Gregorio Ordóñez
Esta semana se cumplen 25 años del asesinato de Gregorio Ordóñez. Estamos viviendo un proceso revolucionario de deslegitimación de una parte de nuestra clase política, una estrategia de criminalización diseñada para sepultar la transición española y alumbrar un régimen incierto de confrontación y rencor. En estos tiempos en los que lo políticamente correcto implica la demolición de los consensos constitucionales y la demonización de aquellos que contribuyeron a la consolidación de la democracia en España, me gustaría rendir un homenaje a uno de los políticos que más he admirado, Gregorio Ordóñez. El asesinato de Ordóñez fue un magnicidio que cambió la Historia del País Vasco y, en consecuencia, de España. Ésa es la verdad.
“Gregorio estamos hasta los cojones de ti. Una sola declaración más tuya y tu familia corre el riesgo de morir. Estamos hasta los cojones de ti. Fuera de Euskadi, cabrón”. Las amenazas de los terroristas no hicieron mella en Ordoñez. “Goyo” –como le llamaban los suyos- era un político honesto, de esa clase de honestidad que no se imposta ni se ensaya en cursos de management, inmune a las censuras, que no sucumbe a las consignas, que hace trizas a los urdidores de falsas telegenias, que no teme a las hemerotecas, que se eleva sobre el ruido, que vence al miedo, que es el arte de la conciencia, que empatiza con la gente y concilia en valores. Era sencillo, contundente, tenía un gran olfato social, hábil políticamente, era un vasco que amaba su tierra. Y le mataron. Nadie puede saber cómo hubiese madurado su pensamiento durante este tiempo, pero creo honradamente que no sería un pintor de brocha gorda. Su verbo era llano, pero su instinto natural le dotó de muchos matices.
Cuando en el año 1983 se afilió a Alianza Popular conocía muy bien el alcance de su sacrificio. Ese año, la banda terrorista ETA asesinó a 43 inocentes. Formaba parte de una “casta” de héroes que entregaron su vida por defender nuestra democracia, de una “casta” de valientes que se enfrentaron al miedo con la noble aspiración de obtener algún escaño suelto o una concejalía, no para financiarse una vida de lujo en Galapagar, sino para plantar cara a los asesinos que les apuntaban. Hubiese sido alcalde de San Sebastián y lendakari después, no me cabe la menor duda. Era periodista, licenciado por la Universidad de Navarra, aunque ejerció poco tiempo. No obstante, gracias a su obstinación logró sentarse frente al entonces obispo de San Sebastián, José María Setién, y formularle la única pregunta que merecía escuchar: “¿Cree usted en Dios?”. Fue la única y la última pregunta de una breve entrevista, Monseñor le echó de la habitación. Gregorio Ordoñez, en la memoria.
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