El Rally de Cataluña desde dentro: asfalto, tierra, aire… y Toyota
La grava y sus familiares se proyectaban como un bombardeo militar hacia el extremo derecho de la calzada. La lógica despertó en sus ocupantes, que se resguardaban unos paso más atrás, o, en su defecto, cruzaban hacia el otro lado. Unos pocos insensatos optaban por seguir aguantando el chaparrón, sin más ánimo de lucro que una foto de uso interno. Ogier, Neuville, Tanak, Latvala, Sordo… El escuadrón suicida de correcciones se sucedía en unos metros del primer tramo, de tierra. Una aventura que colocó sus propios cuatro elementos: tierra, asfalto, mar y aire. Bienvenidos al Rally de Cataluña.
Por el cielo se movían una legión de helicópteros, cortesía de Toyota, para trasladarnos a esas zonas de discreta cobertura, montañosas, y carreteras soñadas para el desempeño del rally. Sólo era el primer día, y Terra Alta congregaba a cientos de personas en una curva cerrada, cercana a un pueblo catalán. La carpa pasajera de Toyota hacía las delicias de prensas e invitados, mientras arrancaba el espectáculo. Tramo mixto: tierra y asfalto. Mikkelsen se lo lleva. Anecdótico. Quedaba la tarde, con alguna sorpresa inesperada para los japoneses.
El Service Park de Toyota nos acogía para una comida a la española: 15 de la tarde. Rápida, como el tiempo de revisión y reparación en el área adyacente al hospitality. El último traslado provocó mejores sensaciones: testigos de los últimos metros del tramo… y de más de un susto en su llegada. Antes, se le veían las costuras a la seguridad: un sólo comisario al cargo de una grada supletoria, y miles de desobedientes que cruzaban, provocando el malestar en el público. Luego vienen los disgustos…
Se apagó el día, el primero, con la noticia infausta del KO de Latvala, primera espada japonesa. Lappi se había peleado con sus frenos. No había risas a la vuelta: sueño y un atardecer agridulce en Salou. La crónica de un día que dibujaba un ambiente cercano, amable, divertido: un mundo contrapuesto a la Fórmula 1. Una entrevista no es un dolor de cabeza; los pilotos no huyen de la prensa; y las leyendas, como Luis Moya, atienden afectuosamente a todos los fans que le rodean.
El día siguiente se ilustró más reposado a nivel físico para los medios: tres tramos. Aquella iba a ser la jornada en la que Neuville regalaría el título a Ogier, con un error impropio del que se está jugando un Mundial. También en el que Kris Meeke cocinó su victoria… y Sordo se quedó, tras estar a tan sólo 14 segundos de él, fuera de carrera. Rompió la dirección, como Mikkelsen, en el mismo punto del SS12. La fiesta terminó en Salou, en un tramo más que especial, de 2,97 km. El paseo marítimo acogió a miles de personas que disfrutaron, antes de nada, de los clásicos. Luego llegó el recital de Ogier: así se marca territorio. El paseo de un campeón.
El último día se centró en el espectáculo: todo estaba decidido. Antes, Lappi dejaba huérfano a Toyota: solo quedaba Hänninen. Meeke, campeón; Ogier rozando el título; y Sordo ganando el Powerstage. En los últimos coletazos del Rally de Catalunya, fuimos testigos del aplauso al veterano de Juho, cuarto, en el Service Park de Toyota Gazoo Racing. Cercó el podio por los problemas de los demás: nunca se le vio sonreír tanto al finlandés. El final dolió, tras unos días de emociones altas, y un trato superlativo por parte de todo integrante del equipo Toyota. Un deporte desconocido que convirtió un adepto más a su secta. Bienvenidos al 54 Rally de Cataluña.
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