Imponer sentido común y raciocinio para reconstruir España
Faltan unas pocas semanas para que los españoles voten. Las alternativas políticas se van configurando y quien más quien menos empieza a tener una idea más o menos clara, o no, sobre a qué formación votará. Probablemente, en esa intención de voto no solo interviene el programa de cada partido sino el protagonismo de sus líderes. La izquierda, algo revuelta, mantiene a sus máximos representantes, aunque algunos de ellos saltan de sus viejas naves para cambiar de barco. En la práctica, los discursos de unos y otros son similares. La derecha, por su parte, aparece como más definida, pero habrá que ver si es factible encajar piezas. El centro se presenta poco cubierto – si es que en realidad lo hay – y, según sea, es dable que se escore más a la derecha o, quién sabe, si hacia la izquierda.
Personalmente, uno, puede pasar olímpicamente de pugnas electorales y competencias políticas. Confianza en que unos u otros resuelvan los problemas que acucian a España, no tengo. Sin embargo, veo que el 28 de abril tiene todos los visos para ser una fecha clave porque se gesta un futuro político intrigante con nuestra suerte económica en juego. Y es acá donde la preocupación del ser escéptico se prodiga.
Porque España votará. por el lado de la izquierda, propuestas económicas concretadas en arremeter sin piedad contra nuestras empresas, que son la semilla económica del país y su motor, fustigando despiadadamente a los empresarios, sangrando a quienes con su esfuerzo salen adelante y obtienen unas rentas digamos que simplemente decorosas, subiendo impuestos y cotizaciones sociales hasta la extenuación y regando con dádivas a todo quisque a golpe de extracción tributaria sobre quienes suman en pro de España.
La izquierda apuesta fuertemente por políticas fiscales expansivas, con aumento a mansalva del gasto público, arrojando nuestras cuentas públicas a lo más profundo de los infiernos y precipitando a España al abismo de la bancarrota. ¡Qué viva la algarabía! Y tras la bulla, llegará la resaca y la amarga medicina que aplicar a una España en derrumbe…
La falta de responsabilidad financiera de la actual izquierda, la ligereza y frivolidad al abordar el gasto, las consecuencias tanto para nuestro déficit público como para la deuda pública de sus ínfulas populacheras y derrochonas, constituye un serio peligro para el futuro de España en varias claves: la fiscal, que se perdería por el sumidero de unas cañerías embozadas de boñiga deficitaria al punto de embozarse y empezar a inundar estancias propias y ajenas; la financiera, por cuanto la situación de España en lo tocante a sus guarismos públicos a la media o a la larga requeriría la intervención de organismos internacionales y España estaría condenada a sufrir las consecuencias y la penitencia que impondría la troika; la económica, en cuanto a la crisis que se cerniría sobre nuestro país y el ocaso empresarial en el que nos sumergiríamos con el agravante de que ante el páramo en que España se convertiría nuestros jóvenes con inquietudes tendrían que volar en busca de oportunidades allende nuestras fronteras al igual que profesionales y gente preparada. Un doloroso efecto migratorio empañaría terriblemente una España de sombras donde el sol apenas iluminaría nuestros ánimos.
Por el lado de la derecha política, se presenta, sobre el papel, otro credo económico, más liberal y reconfortante para las empresas y contribuyentes, en busca de la prosperidad, prometiendo revolución fiscal enmarcada en bajadas de impuestos qué, ojalá, se cumplan… Sin embargo, la oferta económica de la derecha, para ser consistente, ni mucho menos se ha de limitar a convertir España en un país cómodo y confortable para hacer negocios con capacidad de seducción para que acá radiquen empresas tanto nacionales como internacionales. Hay que cohesionar distintas propuestas de cariz económico y, sobre todo, imponer el sentido común y el raciocinio para reconstruir una España que gradualmente se deprime y pierde energía.
Tiempos, pues, de encrucijada, los actuales, plagados de vacilaciones económicas, para una España sin vacunar ante el virus de una nueva crisis y con la curva de tipos, los de interés, invertida, a modo de aviso para navegantes de que penetramos en zona de turbulencias…
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