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Ni romperse un hueso ni el parto: éste es el dolor más fuerte que puede sentir una persona, según la ciencia

  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

Cuando se habla de dolor físico extremo, lo primero que suele venir a la mente es el parto o una fractura ósea grave. En el caso de los hombres, se menciona con frecuencia el dolor causado por los cálculos renales. Sin embargo, estos dolores no representan el máximo umbral de sufrimiento físico que el cuerpo humano puede llegar a soportar. Hay una condición neurológica poco conocida que, según diversos estudios y testimonios médicos, supera con creces a todas las anteriores en términos de intensidad: la cefalea en racimos. Es el dolor más fuerte que puede sentir una persona.

Pese a que afecta a un porcentaje reducido de la población, quienes la padecen coinciden en algo: el dolor es insoportable, devastador, y difícil de explicar. Imagina una punzada ardiente atravesando tu ojo mientras pierdes el equilibrio, se nubla la visión y sientes que no puedes hablar ni moverte. Este tipo de dolor, conocido también como «dolor suicida», es considerado por muchos expertos como el más fuerte que una persona puede experimentar en vida.

Cefalea en racimos: el dolor más fuerte

La cefalea en racimos es un trastorno neurológico caracterizado por episodios de dolor extremadamente intensos, localizados casi siempre en un lado de la cabeza, con epicentro en la zona ocular. A diferencia de una migraña común o de una cefalea tensional, el dolor no solo es más fuerte, sino también más abrupto, repentino y devastador.

Las personas que han sufrido estos episodios lo describen como si un objeto ardiente les atravesara el ojo. La intensidad del ataque puede hacer que quien lo sufre se golpee la cabeza contra la pared, grite o incluso pierda el conocimiento. Peter, uno de los pacientes entrevistados por The Guardian, contó que durante uno de sus peores ataques sintió como si alguien le introdujera una barra de hierro al rojo vivo directamente en la pupila.

Durante el episodio, es habitual que los afectados se sientan desorientados, vomiten, lloren de dolor y sean incapaces de hablar o moverse con normalidad. La desesperación es tal que muchos aseguran que preferirían enfrentarse a cualquier otro tipo de dolor antes que revivir una sola crisis de cefalea en racimos.

Una de las características más llamativas de esta afección es su regularidad. Los ataques no son esporádicos ni aleatorios. Suelen llegar siempre a las mismas horas del día y, muchas veces, se repiten varias veces por jornada. Hay quienes sufren tres episodios diarios durante semanas o incluso meses, seguidos de un periodo de aparente calma, lo que se conoce como el «ciclo».

Este patrón cíclico genera una angustia constante. Algunas personas llegan a desarrollar un miedo irracional al sueño, ya que muchos episodios se desencadenan durante la fase REM. Dormir, en vez de ser una vía de escape, se convierte en un detonante del infierno.

Diagnóstico

Uno de los mayores retos que enfrentan quienes padecen cefalea en racimos es obtener un diagnóstico certero. A menudo se confunde con migrañas, cefaleas tensionales o incluso problemas de visión.

Una de las principales razones de este retraso es la escasa formación sobre cefaleas en racimos. Algunos neurólogos admiten que apenas les formaron sobre este tipo de trastorno en sus años de estudio. Como resultado, miles de personas son derivadas erróneamente, tratadas con fármacos ineficaces o ignoradas por el sistema sanitario.

Tratamiento

Uno de los tratamientos que sí ha mostrado alguna eficacia es el oxígeno medicinal administrado a alto flujo es uno de los más recomendados. Sin embargo, muchos médicos no saben cómo recetarlo y, en numerosos países, su coste no está cubierto por los seguros de salud. Los triptanos, fármacos empleados habitualmente en las migrañas, también pueden servir en algunos casos, aunque su uso prolongado acarrea riesgos como daños hepáticos y, en el peor de los casos, la cronificación del trastorno.

Ante la falta de alternativas médicas claras, algunos pacientes han comenzado a experimentar con la psilocibina, un compuesto alucinógeno presente en ciertos hongos. Aunque su consumo es ilegal en muchos países, los resultados preliminares de estudios científicos apuntan a que podría ser una herramienta poderosa para prevenir los ciclos de cefalea.

El protocolo más extendido entre quienes la usan implica tres dosis separadas en un periodo de cinco días. En ensayos realizados en instituciones como la Universidad de Yale, se ha demostrado que esta pauta puede reducir a la mitad la frecuencia de los ataques semanales. Lo más interesante es que no es necesario experimentar efectos psicodélicos intensos para obtener beneficios: incluso las microdosis parecen funcionar en algunos casos.

Los investigadores creen que la psilocibina actúa sobre los receptores de serotonina del cerebro, modulando los patrones de dolor. Sin embargo, aún falta evidencia concluyente sobre el mecanismo exacto.

Es urgente que la comunidad médica y los sistemas de salud reconozcan la cefalea en racimos como una enfermedad incapacitante que merece atención especializada, ya que es el dolor más fuerte que puede sentir una persona.