Opinión

Arte, museos y muy poca vergüenza

Todavía sigo en estado de shock tras leer el pasado sábado la entrevista que el suplemento cultural del diario ABC dedicó al director del museo Reina Sofía, el coto privado de Manuel Borja-Villel. Sobre este individuo ya he escrito previamente en este periódico un artículo bastante visceral, como casi todo lo que sale de mi pluma. La túnica triunfal de este pavo real esconde un profundo trauma de artista truncado, laminado en oro, sobre una piel color rosa té, como si contuviera espléndidos insectos de alas deslumbrantes. Como él mismo reconoce en la citada entrevista, su gran hito es “desarrollar una ley propia”, y yo añado “la de sus propios intereses”.

Dice este hombre de umbral marmóreo que si el museo fuera suyo, sólo expondría a un artista; y cita el nombre (un belga conceptual). Sabe este individuo que citar artistas extranjeros que no conoce casi nadie queda muy de cultureta progre. Igual sucede con esas frases draconianas que sueltan este tipo de personajes para tratar de descolocar al interlocutor; frases que no significan absolutamente nada. Y cito literal: “museo situado, es decir, asumir que hablas desde una proximidad muy determinada, en un contexto artístico de ultraprecariedad”. ¡Madre mía, hasta me ha costado escribirla! Javier Díaz-Guardiola debe tener una savia regenerativa para zamparse esta evidencia de fe cultureta. Que tenga que explicar que el museo se mueve en un contexto artístico es en sí misma una sombra moribunda; lo de ultraprecariedad ya ni lo analizamos, por eso de pasar un buen día y dormir en paz.

Alguien debería tener la valentía (yo la tengo, pero me temo que no sirve para nada) de explicarle a este señor que el objetivo de la institución pública que dirige no es que él intercambie relaciones con otros directores, conservadores, comisarios y artistas internacionales, es decir, el amiguismo de “tú me expones y yo te invito”. Este mecanismo suple de la peor manera el rigor científico y la trayectoria sólida de su programa tanto para la colección permanente como para las exposiciones temporales y el resto de actividades paralelas (conferencias, mesas redondas, visitas dirigidas, cursos para profesionales, etc). Tanta inversión en exponer a artistas extranjeros, sin explicar nada de su significado ni de por qué se exponen, es un vacío inmenso a largo plazo.

Los españoles lo que quieren y necesitan conocer es la evolución artística de nuestra contemporaneidad. Estoy cansada de escuchar frases del tipo “no me gusta el arte contemporáneo, porque no lo entiendo”.  La respuesta a veces es fácil, sobre todo si hablamos de artistas vivos: “No lo entiendes, porque no hay nada que entender”. Y me vienen a la cabeza millones de casos, pero pondré uno que está vigente y que supone un perfecto paradigma de esa moral tan frecuente en el mundo del arte de las últimas décadas: el más fuerte es el que mejor convence para cotizarse como mejor artista. En otras palabras, la proclamación del autoartista, es decir, soy artista porque yo lo digo. Miki Leal o Curro Gónzález exponen su supremo mal gusto en el Cicus. La exposición gira en torno a la colección (otra palabra que se ha quedado hueca) de otro amiguete que ha ido recolectando papeles como estampitas en el recreo.

Volviendo a las paredes de la gran institución del arte contemporáneo español, debería ser prioritaria una doble vía. Por un lado, aquella que está destinada al apoyo didáctico del público medio para la comprensión del arte contemporáneo español, a través de la colección permanente que, por supuesto, debe estar contextualizada de manera internacional y reforzada de forma constante con un programa de exposiciones y actividades ordenado y coherente, en un contexto armónico y acogedor. Y por otro, una zona de arte emergente que invite a reflexionar sobre la realidad más reciente. Por poner un ejemplo, ¿qué arte se está cociendo durante la pandemia? ¿Cómo expresan nuestros artistas los sentimientos colectivos de angustia, miedo y desesperación, ese sentimiento de guerra que hemos vivido los españoles?

El director del Reina Sofía dice que su museo es un ecosistema. Debería explicar a cuántos se dirige y cuáles son sus objetivos. La entrevista de ABC hubiera sido una plataforma idónea para explicarnos su proyecto museístico, para convencernos de la utilidad de su labor; pero muy lejos de cumplir ese pronóstico, este individuo intoxicado volvió a perderse en su propio ego, del que claramente no sabe salir.