Algo más que una exhumación
Claro que un dictador no puede estar enterrado en un edificio público. Y eso que hay numerosas y notorias excepciones: Napoleón, que yace en Los Inválidos en pleno centro de París, u otro implacable asesino como es Lenin, cuya impoluta momia se puede ver cuatro días a la semana en la bellísima Plaza Roja de Moscú. Éstas son las más famosas pero hay muchas más. Claro también que cualquier familia, sea la de un asesino en serie o la de un santo varón, goza del inalienable derecho a enterrar a su ser querido donde le dé la realísima gana. No sólo es un precepto moral de primero de Filosofía del Derecho sino también incuestionablemente legal.
La resolución de la Sección Cuarta de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo es tan impecable en el primer apartado como mosqueante en el segundo. Los seis magistrados que el martes dictaron sentencia sobre la exhumación de Francisco Franco optaron increíblemente por aceptar todas las demandas del Gobierno, incluida la prohibición a los nietos de sepultar al abuelo donde ellos habían decidido: el panteón que poseen en La Almudena. Un desenlace esperable por cuanto tres de los magistrados son abiertamente filosocialistas y otro peneuvista, es decir, próximo a un partido que aboga por la independencia del País Vasco.
Ahora resulta que con Franco se hace exactamente lo mismo que se criticaba a Franco; es decir, inhumar al enemigo ideológico donde a ti, no a sus parientes, te apetece. El sátrapa que gobernó España durante 36 años llevó por su cuenta y riesgo miles de cadáveres de combatientes republicanos al Valle de los Caídos y ahora, en una vendetta de manual siciliano, se hace lo propio con él. Consejos vendo que para mí no tengo.
De todas formas, hay que agradecer al presidente del Gobierno que haya solucionado el más grave problema que afecta a los españoles: el lugar en el que está enterrado un tipo que los menores de 25 años no tienen puñetera idea de quién es y que los mayores habíamos olvidado hace tantos años que habíamos perdido la cuenta. Franco es más importante para los ciudadanos que esos 3 millones de parados y que los otros 2 que vendrán si continúa este Gobierno derrochón y sacacuartos. Sacar a Franco de Cuelgamuros preocupa y ocupa más a los españoles que esa crisis a la que nos lleva de nuevo el socialismo por ese Zapatero bis llamado Pedro Sánchez. Impedir al clan Franco enterrar a su abuelo donde les plazca es más urgente ética, moral y pragmáticamente que meter en vereda a los golpistas catalanes. Y, claro está, la gente considera más perentorio echar al dictador de un nicho que no eligió él sino el Rey Juan Carlos que esa inmigración ilegal que va a acabar haciendo saltar por los aires nuestro Estado de Bienestar.
En contra de lo que sostienen los del pensamiento único, la Guerra Civil española fue una contienda de malos contra malos
Dicho todo lo cual vayamos al fondo de la cuestión que no es otro que la imposición a machamartillo, por métodos indudablemente goebbelsianos y estalinistas, del pensamiento único. Un pensamiento intocable que sostiene que la Guerra Civil fue una contienda de buenos contra malos cuando en realidad los unos fueron tan malos como los otros. Hay que recordar que hubo más muertos en la retaguardia franquista, los mal llamados nacionales, unos 100.000, que en la espuriamente denominada republicana, alrededor de 50.000. A ello hay que agregar las 50.000 sentencias de muerte dictadas por los ganadores en la posguerra. Muchos olvidan que si bien es cierto que el régimen franquista fue práctica y teóricamente una tiranía no lo es menos que si hubieran vencido los republicanos aquí se hubiera instaurado una satrapía a las órdenes de la Unión Soviética. Ni más ni menos, ni menos ni más. Por no hablar de los 10.000 religiosos asesinados vilmente por la izquierda gobernante en los meses previos a la rebelión liderada por Francisco Franco.
No me canso de repetir en OKDIARIO, en La Sexta y en Telecinco que la necesaria salida de Franco de un monumento público debe ir acompañada de la eliminación de las calles dedicadas a criminales de marca mayor como Santiago Carrillo, que ejecutó sin pestañear a 6.000 personas en Paracuellos. De las vías y estatuas en honor a Pasionaria, que entre otros ordenó el asesinato de José Calvo-Sotelo. “Es la última vez que este hombre habla aquí”, amenazó tres días antes de la muerte del político conservador, según contaba un testigo directo, el gran Josep Tarradellas. Igual suerte deberían correr los bustos y las placas callejeras dedicadas a Largo Caballero, el Lenin español, uno de los responsables por no decir el responsable del golpe de Estado frustrado del 34, que se saldó con 1.500 muertos. Y qué decir de ese hijo de Satanás que responde al nombre de Lluís Companys, que dictó 8.200 sentencias de muerte. Un Companys que tiene hasta un estadio, el Olímpico de Barcelona, a su nombre. Manda huevos
La fascistoide Ley de Memoria Histórica borró de un plumazo el consenso suscrito entre españoles en 1978 para olvidar el pasado
Más allá del peligroso democráticamente hablando pensamiento único, hay algo aún peor, que es ese sentimiento guerracivilista que se ha impuesto en España de Zapatero a esta parte. La fascistoide Ley de Memoria Histórica borró de un plumazo el consenso suscrito entre españoles en 1978 para olvidar el pasado, darse la mano, abrazarse y caminar juntos rumbo al futuro. Ese Pacto de la Transición, que es lo mejor que hemos hecho nunca jamás en este país que tan gráficamente retrató Goya en su magistral Pelea a garrotazos. Desenterrar esos fantasmas del pasado es letal porque despierta lo peor de cada uno de los 46 millones de españoles. Es reactivar a la fiera que llevan dentro muchos compatriotas que detestan a la otra media España. Supone dividir a una sociedad moderna, que había dejado los rencores en el baúl de la historia, en buenos y malos, en legítimos y bastardos ciudadanos o en conservadores y progresistas, división cargada de mala baba desde su mismísima concepción.
Estamos como en el 34, en el 35 y en el 36: con la izquierda y especialmente la extrema izquierda de la manita de los independentistas con el indisimulado objetivo de cargarse el sistema, entonces la República democrática, ahora la España constitucional. Su objetivo último es instaurar uno en el que el centroderecha y la derecha no tengan derecho ni a respirar salvo que pasen por el aro de ese pensamiento monocolor que avanza en España cual moderno Atila gracias a la ímproba y nada desinteresada tarea del 70% de los periódicos, las radios, las televisiones y ese nuevo vehículo de agit-prop que representan las redes sociales.
Los que siempre hemos apostado por la Tercera España, la de Marañón, la de Ortega, la de Sainz Rodríguez, la de Menéndez Pidal, la de Madariaga o la de Sánchez-Albornoz, estamos horrorizados. A nadie se le escapa que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Y nosotros no somos esos Estados Unidos o ese Reino Unido que acumulan más luces que sombras. Pues eso. Que se quiere matar civilmente a media España. Esto no es Franco sí-Franco no. Entre otras cosas porque a la mayor parte de los españoles nos repugna el dictador. La cuestión es más sencilla y cruel: media España sí-media España no. Cuidadín porque estas armas las carga el diablo.