Hamilton rompe a Rosberg, sin imposibles para Alonso y el ‘motor de GP2’ lastra a Sainz
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En un paraje de largas rectas, los mentideros del paddock siempre saben a quién acusar como los potenciales suspensos de la clase. El seudónimo de Monza aterroriza a los japoneses del box blanquinegro: ‘El Templo de la Velocidad’ regresa de nuevo. Siempre vuelve. Ese circuito donde todo tiene un sabor, que diría Mourinho, diferente. Un afición que destroza moralmente a su Scuderia: la plaza repleta para corresponder a una Ferrari, una vez más, en horas bajas.
El receso refrescante de Spa parecía aquí un milagro lejos del alcance de cualquier ser humano. Ni siquiera para un Fernando Alonso que nos volvió a engañar con su magia el viernes: 7º mejor tiempo en los Libres 2. Amaneció el sábado, se arrancaron los motores para los Libres 3, y su tiempo fue el 17º. Agudos contrastes que no iban a encontrarse en un término medio: la Q2 era de un optimismo obsceno, de frase de Winston Churchill.
Hamilton metió miedo desde que su monoplaza rozó el alquitrán italiano: 1,21.854 en su primer paso por meta. El resto de mortales giró durante los minutos de la Q1 buscando colarse en una sesión 2 de Gucci: carísima. Kvyat, Palmer, Magnussen, Ocon, Nasr y Ericcsson, fuera. Fernando Alonso, en la línea que marca el purgatorio del infierno. Carlos Sainz rozó las llamas, pero salió airoso hasta la 13º, por delante, una vez más, de su homónimo Daniil, que vuelve a quedarse en Q1.
Es de otra planeta, su escudería, sus manos, su estilo… Lewis Hamilton, excéntrico, único, rápido. Extremadamente rápido. Dos galaxias, su coche y él, que convierten la Fórmula 1 en un sistema dominado por la estrella de 3 puntas y su eterno 44. Sólo el talento de Rosberg puede romper de vez en cuando su constante sometimiento. Pero las sensaciones con ambos son siempre dispares. Es un Michael Jordan contra Isiah Thomas incesante: todos saben quien es el mejor.
Alonso y Sainz, fuera de la Q3
Ni un soplo de viento a 48 nudos hubieran empujado a Jenson Button y Fernando Alonso hacia la Q3. La falta de potencia es una evidencia que se agrava cuando el circuito está tiranizado por largas rectas. Alonso, duodécimo, gracias a la penalización de Grosjean; Button, 14º. «Un regalo divino», cantaba el bicampeón en el corralito. No esperaban ni pasar a la Q2. Sin un objetivo más allá de dar vueltas y seguir con los angustiosos test de McLaren-Honda. Lo de los puntos, para el azar. Sainz, destrozado por su motor del año pasado, decimosexto. Imposible hacer más.
Arrancaba la Q3 con un intenso aroma a pole para Lewis Hamilton. La sesión había sido dominada por él desde las 14:00 hasta el último respiro agónico de los V6 Turbo por Monza. Rosberg, mismo monoplaza, a medio segundo de distancia. Ese universo de distancia que puede parecer patético para los no enterados pero que marca la distancia entre ser superlativo, a ser, simplemente, bueno. Saldrá primero, obviando que cuando nada le falla, no hay quien le pare.
La radio felicitándole por un nuevo trabajo de imaginería en el coche, aunque para él no sea más que su penúltima obra de arte. Los dos Mercedes dominando a Ferrari en Monza: Vettel por delante de Kimi, eso sí. Los tifosi rezarán por una primera curva embarullada, que coloque a sus pupilos por delante de sus imperiales rivales. Monza tiene un color especial -rojo- que, de vez en cuando, convierte lo imposible en sueños ferraristas.
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