Agentes del CNI grabaron con cámaras ocultas en su chalé a Juan Carlos I y Bárbara Rey
Su Majestad el Rey y otras altas personalidades, entre ellas un ministro y un secretario de Estado, fueron grabados de manera subrepticia en sus visitas secretas al chalé de la calle Sextante, donde mantenían relaciones íntimas con sus acompañantes. Un grupo de espías del CNI colocó, sin el conocimiento de sus jefes, cámaras ocultas de alta resolución en el interior del altillo de un armario empotrado del dormitorio principal, que estaba ubicado en la primera planta del edificio. Los mismos agentes se encargaron de retirar y sustituir las cintas de manera periódica.
En varias de ellas aparecían juntos Don Juan Carlos y la actriz Bárbara Rey, según ha asegurado a OKDIARIO uno de los agentes que participó en aquella operación y visionó las grabaciones.
Los autores del espionaje a Su Majestad pertenecían a un grupo de agentes de los servicios secretos que estaba enfrentado con la dirección del antiguo CESID, que después pasó a llamarse CNI. Se quejaban de que el general Manglano había promocionado a agentes afines a su línea mientras a ellos los arrinconaba o castigaba con medidas disciplinarias. Los funcionarios se sentían pisoteados, después de haber participado en misiones antiterroristas arriesgadas en el sur de Francia o contra agentes de servicios extranjeros en Madrid.
Como ya adelantó OKDIARIO, la actriz Bárbara Rey reconoció a este medio que el CNI alquiló a finales de 1991 un chalé en Aravaca para facilitar sus encuentros amorosos con Don Juan Carlos.
Objetivo: presionar a Manglano
A pesar de que la instalación de una base operativa en la calle Sextante era un asunto de alto secreto, sólo conocida por la cúpula del CESID, ese grupo de agentes operativos, enemistados con el general Alonso Manglano, pudieron acceder a su interior sin ser detectados y colocar los equipos de grabación. Seguidamente, pusieron en marcha su plan de venganza y de castigo contra la cúpula de La Casa, como también se conoce a la sede del CNI.
«Estaban convencidos de que para presionar a sus superiores podían aprovecharse de Sextante porque sabían que lo visitaban a menudo, y por separado, el Rey, Manglano y un ministro muy ligado al Centro. El equipo técnico permaneció instalado en el chalé desde 1993 a 1994, aunque periódicamente hacían comprobaciones o lo retiraban unos días por medida de seguridad. Las grabaciones, finalmente, fueron rescatadas por el director, pero ellos completaron su plan de extorsión», recuerda ahora uno de los ex agentes que conoció muy de cerca la operación de la recuperación de los vídeos.
La vivienda de Sextante, que había sido concebida como un centro ultra confidencial para reuniones súper secretas, acabó convirtiéndose en un queso gruyére, que colocaba a la primera autoridad del Estado en una posición muy incómoda. Al mismo tiempo, durante meses el jefe del Estado fue expuesto a sucesivas situaciones de riesgo. La fuga de información sometía a Su Majestad a un peligro innecesario, sobre todo porque en la mayoría de las ocasiones se acercaba al nido de amor acompañado, exclusivamente, por el conductor del vehículo oficial de la Zarzuela.
Lo que más llamaba la atención era que Emilio Alonso Manglano se negara a informar a Don Juan Carlos de la violación de su intimidad en sus citas con Bárbara Rey en toda una base operativa del CESID, que el general le había garantizado como plenamente segura.
Tampoco llegó a desvelarle a Su Majestad la existencia de unas cintas con las grabaciones de sus encuentros amorosos con la actriz murciana. Únicamente, en 1994, le comunicó que aquel piso franco había sido desmontado por medidas de seguridad y que tenía que buscarse otro lugar para sus citas. A partir de ese momento, Don Juan Carlos comenzó a visitar a la vedette en la casa de ésta en Boadilla del Monte y en una vivienda de una noble amiga de Bárbara Rey.
Más cámaras en otro dormitorio y en el salón
Para que no se les escapara las presas que visitaban Sextante, los propios espías del CESID, además del dormitorio principal, colocaron también micrófonos y cámaras en otras dependencias del chalé: en un armario de un segundo dormitorio y en un mueble del salón comedor.
El material registrado en Sextante por los espías no guardaba ninguna relación con el resto de grabaciones realizadas por la actriz Bárbara Rey en su domicilio privado de Boadilla del Monte ni en el palacete de su amiga Cristina Ordovás, condesa viuda de Ruiz de Castilla, como reconoce el jefe de Seguridad del CESID, en el libro de Pilar Urbano Yo entré en el CESID, publicado en novimbre de 1997.
La dirección del CNI siempre negó que Sextante fuera una base operativa convertida en pisito de amor para altas personalidades o que Don Juan Carlos fuera grabado en su interior en compañía de la actriz Bárbara Rey. El coronel Andrés Fuentes, uno de los más estrechos colaboradores de Manglano y jefe de Seguridad del CESID en la época en que el chalé estaba operativo, confiesa a la periodista Pilar Urbano:
«Yo te garantizo que jamás desde el CESID se dio orden de grabar ni de filmar nada. No había cámaras instaladas en las habitaciones. Y si las hubo fueron fraudulentas».
La periodista le pregunta: «¿Se hizo el vídeo de Bárbara Rey en Sextante?”
Y el espía contesta: «No tengo noticias de que Bárbara Rey haya estado en el chalé de Sextante. Y voy a decirte más: si Bárbara Rey ha grabado a empresarios, a políticos o al maharajá de Kapurthala, al presidente de Estados Unidos o al Rey de Prusia… se lo ha montado cierta tienda de artilugios sofisticados que está en la calle Alcalá. Son amigos. El dueño de la tienda está en muy buenas relaciones con BR (Bárbara Rey). Desde hace tiempo ella ha grabado a todo el mundo. Y pensamos que ha sido ese hombre, el de ese establecimiento, quien le ha instalado el sistema de grabación de sus juergas con personajes. ¿Y dónde? Pues en casa de su amiga Cristina Ordovás o en su propio chalé».
Sin embargo, al margen de las confesiones de Andrés Fuentes, a lo largo de los últimos años han ido acumulándose diferentes pruebas sobre la existencia del chalé y las grabaciones ilegales. Cuando, a mediados de 1996, el juez militar Jesús Palomino ordenó el registro de la celda del coronel Juan Alberto Perote en la prisión de Alcalá de Henares se encontró con un papel que no esperaba y que chirriaba, pero que ya no podía eludir. Se trataba de una relación de cintas magnetofónicas y de vídeo que habían estado archivadas en la sede del CESID. En el índice de cintas destacaba un registro con la siguiente anotación: “Cinta de vídeo, calle Sextante”.
Los sabuesos de La Casa no pudieron adjudicarle a Perote la contratación del chalé de los encuentros amorosos porque el coronel había abandonado la casa en el verano de 1991, tres meses antes de que fuera alquilado. En la hoja de servicio de Perote figura su baja oficial en noviembre de 1991, pero había dejado La Casa en julio tras pedir su mes de vacaciones y dos meses por asuntos propios, antes de incorporarse a la seguridad de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92.
En otro documento interno del CESID, al que ha tenido acceso OKDIARIO, fechado el 15 de noviembre de 1991, se define el chalé como una “base operativa” de «máximo secreto» y figura con la clave “Aneto-Pirámide-Torre». Los pagos del alquiler se efectuaban con fondos reservados a una cuenta de su propietario -JM.S.T- en una sucursal del Banco Exterior, en la calle Marqués de Urquijo de Madrid.
Es cierto que Sextante nació como una base operativa de los servicios secretos, pero degeneró en un nido para amantes. Por allí pasaron el traficante de armas Monzer Al Kassar para mantener una entrevista secreta con Alonso Manglano o varios jefes de los servicios secretos de países aliados, pero también se convirtió en un centro para citas amorosas.
No era la primera vez que el Rey era grabado por los servicios secretos. Años antes, incluso, el departamento de Escuchas de La Casa le había intervenido llamadas desde su móvil a su círculo de amistades más íntimas, entre ellas al príncipe georgiano Zourab Tchokotua. Por ese espionaje, el general Manglano se vio obligado a sentarse en el banquillo, después de las investigaciones periodísticas publicadas en El Mundo en 1995.
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