Un gran Rey, una gran Nación
La imagen de la princesa Leonor comentando con su padre Felipe VI momentos del desfile que cerraba los actos de celebración de la Fiesta Nacional es la estampa de la normalidad. El rostro de admiración de su madre, la Reina Letizia, ante las preguntas de la heredera muestra el sosiego y la tranquilidad de una familia que ya no está en el centro del huracán mediático y afronta un futuro que ahora más que nunca parece despejado.
El trabajo del Rey para sacar del cenagal en el que se había hundido la Familia Real española ha sido encomiable. El escándalo del caso Urdangarin y los últimos y polémicos coletazos del reinado del Rey Juan Carlos convirtieron la sucesión en una herencia envenenada. El carisma del monarca y las decisiones tomadas en los dos primeros años de su reinado, algunas de ellas muy difíciles, han terminado por relanzar la imagen de un Rey joven, moderno, respetado y preparado para solventar en los próximos años los difíciles desafíos ante los que se encuentra España.
El reto de encauzar el diálogo entre aquellos que quieren romper España por los cuatro costados será el papel clave de su reinado. Ya ha dejado claro en numerosas ocasiones que los españoles deben mirar hacia el futuro, dejar de lado los rencores pasados y unir voluntades para hacer de España una nación próspera en la que la convivencia no sea un arma arrojadiza.
Lejos de enorgullecernos por los logros que entre todos los españoles hemos forjado durante siglos, permitimos que las voces de unos pocos que quieren tirar por tierra uno de los momentos más importantes de la historia de la humanidad resuenen con más fuerza. El español se minusvalora. Otras naciones celebran orgullosas gestas abominables y de mucho menor calado para la historia del ser humano. Bien quisieran ingleses o franceses poder presumir de haber descubierto América. Y nadie recuerda, por ejemplo, a la pérfida Albión las matanzas de los aborígenes australianos o los millones de esclavos africanos con los que traficaron durante siglos.
P.D. Los machacones intentos de Pablo Iglesias por desprestigiar la Fiesta Nacional del 12 de octubre no han servido para nada. Su ausencia en el Paseo del Prado y en la posterior recepción en el Palacio Real, lejos de ser noticia, ha quedado relegada a simple anécdota. Y así debe ser para quien reniega de la bandera española y desprecia a la Casa Real. Además, se ha convertido en un pelmazo.
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