Opinión

Cayetana amazónica

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Me sorprendió mucho la elección por parte de Pablo Casado de Cayetana Álvarez de Toledo (CAT) como portavoz del grupo parlamentario en el Congreso. Desde luego, no porque no lo mereciera, si no porque se lo merecía “extraordinariamente”. Y los partidos hegemónicos apuestan por lo trillado. Designarla a ella era toda una declaración de principios: se acabó el PP acomplejado, que no quiere molestar, que desde sus orígenes aceptó graciosamente una especie de Pecado Original, de Letra Escarlata, de marca de Caín que le atribuyeron los que se auto proclamaron (con alguna filiación o sin ella) herederos del bando perdedor en la Guerra Civil. Los vencidos, ya se sabe, tienen un plus de credibilidad, y vimos a muchos hijos de franquistas desplazarse prontamente al lado de la calle donde iba a dar el sol.  El resultado fue un reparto de papeles que decidieron unos y que los demás no supieron o no quisieron discutir.

Pero la franco-argentina se hizo española y habitó entre nosotros. Y nunca se ve esta “tierra de conejos” mejor que llegando sin mochilas, desde la ciudadanía del mundo y siendo hispanista discípula de Elliot.  Hasta aquí en cuanto a chantajes guerra civilistas. Pero es que CAT no sólo desnuda y ataca el mito de las “dos Españas”. CAT es una escéptica, una hija de la Ilustración, una amante de la verdad y del método científico. Y al parecer le importa más su defensa que el poder político, e -importante- no tiene miedo a perder su cargo.

Por eso era una jugada “extraordinaria”. Hubiera sido perfecta para el primer Ciudadanos. De ninguna manera para el Ciudadanos personalista, adanista y sobrado de Rivera (la antipatía mutua fue inmediata). Ha sido posible durante un tiempo en un PP que siempre fue más coral. Sucedió y pasó. ¿Y ahora? Que nadie crea que es el fin. Ya ha dicho ella que es una “feminista amazónica”.

Yo espero que encuentre su camino, porque es el perfil de político que están pidiendo a gritos las sociedades modernas. Una portavoz parlamentaria que entrevistó a Pinker y a Haidt. Que sabe de la importancia de la neurociencia, del evolucionismo, del complicado encaje de nuestros cerebros de raíces antiquísimas en el SXXI. No, ya no nos interesa ningún político que ignore el “cerebro social”, el Big Data o los últimos 40 años de avances en las ciencias cognitivas. Es demasiado peligroso.

Ha sido sangrantemente divertido ver cómo los salvajes se daban de bruces con el discurso progresista de CAT. Sí, digo “progresista”. Los que se tienen como tales no son más que ediciones y reediciones de los viejos “progres” que nunca han tenido que poner a prueba sus postulados con datos, estudios o números. No hay más “progresista” que el que trae el Progreso, y eso se consigue solamente con la ciencia, la razón y el humanismo. No con quimeras supremacistas, con filosofías políticas ya fallidas o con nacionalismos resucitados. Y esto no gusta ni a la derecha tradicional ni a la izquierda decimonónica.

Quizá haya sido una apuesta del PP por “la moderación y la centralidad” como algunos dicen. Pero lo que entienden muchos políticos por eso no es nada más que el vacío, la cobardía y el quietismo. Yo, que tuve el honor de ser parte del grupo fundador de Ciudadanos, nunca consideré que fuéramos un partido “de centro”. Por lo menos no como lo entendían muchos. Si el centro no es el lugar de lo más cercano posible a la Verdad, si es un “ni para ti i para mí”, no vale para nada. Como dijo un político americano, “en el medio del camino sólo hay una línea amarilla y un armadillo muerto”. Quizá sea un buen lugar para la “teocracia” de un Teodoro García Egea. Pero no para las amazonas descreídas. No vale la pena.