están causando no les impide trincar como asociación, colectivo o lo que sea en defensa de una igualdad que ya existe y unos derechos que ya se poseen.

Allá donde exista un colectivo al que defender de no sabemos qué, habrá un presupuesto público, y junto a él, nóminas que pagar, estilo de vida que mantener e industria que sufragar. La industria de la causita no es sino la enésima excusa de la izquierda para no trabajar y vivir de lo que su extensa cara de acero inoxidable permite. Ni son solidarios, ni les preocupa el medio ambiente ni tampoco el destino de los inmigrantes. Son predicadores de un falso progreso que sólo se halla en sus cuentas corrientes.

Y si por casualidades del destino, esos progres de la causita no lograran medrar en ninguna de las industrias mencionadas, siempre tendrán a un socialista o comunista dispuesto a enchufarle en una empresa pública, que arruinará en nombre del bienestar que sólo los dirigentes zurdos disfrutan con extenuante hipocresía.