Opinión

Feijóo y el socialismo templado

El socialista templado es uno de los oxímoron más perfectos y trabajados que la comunicación política ha dado. Trata de identificar una doctrina con una virtud, la templanza, característica de toda persona mesurada, calmada y con capacidad para gestionar momentos complejos y de gran responsabilidad. Se atribuye al buen líder dicha virtud, esencial en la toma de decisiones y en la resolución de situaciones conflictivas o problemáticas, sea en una organización pública como en una corporación privada. Pero al igual que nos gustan las construcciones sintácticas resonantes y el ojo abraza el texto literario cuando lee «oscura luminosidad» o «alegre pesimismo», apenas percibe la contradicción de los términos porque asume el juego del lenguaje y la licencia del autor. Pero en política, los mensajes significan algo y las palabras lo determinan todo.

Cuando escuchamos a Feijóo apelar, con la constancia de un carpintero canadiense, al socialismo templado, uno recuerda a Reagan, ahora que se cumple el trigésimo quinto aniversario de la caída del muro de Berlín, quien fue artífice, junto a Thatcher y San Juan Pablo II, en la lucha -y derribo- contra la metástasis del socialismo, su deriva más totalitaria y asesina, el comunismo. Reagan tuvo claro siempre quién estaba enfrente y cómo el lenguaje definía una manera de entender el mundo, con la claridad de quien se ponía las gafas correctas para ver a través de la ventana adecuada. Enfrentó al socialismo con la convicción del creyente y la sonrisa del actor. Construyó frases inmortales en momentos memorables y eternos, derribó la cobardía y los complejos mientras caía el muro que subrayó el fracaso del socialismo como forma, proyecto y poder. Su tear down this wall pasará a los anales de la historia como ejemplo de firmeza política, convicción y fe ideológicas y determinación retórica.

Todo eso, debería estar en el discurso de Feijóo, pero no lo está. Buscar a quien nunca te va a votar es una invitación al suicidio ideológico y electoral. El imperio del mal no sólo es un acertado diagnóstico reaganiano sobre el totalitarismo soviético, era un legado a la posteridad sobre qué significan las ideas socialistas y cómo construían y limitaban la creación humana hasta eliminar por completo su existencia. Si combates el impuesto de solidaridad llamándolo “solidaridad” -y no robo miserable al ciudadano- no sólo aceptas su marco lingüístico, sino que quedas atrapado en su retórica venenosa para siempre.

También cabe la posibilidad de que en Génova se busque sustituir lo que está a punto de derrumbarse, y erigirse, ciento cuarenta años después de felonías, saqueos y traiciones a España, en una alternancia de colores, pero no de sabores, edificando una especie de PSOE bueno, si tal quimera alcanza algún día estatus de realidad. Si esa es la idea, han empezado bien, otorgando escaños propios a mentalidades socialdemócratas que pululan por los partidos como gorriones enloquecidos por el gorjeo: esperando su cuota de alpiste. Pero no crean que el quintacolumnismo socialista que anida en parte de la derecha política aguantará la paciencia del ciudadano, ni siquiera como urgencia electoral. Hay principios que no admiten la diplomacia de conveniencia ni la apelación a la institucionalidad cuando las instituciones han sino dinamitadas por tu adversario político y supuesto enemigo ideológico.

La historia insiste, pesada, en la imposibilidad del socialismo templado, ergo, debemos concluir que Feijóo persigue un imposible metafísico y manifiesto. Porque nadie tiene más cadáveres, físicos y morales, en sus armarios, que la izquierda, ni posee más razones intrínsecas para agachar la cabeza por representar a quienes construyen muros para que sus ciudadanos no salgan del país ni circulen libremente por sus calles. Por eso, evidencian cada día su querencia por el control diciendo a los demás cómo tienen que vivir. Los que construyen trincheras de odio y negocio se han autoimpuesto la capacidad de decir a quienes edifican puentes de libertad, qué está bien y que está mal. El espacio liberal-conservador no necesita apelaciones al socialista moderado o templado, porque moral, ética y estéticamente, representa una superioridad que es la que ha traído a la humanidad los mayores avances sociales, económicos y personales jamás vistos. Si algo nos dejó escrito Reagan en su mandato es que al mal hay que hacerle frente con la claridad que el poder te ha otorgado. Y que la templanza es una virtud que el mal no contempla, ni el socialismo advierte.