Un militar sin agallas
No hay nada peor que la traición y la inconsciencia. Imagínense unidas. Un desastre mayúsculo. Pues ambas confluyen en el ex JEMAD Julio Rodríguez. Un militar “pacifista”, como él mismo se define. Es como decir que uno es a la vez del Madrid y antimadridista, imposible. Cuando alguien ama lo que hace y lo hace por vocación y elección propia jamás reniega de su esencia misma, ni renuncia a lo que es, ni a aquello en lo que ha creído —y por lo que ha cobrado— durante más de 40 años. Eso no es lo que hacen los caballeros, ni los buenos ciudadanos. Ofende con sus palabras no sólo a quienes dedican su vida —y se la juegan— a diario para velar por nuestra identidad – cumpliendo el mandato expreso del artículo 8.1 de la Constitución que encomienda a las Fuerzas Armadas la misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional- sino por extensión a todos los españoles. No es la primera vez que apela al espíritu “antimilitarista” que pretende desprestigiar la necesidad y eficacia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Afortunadamente ni estos lo reconocen ni él los representa. En el Ejército, como en la Política, hacen falta muchas agallas. Si se carece de ellas, mejor dedicarse a otra cosa en ambos casos.
Sus propósitos podrán ser muy sinceros, pero le faltan la fuerza moral y el honor para materializarlos. Por eso al ex JEMAD le provocan sarpullido los titulares que lo etiquetan como hombre de guerra y de la OTAN. Porque es un cobarde y se avergüenza. ¿Qué han hecho los suyos para cumplirlos? Reparto de carteras ad hoc, nombramiento de futuros ministros, confección de listas cremallera, designación de candidaturas a dedo, confluencias… Ellos que viven vidas ficticias y acomodadas, basadas en muertes reales. Precisamente las de quienes sirven a su país por encima de siglas y de posicionamientos ideológicos porque se deben a un Jefe del Estado que actúa con independencia del juego político y porque entienden lo absurdo y suicida que sería democratizar la cadena de mando. No hay nada más firme y sensato que pensar que una España fuerte necesita de principios sólidos, de convicciones sensatas y duraderas, pero también de quien la defienda.
Y España quiere que la defiendan. Con urgencia. Con contundencia. Lejos de la propaganda barata e insensata de quienes pretenden utilizarla para seguir esquilmando su dignidad a pasos agigantados y desmembrarla. España no se reduce a unas cuantas soflamas en campaña electoral ni a algunas propuestas políticas que no se interesan por ella, que no cumplen su función, donde se la insulta y se la maltrata continuamente sabiendo que está herida. Dicen ser el pueblo, cuando son en realidad una mala caricatura. Utilizan la demagogia para convertir su minoría en una mayoría que no lo es. Quieren reducir el discurso político a una batalla continua entre la tribu y el individuo, entre la masa y el ciudadano, que queda desdibujado. Y la fórmula les funciona porque la historia está manipulada y porque carecen de toda autoridad quienes obvian lo imprescindible de aplicar la ley sin contemplaciones a los que llegan a violentarla y vivir fuera de ella.
A todos los héroes anónimos, civiles y militares, que leéis sus declaraciones indignados y dedicáis vuestro día a día a la siempre difícil misión de garantizar nuestra seguridad pase lo que pase —aún cuando no trascienda a los medios de comunicación con la entidad y el impacto que merecerían vuestras hazañas— sabed que os estamos muy agradecidos, os admiramos y os necesitamos. No olvidéis que “el ejército no es en momentos culminantes para la vida de la patria un mero brazo, es su columna vertebral”.
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