¡Dejad de meter vuestras sucias manos en la economía!
El Gobierno de Sánchez y sus socios independentistas enturbian el libre funcionamiento del mercado
Aquel año aciago de 2017, en la efervescencia del llamado Procés -cuando Sánchez era un simple diputado del Congreso- el máximo responsable de La Caixa, Isidro Fainé, telefoneó al entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, para implorarle con urgencia una vía de escape de Cataluña ante el delirio independentista. Su petición fue atendida y dio lugar al mayor éxodo de la historia económica, hasta el punto de que casi nueve mil empresas han trasladado su residencia desde entonces gracias al procedimiento expeditivo aprobado por el Gobierno de Rajoy.
El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, cree con acierto que no volverán, dado el clima político que se vive en aquella autonomía, y que es dudoso que vaya a mejorar tras las elecciones del domingo, invadidas por la incertidumbre y en todo caso abocadas a no despejar el clima de inseguridad jurídica, altos impuestos y falta de incentivos que busca todo proyecto empresarial para prosperar de manera estable y sostenida. En éstas, ha sucedido un nuevo episodio del atavismo que tiene atrapado este país desde tiempo inmemorial: la opa hostil lanzada por BBVA sobre Sabadell ha resucitado las inclinaciones torcidas de los políticos de la época.
Cuando Sabadell rechazó la semana pasada la oferta amistosa de fusión de BBVA, el prófugo turbio Carles Puigdemont, de quien depende el sostén de Sánchez en la Moncloa, se mostró muy satisfecho, pues «todas las empresas autóctonas deben obediencia al proyecto nacional», y ahora que el envite se ha convertido en hostil, en una suerte de órdago, ha salido a la palestra aduciendo que «tiene que ser contestada con toda la fuerza, todo el derecho y toda la razón, porque hace tiempo que hay una estrategia -no se sabe dictada por quién- para liquidar la actividad bancaria catalana y así perjudicar a los usuarios y al país». Siempre ese país….que no consigue salir del cubo de la basura.
Pero no sólo son estos catalanes atacados por el delirium los que están determinados a meter sus sucias manos sobre el funcionamiento ordinario y fructífero de la actividad económica. También el Gobierno de la nación, presidido por el inefable Sánchez. La semana pasada, el ministro para todo, Félix Bolaños, bendijo la oferta amistosa de fusión por absorción del Sabadell «porque es bueno que España cuente con empresas punteras, capaces de ser líderes en Europa y en el conjunto del mundo», señal inequívoca de que el señor Torres, que preside BBVA, había compartido previamente la operación con la Moncloa.
‘La donna è mobile’, sin embargo. Todo ha cambiado en pocas horas. Una vez que la operación ha mutado en hostil, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, ha afirmado que la guerra declarada, que es consustancial al libre mercado, y que suele desembocar normalmente en resultados positivos para los consumidores, «puede ser lesiva desde el punto de vista de la cohesión territorial y de la atención a los ciudadanos», mostrando así la disposición del Gobierno a levantar todos los obstáculo oportunos para su fracaso. Quizá el señor Torres no ha tenido suficientemente en cuenta las distorsiones que una decisión meramente empresarial para fortalecer legítimamente a una compañía pueden causar a un Gobierno tan frágil como el de Sánchez, acuciado para hacer cada día un encaje de bolillos.
De hecho, el candidato socialista a presidir la Generalitat, Salvador Illa -nefasto ministro de Sanidad durante aquel confinamiento inconstitucional origen de múltiples corruptelas- tampoco ve bien el acoso bélico al Banco Sabadell, aunque con esta frase impropia de un político que albergue un mínimo de sentido común y un cierto aprecio por la libertad: «Cataluña dice no a esta opa». No es que lo diga él, que estaría por supuesto en su derecho, sino «Cataluña», la misma que los independentistas continuarán desangrando en el futuro impidiendo de por vida que una sola de las empresas que la abandonaron por temor a la cuenta de resultados e incluso el patrimonio personal de sus ejecutivos, regrese a la patria chica.
La relación del Gobierno progresista de Sánchez con el mundo de los negocios, complicando hasta extremos inauditos su vida diaria, ha sido siempre lo más parecido a un calvario. Y toda ella se ha producido utilizando como títeres a quienes supuestamente se habían incorporado al Ejecutivo precedidos de atesorar solvencia técnica, experiencia económica y reputación probada. Me refiero en particular a Nadia Calviño y a José Luis Escrivá. Los dos fueron fichados para dar una pátina de respetabilidad a un equipo que ensuciaba Pablo Iglesias, pero se han revelado como un completo fiasco.
Escrivá ha empeñado al Tesoro público con más endeudamiento al aceptar las decisiones del jefe para implantar el ingreso mínimo vital y sobre todo enriquecer a los pensionistas, castigando impúdicamente a los empresarios con impuestos confiscatorios y una subida asfixiante de las cotizaciones sociales. Calviño tragó en su momento con una reforma laboral que detestaba tanto como a su impulsora Yolanda Díaz, se plegó a las órdenes del mandarían de la Moncloa para establecer un tributo extraordinario sobre la banca y las eléctricas, y persiguió lo que pudo a Rafael del Pino, el ejecutivo español con más agallas del país, por decidir empaquetar Ferrovial con destino a climas más favorables para despejar su horizonte, cotizar con pleno derecho en Wall Street y sacudirse la ponzoña y el hedor a marxismo rancio con el que Zapatero y Sánchez han contaminado a la opinión pública.
Cualquier expectativa de contención, digamos técnico, de un Ejecutivo presidido por un psicópata hace mucho tiempo que se ha disipado. La inteligencia mostrada por Sánchez en la selección de personal ha quedado fuera de toda duda. Calviño, a imagen y semejanza de su padre legendario -primer director de la televisión pública con Felipe González- es una sectaria. Escrivá, que ha salido de malos modos de todas las entidades públicas y privadas en las que ha estado, también. Y Carlos Cuerpo, el sustituto recomendado por Calviño para rellenar su hueco ya ha mostrado varias veces que será un digno heredero.
Parece dispuesto a convertirse en el ariete contra la opa hostil de BBVA sobre el Sabadell, y ha llegado a decir que los impuestos a la banca y las eléctricas se han demostrado muy buenos, porque han contribuido a alimentar su reputación. ¿A que es imposible ser más brillante? Esta misma semana Sánchez se ha reunido con los miembros del Instituto de Empresa Familiar a los que lleva machacando desde hace tiempo. Pero el motivo del encuentro no era esbozar la merecida disculpa. El objetivo era pedirles que aumenten los salarios -a pesar de que los beneficios de las empresas llevan retrocediendo desde que empezó el año, al tiempo que los impuestos se han disparado-, y reclamarles ayuda en la tarea común de regenerar la democracia española, que equivale al colaboracionismo que exigen todos los regímenes dictatoriales.
No hay duda de que el parón de cuatro días que se adjudicó nuestro querido presidente tendrá efectos letales. Que está dispuesto a explotar la máquina del fango con todas sus consecuencias, y a convertir este país en inhabitable para las empresas y en cruento para los disidentes.
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