Apología del patriotismo
No solo no está de moda el patriotismo sino que muchos de aquellos que lo sienten lo ocultan, camuflan y guardan para sí, temerosos de ser inmediatamente señalados por los falsos progres y ser acusados y delatados ante el orbe por peligrosos “fascistas”, “fachas” y “carcas”. Declararse hoy patriota es una falta imperdonable. Casi un delito.
Pues bien, ante semejante “riesgo”, yo si me atrevo a hacer apología del patriotismo. El patriotismo es un sentimiento radical, fanático y revolucionario. Es radical porque no admite atajos ni grises. No acepta hijuelas ni interioridades. Es fanático porque es apasionado y entusiasta. Es alegre, de mirada limpia y directa. Y es revolucionario porque no es conformista, resignado o acomodaticio.
Pero básicamente es gratitud y memoria. Y es recuerdo. Es el reconocimiento que aflora de manera espontánea en un individuo cuando evoca lo mucho que ha recibido de su patria, de España, quizá sin haberlo merecido o siendo difícil cuantificar tal mérito. Porque, quieran o renieguen los progres, de nuestra España heredamos un idioma, una historia sin complejos y un territorio hoy peligrosamente amenazado por unos forajidos con la complicidad de varios irresolutos miedosos cobardes y acomplejados.
Hemos obtenido de nuestra patria una tradición cultural y una religión. La patria supone el orgullo de la pertenencia. Y todo ello se traduce en una especial intensidad emocional representada por nuestros símbolos, por nuestra bandera y por nuestro himno. Porque mancillar y afrentar estos implica infamar y vilipendiar nuestra memoria y a quienes queremos se encuentren en ella. Y porque nuestra bandera y nuestro himno personifican a una comunidad nacional que da continuidad secular a esa imponente realidad llamada España. Representa la solidaridad real, la máxima sujeción y anclaje hacia un grupo, hacia una comunidad fusionada, a un territorio llamado políticamente Estado. Esa unión emana de las creencias, los principios y los valores, de las emociones que el individuo tiene y que comparte con los suyos por y para un proyecto común lejos de aventurerismos que se sustentan en falsas historias y falaces pasados.
Pertenencia al grupo, identidad añeja esculpida a golpe de cincel que hace sentirse vivo al sujeto a través de la unidad y la cohesión. Porque sin el patriotismo el grupo, la comunidad nacional se deshace, perdiendo su esencia histórica, política y cultural cimentada durante centenares de años. Por ello siento un profundo orgullo y admiración por Alfonso X, por los Reyes Católicos, Blas de Lezo, por Agustina de Aragón y por tantos otros que han forjado con su vida y ejemplo lo que hoy somos. Todos ellos, verdaderos patriotas, han sido modelo y símbolo para su comunidad.
Siento honda dignidad por mis compatriotas que en los grandes momentos de nuestra historia han sabido afrontar como nadie los sinsabores que torcidos renglones de esta a veces se han escrito.
Puede parecer cierto que hoy el valor del patriotismo ha perdido fuerza y vigor, producto de la interesada globalización y de unas instituciones, como las europeas, alejadas del individuo y siempre alerta para socavar el sentimiento de nación. Tampoco podrá con la patria el ficticio y fraudulento multiculturalismo, cuña asoladora de nuestro tronco común. Porque frente a ello, en lo más hondo del individuo siempre quedan sus raíces y desde ellas, con una mirada de seguridad y confianza en el futuro, nada impedirá la necesidad de mirar atrás y con una leve sonrisa y quizá alguna disimulada lágrima requiera saber que hoy es lo que es porque los suyos, los nuestros, tras siglos de historia, así nos hicieron. Porque como bien dice un viejo proverbio chino: “Cuando bebas agua, recuerda la fuente de la que emana”.
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