Esas obispas que excitan a los políticos
¿Por qué no me sorprende que Esteban González Pons le dedique tantas loas a la obispa que abroncó a Trump en la catedral episcopaliana de Washington? El hecho sucedió durante el servicio del acto de la toma de posesión del nuevo presidente. Mariann Budde, que así se llama la religiosa, conocedora de sus planes de deportar a los inmigrantes ilegales, se refirió a ellos exclamando que «recogen los cultivos, limpian los edificios de oficinas, lavan los platos después de que comemos en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales».
«Puede que no sean ciudadanos ni tengan la documentación adecuada -dijo-, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes». A este alarde de santurrona palabrería de la obispa se le llama ahora kitsch político. Para Triarchypress, «es una forma de propaganda diseñada para dar forma a la dirección de las políticas públicas».
El kitsch político, que se basa en el término kitsch tal como se utiliza en el mundo del arte para referirse al que utiliza la sensiblería de los objetos vulgares, está diseñado para provocar sentimientos automáticos fácilmente compartibles. Es anti intelectual, pero explota con eficacia los mitos culturales y manipula fácilmente lo que es complejo y conflictivo. Tiende a hacer un uso simplón del simbolismo, a reforzar mitologías y a explotar realidades políticas muchas veces fabricadas.
Se usa tanto a la izquierda como a la derecha, y los políticos populistas y demagógicos, desde Perón hasta Berlusconi, desde Chávez hasta Sánchez, tienden a utilizarlo para ganarse los corazones de los votantes. Aunque en el caso de la episcopaliana es pura izquierda woke. Sin confusión.
Hace años en Cataluña la hubiéramos calificado como kumbi, de kumbayá, una expresión que apela al talante, la música, etc., característicos de ciertos ambientes escoltes, excursionistas, ecologistas o progresistas catalanes. Ahora su carga política es mucho más importante, pues tiene capacidad para influir en la toma de decisiones y en las leyes.
Sobre el colectivo LGTBIQ+ le pidió Mariann Budde al presidente de Estados Unidos que tuviera «piedad» con esas personas que ahora «están asustadas». Y lo resumió así: «En nombre de nuestro dios, le pido que tenga misericordia de la gente de nuestro país que ahora está asustada. Hay niños homosexuales, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas».
Sí, ese hiperbólico kitsch político es dominante en nuestra cultura. No es racional ni reflexivo, porque un kitsch político por definición nunca lo es. Es más bien, como todos los kitsch, una colección confusa de resonancias emocionales que se refuerzan mutuamente y cuyo poder deriva del hecho de que une a las personas en una agitación compartida. Esa poderosa sensación de sentimiento unificado impulsa determinados movimientos sociales hacia adelante. En este caso, esos movimientos sociales caen bajo los epígrafes de multiculturalismo progresista y políticas identitarias.
¿Eso quieren en el PP? Hay gente en ese partido que es realmente trans. Políticos con un badge que pone PP, pero que por dentro se sienten del PSOE. Están presos de un carnet equivocado. El artículo del vicepresidente tercero del Parlamento Europeo, publicado bajo el título de Una obispa así quiero yo, podría ser suscrito, no sólo por los sanchistas, sino por cualquiera a su izquierda. ¿Quién de ellos no se estremecería ante su afirmación de que la obispa «ha sido la única» que ha alzado la voz ante la investidura del nuevo presidente de Estados Unidos siendo capaz de «decirle la verdad a la cara»? Kitsh político izquierdista de las Iones, Yolandas, Irenes y caballeros de la Tabla de la Conciencia Social como Urtasun. ¡Incluso simpatizarían con el deseo expresado en el mismo artículo de que la Iglesia Católica ordene a las mujeres!
Quizá es que el PP está buscando invadir un centro izquierda que el PSOE ha dejado libre. Pero ya se sabe que, como dijo un político americano en una frase en las antípodas de lo kitsch, «en el centro del camino sólo hay una línea amarilla y un armadillo muerto». ¿Obispas así? No, gracias.
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