Opinión

CAT: de golpistas a chamanes

La imaginación de los independentistas es inabarcable porque los límites del delirio son prácticamente imposibles de acotar. Entraron en trance con la responsabilidad de formar gobierno hace ya demasiadas semanas y, día tras día, manifiestan una especie de unión mística con el prófugo Puigdemont que les lleva a idolatrarlo las horas pares y a buscar algún tipo de mecanismo psicológico y político para fulminarlo las impares. Es una actitud casi chamánica. No es que los separatistas se muevan de manera frenética o emitan extraños sonidos guturales, pero albergan extrañas visiones del futuro de su Comunidad Autónoma.

Una de las ideas de bombero que desde que saltaron a la palestra no hay manera de apagar es la ocurrencia de la “presidencia simbólica”. Así, vemos en cada declaración cómo se tiñen de tintes peripatéticos esos soberanistas a los que se les hace la boca agua por el simple hecho de pensar que un huído de la justicia española podría ser coronado desde su voluntario destierro. Se les ve y se les escucha manifestarse en este sentido, y da la sensación de que se encuentran al borde de una experiencia reveladora y sin igual, alineando su alma, su mente y su cuerpo con la estelada. ¡Pura magia! Pero, ¡ojo! con frecuencia los chamanes se confunden entre el gran número de estafadores que se aprovecha de la ignorancia de la gente, y que pretenden hacerles ver cual conejillos de indias que recuperarán lo que injustamente se les ha arrebatado.

Que la sede de un ejecutivo regional vaya a inaugurarse en Bélgica, siquiera en sentido figurado, es un fenómeno que no vale la pena contemplarlo como solución o hipótesis o alternativa o constructo serio para salir del atolladero en el que nos encontramos: es solamente un acontecimiento paranormal con más opciones de encontrar sitio en la nave del misterio de Iker Jiménez que en los titulares de portada del telediario. Es un escenario, el de la “presidencia simbólica”, cuya interpretación trascendería las competencias de un politólogo para alcanzar las de un médium, esa persona dotada de percepción extrasensorial y que actúa como mediador en la consecución de comunicaciones parapsicológicas con los espíritus.

Pero aún hay más. Esa parábola a través de la que se pretende ubicar en Bruselas una especie de “gobierno de sabios”, una corte aristocrática cuyo Rey Arturo se rodearía de los caballeros que apoyaron su deshonroso golpe, deja a los pies de los caballos a los recaderos que desde Barcelona serían dirigidos a control remoto. Comparecerían éstos ante los ciudadanos de Cataluña y del conjunto de España reconociéndose públicamente, desde el minuto uno de la grotesca legislatura, como simples peleles o marionetas. ¡Qué buen momento para recordar la gran frase atribuida a Tarradellas! “En política se puede hacer de todo menos el ridículo”.