La costumbre más repulsiva y dolorosa de la Inquisición en la Edad Media: un método de tortura brutal
Así era la costumbre más desagradable de la Edad Media: lo hacía todo el mundo
Una de las costumbres más repulsivas de la Edad media fue culpa del rey Carlomagno
La Edad Media no fue tan oscura como te la contaron
La inquisición en la Edad Media nació con el propósito de vigilar y castigar a quienes se apartaban de la doctrina oficial. A lo largo de los siglos, esta institución extendió sus tentáculos por distintos territorios europeos, dejando tras de sí una estela de miedo, persecuciones y ajusticiamientos. El poder de la Iglesia pesaba en la vida de aquellos que osaban cuestionar la fe establecida.
Los herejes, brujas, blasfemos o simples sospechosos pasaban por procesos donde la confesión era el objetivo principal. Para alcanzarlo, se idearon artefactos y castigos capaces de llevar a cualquier ser humano a los límites de la resistencia. Entre ellos destacó un tormento que no requería de elaboradas máquinas, pero que se convirtió en un símbolo del poder inquisitorial.
¿Cuál era la costumbre más repulsiva y dolorosa de la inquisición en la Edad Media?
La costumbre más dolorosa de la inquisición fue la garrucha, conocida en Italia como strapatto o estrapada. Este consistía en un mecanismo extremadamente simple: una cuerda, una polea y la fuerza de los verdugos.
El proceso comenzaba atando las manos del prisionero a la espalda. Posteriormente, se le izaba varios metros en el aire mediante una polea fijada al techo o a una viga.
Una vez suspendido, la víctima era soltada de manera brusca. El cálculo de la cuerda evitaba que el cuerpo impactara contra el suelo, pero la sacudida provocaba dislocaciones en los brazos, hombros y clavículas.
En ocasiones, para intensificar el dolor, se añadían pesos a los pies del acusado, lo que multiplicaba la violencia del descenso.
El procedimiento podía repetirse varias veces, acompañado de preguntas directas que buscaban una confesión. En caso de negativa, el tormento se prolongaba hasta que el reo quedaba física y psicológicamente destrozado.
La legitimación de la tortura en la inquisición
El origen de la inquisición en la Edad Media se remonta al siglo XIII, cuando diferentes movimientos considerados herejes se expandieron por Europa.
Ante esta amenaza, la Iglesia estableció mecanismos de control cada vez más estrictos. A partir de 1252, con la bula del papa Inocencio IV, el uso de la tortura fue oficialmente aprobado como medio para arrancar confesiones.
Con esta legitimación, instrumentos como el potro, el tormento del agua y la garrucha pasaron a formar parte habitual de los interrogatorios.
La justificación era clara: los acusados debían admitir sus culpas o señalar a otros sospechosos. De esta forma, la maquinaria de persecución se alimentaba de nuevos nombres y nuevas víctimas.
Aplicación y variantes de este tormento de la inquisición en la Edad Media
La garrucha fue uno de los métodos más utilizados en la Inquisición en la Edad Media. Documentos históricos señalan que no sólo se practicaba en España, sino también en Italia, Francia y Portugal.
Personajes como Girolamo Savonarola o incluso Maquiavelo fueron sometidos a este castigo en distintos contextos.
Los verdugos desarrollaron variantes destinadas a intensificar el dolor. Entre ellas figuraba levantar al reo lentamente para que experimentara un sufrimiento prolongado o mantenerlo suspendido el tiempo suficiente como para rezar en silencio dos veces el salmo Miserere.
En algunas ocasiones, cuando la víctima resistía, se añadían nuevas fases de violencia, como la fractura deliberada de huesos.
Un relato del siglo XIX recogido por M.V. de Feréal describe el caso de una mujer que, durante la tortura, sufrió la rotura de una arteria y falleció poco después. Estos testimonios muestran la brutalidad de un método que, más allá de la confesión, buscaba un ejemplo de poder y control.
Legado de la garrucha en la historia
Aunque vinculada principalmente a la inquisición en la Edad Media, la garrucha trascendió ese periodo. Se tiene constancia de su uso posterior en campos de concentración nazis, donde se aplicaba de forma similar.
La continuidad histórica de esta práctica evidencia cómo la violencia institucionalizada puede perpetuarse en diferentes contextos y regímenes.
La representación artística también recogió la brutalidad de la garrucha. Grabados de Jacques Callot y dibujos atribuidos a Goya muestran a las víctimas suspendidas por el mecanismo, con cuerpos retorcidos que transmiten el sufrimiento padecido.
Estas imágenes, además de documentar el tormento, se convirtieron en símbolos de la represión ejercida en nombre de la fe.
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