Guardiola, ese espejo del independentismo
José Guardiola, sempiterno jugador del Barça y mítico entrenador adorado por los dioses del Olimpo futbolístico, representa mejor que nadie los valores eternos y trascendentales del separatismo catalán. Deleitándonos con su delicada prosa nos encontramos ante la incoherencia absoluta entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se presume que se siente. La más nítida contradicción entre la presuntuosidad pública y sus hechos reales, entre quien disfruta a cuerpo de rey de las prebendas y los derechos como español y a la vez abomina de las leyes y del cumplimiento de las mismas, mostrándose como representante de esa quimera irracional, fantasmagórica e ilegal “República de Catalunya”. Encantado estuvo, previo pago de su importe, de vestir en 47 ocasiones y durante cerca de 10 años la camiseta nacional, aquélla que lleva el escudo de una nación “opresora de la democracia y la libertad”.
Jamás elevó una crítica, un comentario, el más mínimo juicio. Encantado se mostró el “astro” de ser cómplice de quien roba y da pena pensar cuanto sufriría al representar con esa camiseta a una nación perseverante en el latrocinio. Cuantas veces apretaría la mano de Puyol padrone, ejemplo de estoicismo y resignación. Qué dignidad tan elevada la de quien osa recibir la Medalla de Oro al mérito deportivo por quien sojuzga y pisotea hasta el ahogo los “derechos de un pueblo” y qué congruencia la de quien admite desde una bastarda, mezquina y mercenaria moral, el aplastamiento de los derechos humanos por parte del Estado que le dio de comer, España, mientras se sonríe hipócritamente. Esa sonrisa tan plena de quien estuvo agasajado en Qatar, pequeño emirato del golfo Pérsico, con la sharia como fuente de derecho, que criminaliza la homosexualidad y tiene pena de muerte y que para el “místico” Pep representa un país “abierto” y “occidental”.
Qué poco regurgitó Don José cuando, entrenando al Bayern de Munich, el Tribunal Constitucional de Alemania prohibió, so pena de cárcel, un referéndum secesionista en Baviera por ser contrario a la Constitución germana. Qué fácil es hablar siendo rico. Qué asequible resulta alentar a las masas y destruir como la carcoma una sociedad mientras la “hermanísima” del Sr. Guardiola, Dña. Francesca Guardiola, fue embajadora catalana en Copenhague tras dejar su cargo de directora de Relaciones Exteriores de la Generalidad, cobrando por ello más de 80.000 euros como pago por el “heroico” desempeño laboral de vender la separación de España de una parte esencial de su territorio. Son las contradicciones de Guardiola, de esa “leyenda del balón”. Es la paradoja y el absurdo del “niño bien” que soporta la terrible carga del nacionalismo. Don José Guardiola i Sala es la más clara metáfora de un secesionismo ventajista y sobre todo cobarde.
Es el mejor espejo de una repugnante hipocresía que no solo afrenta al estado dadivoso, sino que abandona como cobarde mercenario a los suyos. Les deja abandonados, sedientos, sin rumbo. Es la hipocresía que refleja el rasgo de identidad que tradicionalmente define el nacionalismo catalán, cuyo soporte histórico se sustenta en desmontables falsos mitos históricos que comercializan a cambo de un fajo de “billetes de Judas” para una vez recibidos, volver a cubrirse con la estelada y encender al rebaño contra quien, reitero, te da de comer. Qué falsedad, hipocresía y cobardía. Qué bien queda ir de digno y de prudente. Para quien se considera una leyenda, qué final más deshonroso y triste el de un presunto “embajador moral” de una Cataluña independiente. Pep, como dijo Syd Barret, músico, compositor y pintor inglés: «Mira en tus sueños y verás absurda la supuesta vida que supones que es realidad».
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