Cultura

Una huerta monumental digna de sultanes en la Alhambra de Granada

Las huertas del Generalife cumplen siglos con el sabor y la esencia de la almunia medieval que fueron y se eternizan como finca agrícola gracias a la apuesta de la Alhambra por mantener esta despensa monumental en la que recuperan especies como el azafrán o el pistacho y que blinda los usos nazaríes.

Fue tierra de sultanes, una propiedad privilegiada por su orientación al sur, su cercanía a la ciudad palatina y la abundancia de agua de la acequia real y hoy pervive como una huerta monumental que blinda un patrimonio de olores, de ritmos marcados por albercas y fuentes. El Generalife, la otra mitad del Patronato de la Alhambra, mantiene el paisaje de huertos y frutales que dibujan el vergel que fue en época nazarí gracias a una apuesta clara por conservar y recuperar aquel espacio de recreo de sultanes construido entre los siglos XII y XIV.

«Las huertas del Generalife constituyen una parte fundamental del paisaje y un referente ineludible de sistemas agrarios en el monumento», ha explicado a Efe la directora del Patronato, Rocío Díaz, que mantiene la apuesta por la conservación de la almunia como espacios de gran valor medioambiental, histórico y cultural.

Este rincón alhambreño conquistó a los conquistadores y logró incluso que un Felipe II dispuesto a deportar a los moriscos granadinos ordenara como excepción que el Generalife mantuviera su mano de obra morisca y, de este modo, el paisaje agrícola y de huertas que ha sobrevivido hasta la actualidad.

«El tratamiento y la gestión de las huertas del Generalife, esenciales para preservar el paisaje, se enmarca en la línea de conservación del Patronato y suma la explotación sostenible de los recursos vegetales», ha apuntado Díaz. Las huertas alhambreñas mantienen el diseño de alineaciones sujetas en terrazas, con árboles y frutales que tiñen el monumento del color de almendros, caquis, membrillos o azofaifos, y que distribuyen el olor de perales y laureles, ciruelos y granados, los dulces y los agrios que son emblema e identidad de la ciudad.

El servicio de Jardines, Bosques y Huertas de la Alhambra se afana en mimar este otro lado del monumento, el que los miles de visitantes que pasan cada día por los Palacios Nazaríes vislumbran desde la Torre de las Infantas o la de la Cautiva.

Se trata además de las únicas huertas medievales de España asociadas a recintos palatinos que siguen siendo eso, huertas ecológicas que en 2018 ofrecieron una cosecha de unos 2.400 kilos de habas, berenjenas, calabacín, calabazas, tomates, granadas y patatas, alimentos que se destinan a entidades con fines sociales.

A los cultivos de esencia nazarí como las alcachofas, las berenjenas, las habas o los ajos, se sumaron desde el siglo XVI otros llegados de América como las patatas o los tomates, pero todos mantienen un cultivo ecológico con maneras ancestrales.

El Patronato de la Alhambra ha diseñado una línea estratégica para conservar y proteger esta porción monumental diseñada por los asurcados de la tierra, el agua de las acequias, las sombras de las moreras o el aroma de menta y albahaca de sus cuatro huertas.

Y en esa línea, la dirección del complejo monumental mantiene la recuperación de especies como el espárrago, considerado un manjar en época nazarí y reintroducido en 2017, el azafrán que el año pasado volvió a colorear la Huerta Grande, o el pistacho, que se perdió de la Alhambra a la que ha vuelto el pasado marzo.

El Patronato también ha recuperado el uso de las bestias -burros y mulos-, encargados del trabajo físico, y esta primavera ha «contratado» a Charcón, un burro de raza andaluza de trece años que se ha encargado de labrar, arar y hacer surcos con un arado romano para convertirse en un atractivo más para los visitantes. Con este mimo a las huertas medievales, el Patronato blinda su vergel digno de sultanes y cosecha una Alhambra para comérsela.