Pablo Iglesias acabará ciscándose en Pedro Sánchez
Lo de Pedro Sánchez no tiene nombre. En su vida sólo hay tres personas: él, él y él. Bueno, cuatro si contamos a Begoña, que por lo que dicen manda un huevo. Inducido o no, lo cierto es que su egoísmo es inversamente proporcional a su sentido de Estado. No diré a su talento porque desde luego talento ha demostrado tener un rato de talento… para la supervivencia. Nunca vi a nadie que con tan poco se mantuviera tanto en el machito. Nunca.
Lo que sí se puede concluir es que es el hombre récord. Batió todos los registros habidos y por haber el 20 de diciembre al lograr el peor resultado de la historia del Partido Socialista: 90 escaños. Ya en 2011 nos parecieron poco menos que un sacrilegio los 110 de Alfredo Pérez Rubalcaba. Entonces se armó el pollo padre pues dejaban como un triunfo sideral los 118 que se había metido entre pecho y espalda un jovencísimo Felipe González en las primeras elecciones democráticas en España tras 40 años de dictadura. Al sucesor del verdadero culpable de aquella debacle (que no era Alfredo sino José Luis) le costaría a la postre la Secretaría General tras los primeros comicios celebrados tras el 20-N de 2011. Las europeas fueron el punto y final de un Rubalcaba que fue tan excepcional número 2 como mediocre número 1.
Lo de Ciudadanos no pasó de ser una frivolité. Con 130 diputados no puedes ir ni a la esquina. Y, como quiera que el Comité Federal no se lo cargó a su debido momento, se envalentonó, se creyó el Willy Brandt o el Felipe González del siglo XXI y allá que se fue a las generales del 26 de junio. Nuevo gatillazo y nuevo récord. Esta vez se quedó a 25 asientos en la Cámara Baja de Rubalcator: 85 frente a 110. La primera vez, el 20 de diciembre, la culpa podía ser suya. Pero cuando después de ese bofetón lo dejas vivo y después de ese bofetón le permites que se pegue otro bofetón, y perdón por la cacofónica redundancia, la culpa ya no es de él sino de quienes le han dado barra libre.
Lo más heavy de todo es que tenemos Pedro Sánchez para rato. Bien porque consiga ser presidente del Gobierno, bien porque se presente a las elecciones generales del 18 de diciembre. Lo primero lo tiene ciertamente complicado. Pero va a forzar la máquina a todo lo que dé. Su rostro pálido no le impide negociar incluso con los independentistas vulnerando la resolución de diciembre del Comité Federal, que dejó meridianamente claro que están proscritos los pactos «con los que quieren romper España». Que tú me dices que me vaya, pues yo me quedo. Que tú me prohíbes llegar a acuerdos con ERC, CDC (ahora PDC) y PNV, pues yo allá que voy a intentarlo. Lo que resulta de aurora boreal, un crimen de lesa democracia, es que también esté hablando con el partido de ETA, Bildu. Eso no sólo vulnera el veredicto del máximo órgano entre congresos sino que repugna a cualquier persona con dos dedos de decencia y no digamos ya a las miles de víctimas de un terrorismo que dejó por el camino cerca de 900 muertos y no menos de 3.000 heridos de toda índole.
El Gobierno del cambio es una auténtica patraña. Para empezar, porque precisa del concurso de los independentistas de ERC y Convergència, amén del PNV. Sumados a los 71 de la extrema izquierda de Podemos representan 178. Salen las cuentas. Pero para llegar a Moncloa no vale todo. No vale pactar con los que quieren destrozar la unidad de España al contado ni con los que anhelan que la nación más antigua de Europa salte por los aires a plazos (Podemos y los 40 partidos que conforman ese guirigay). Sin olvidar que los de Iglesias son los tíos más desleales que vieron los tiempos. No sólo le chulearon exigiéndole todas las áreas sociales del Gobierno (Vicepresidencia, Defensa, Interior, Hacienda, Justicia, CNI y TVE) sino que ahora en Extremadura y Asturias tienen que aprobar los presupuestos con el apoyo pasivo ¡¡¡del PP!!! porque sus socios morados les ponen los cuernos día sí, día también.
Sánchez quiere emular al que tal vez es el peor antecedente en 137 años de historia del PSOE: Francisco Largo Caballero, que no dudó en meter en sus gobiernos de la Segunda República a todo aquél que odiaba España. Por sus gabinetes pasaron desde el nacionalista vasco Manuel de Irujo hasta esos bisabuelos de los podemitas que eran los cenetistas (Federica Montseny, García Oliver, Joan Peiró, etcétera), pasando por eximios dirigentes de ERC como Ayguader o Lluhí. Contra la derecha valía entonces todo y contra el centroderecha vale todo ahora.
No estaría de más que algún alma caritativa le imparta unas lecciones de historia a nuestro hombre en Ferraz y le relate pormenorizadamente cómo terminaron aquellos experimentos con champán, que diría Don Eugenio D’Ors. Se lo anticipo yo: como el rosario de la aurora y con un caos total en el bando republicano. Al final, mandaban los ultras de los ultras de los ultras. Es decir los ultras al cubo. Quemaban iglesias como el que come chicles compulsivamente y se asesinaba rivales políticos con la misma agilidad con la que un niño un poco espabilado mata moscas. Sobra decir que en el otro lado también acabaron tomando las riendas los más violentos. Resultado: los moderados, la gente razonable, la España sensata, la Tercera España, quedó fuera del sistema.
Las leyes de Murphy tienen tres grandes preceptos:
1.-Si hay alguna posibilidad de que las cosas salgan mal, saldrán mal.
2.-Si la tostada se cae, caerá siempre por el lado de la mantequilla.
3.-Sonríe, mañana será peor.
Pues bien, Pedro Sánchez Castejón tiene todos los boletos para que se le cumplan las tres. Es mejor que sonría a mandíbula batiente porque seguramente mañana las cosas serán mucho peor en Galicia y en el País Vasco. Y eso que no descarto que, al menos en las cuatro provincias gallegas, no haya sorpasso porque el PSOE es mucho PSOE. Sea como fuere, el bofetón será de escándalo para un partido que no hace ni cuatro años ostentaba la Lehendakaritza y hace menos de ocho ocupaba el Palacio de Rajoy (sí, así se llama la sede la Presidencia Autonómica) en Santiago.
El PSOE es mucho PSOE. Sí. El partido que en 1979 puso rumbo al cielo en su XXVIII Congreso, el de la renuncia al marxismo, el de la dimisión y posterior resurrección de Felipe, es duro, férreo, pétreo, pero no irrompible ni eterno. Y cuando venció fue cuando implementó su vocación mayoritaria, cuando abjuró del enanismo y el onanismo político y cuando miró al centro y comprobó que las elecciones se ganan tendiendo a ese punto en el cual reside la virtud. Ése fue el secreto del éxito de un Felipe que batió el récord inverso: 202 diputados en 1982. En lugar de mirarse al ombligo y pensar en lo bien que se debe vivir en Moncloa, lo que debería hacer el peor secretario general de la historia es un último gesto de respeto y de amor a unas siglas históricas que han hecho mucho por este país, especialmente tras la restauración de las libertades en 1977. Con los mismos se hace lo mismo. No lo olviden. A este paso Pedro Sánchez batirá un nuevo récord el 18-D. Eso en el caso de que no consiga salir elegido presidente y Begoña y él se muden a ese Palacio tan chulo y que él mira de reojo todas las mañanas cuando baja de Pozuelo camino a Ferraz. Porque si es presidente una cosa está clara: el PSOE explosionará o implosionará y Pablo Iglesias se revolverá en su tumba de La Almudena ciscándose en su enésimo sucesor. Me refiero, obviamente, al Pablo Iglesias tipógrafo, el bueno. No al venezolanoiraní, el malo.
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