Opinión

España: nueva Lampedusa y Lesbos para los refugiados

Ha transcurrido apenas una semana de la desbandada de Kabul, y lo sucedido y sus previsibles consecuencias para la geopolítica global, van definiendo y confirmando con más precisión los contornos de su gravedad. Ante la reacción producida a nivel mundial y doméstico, que ha provocado una drástica caída de la popularidad del presidente Biden, éste ha comparecido en varias ocasiones con explicaciones que, en lugar de tranquilizar, incrementan la preocupación. Aplicando su misma lógica para esclarecer la desbandada de Afganistán, Europa hubiera quedado atrapada en las garras de Hitler. De hecho, fue tras el bombardeo japonés de Pearl Harbour, transcurridos más de dos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Roosevelt declaró la guerra al eje, entrando los EEUU en la contienda.

Hace veinte años, tras el 11-S, la operación ‘Libertad duradera’ fue la respuesta a la agresión del terrorismo talibán con base en Afganistán. Hoy vemos que para Biden esa libertad tiene fecha de caducidad, preguntando retóricamente a los estadounidenses «si quieren que sus hijos mueran en Afganistán».

Con la reconquista del poder por los talibanes, son los «valores occidentales» los derrotados, sin discusión. Bien es cierto que cabría preguntarse cuáles son esos valores en la actualidad, porque además de la libertad —de duración limitada—, los objetivos políticos actuales de las democracias occidentales —feminismo, ideología LGTBI, aborto y eutanasia— no parecen ser tampoco objetivos compartidos por los nuevos líderes del mundo emergente en la zona: China, Rusia, Pakistán e Irán que, por cierto, no son democracias tal y como las entiende Occidente. Si no existe la voluntad firme de defender los valores que fundamentan la democracia, ésta no pervive ante sus enemigos, convirtiéndose en un régimen político de baja calidad.

Los auténticos derechos humanos y la libertad son, sin duda, los grandes derrotados en el escenario geopolítico que se abre, con una OTAN defendiendo el cambio climático, unos EEUU sin voluntad de garantizar la defensa europea, y una UE que pone a Sánchez como «ejemplo del alma de la mejor Europa».

Esto también da idea de dónde nos encontramos. Convertir a España en el país europeo que acoge a los refugiados afganos, parece que ha sido el precio a pagar para que Úrsula y Michel vinieran a Madrid a aplaudir a Sánchez y Biden le descolgara el teléfono. De hecho, EEUU ha pasado en 24 horas de ignorar a España en un listado de 26 países a los que reconocía públicamente su colaboración en la desbandada de Kabul, a que su presidente llamara a Sánchez para agradecerle su colaboración, añadiendo las bases de utilización conjunta de Morón y Rota a la Torrejón.

Es evidente que Occidente tiene el deber moral de acoger a los refugiados afganos, tanto a los que colaboraron en la operación ‘Libertad duradera’, como a los que huyen del horror talibán. Sentada esta premisa, la opinión pública española tiene derecho a conocer los motivos y contraprestaciones de esa importante decisión. ¿Por qué España se ha convertido en el Lesbos y Lampedusa de la oleada de refugiados que se anuncia? No hay razones geográficas que lo respalden, dada nuestra situación periférica en la UE. Tampoco hemos sido el único Estado ni el de mayor presencia durante esa operación en Afganistán. De igual modo, no tenemos constancia de que se haya realizado un Consejo europeo, presencial o telemático, en el que se hayan sentado las bases de lo que debe ser un programa de distribución de los refugiados entre los diferentes Estados miembros. Mientras los venezolanos opositores a Maduro están en un limbo legal esperando se les reconozca como refugiados políticos, todos los afganos que huyen de los talibanes hacia Europa van a venir a España, con el peligro añadido de la infiltración de yihadistas que comporta. Esperemos que los miles de españoles obligados a cerrar sus empresas por la pandemia, sean los siguientes en ser acogidos por Sánchez como refugiados ‘económicos’. En Torrejón, Rota, Morón o en el Aquarius.

Mientras no se explique el alcance de tal decisión, no sería tanto una «operación humanitaria de la mejor alma de Europa», cuanto una operación de marketing al servicio  del interés personal y político de Sánchez. En un momento así, sólo las Fuerzas Armadas merecen nuestra gratitud y reconocimiento por su labor.