«La fe, el propósito y el sacrificio» según Christian Gálvez en su novela ‘Te he llamado por tu nombre’
Hoy, en El Foco, hablamos con Christian Gálvez (1980), uno de los rostros más conocidos de la televisión española. Ha cambiado de escenario. Ya no lanza preguntas a concursantes: ahora las arroja al alma, a la fe. Lo hace en Te he llamado por tu nombre, su última novela. En ella nos arrastra a una Jerusalén entre el 33 d. C., con Jesús crucificado, y el 70 d. C., bajo el asedio romano. Allí donde la fe luchaba y se rompía en pedazos… y donde el ser humano, incluso en la derrota, buscaba sentido. «Es una novela sobre la fe y el propósito», dice Christian. Pero, como él mismo afirma, «para que ese propósito se cumpla tiene que haber pasión, perseverancia y sacrificio». Y él sabe de sacrificios. Lo confiesa sin rodeos: su verdadero propósito en la vida era ser padre. El camino hasta lograrlo no fue fácil. Hubo dolor. Renuncias. Crisis. Pero hoy, con una familia a la que adora, puede decir que ha merecido la pena. En el fondo, este libro tiene algo de ese viaje interior: de la pérdida a la plenitud, del miedo a la certeza.
También confiesa que creyó mucho… y luego dejó de creer. Años de crisis de fe, de silencio interior. Hasta que volvió a encontrarla. En el trabajo, en el amor, en la amistad, en Dios. En sí mismo. Parte del alma de Jacob, el protagonista de su novela, es suya: un niño que vio a Jesús caer bajo el peso de una cruz y un adulto que, cuarenta años después, duda de la resurrección.
Jacob es sobrino de un zelote. Nació entre espadas. Entre fuego. Y duda. Lucas —el evangelista— lo interroga. Lo desafía. Mientras tanto, Christian interroga también al lector: ¿Fue Judas un traidor o un instrumento necesario? ¿Y nosotros? ¿Qué hemos hecho con la espiritualidad?, ¿la hemos convertido en postureo?, ¿en ruido?, ¿poses?, ¿post?, ¿likes…? ¿En nada?
La novela no rehúye las contradicciones, las heridas, las zonas grises. Al contrario: las ilumina. Christian se atreve a humanizar lo sagrado, a poner voz a los que siempre callaron, y a con su fe —por ella o pese a ella— dudar incluso allí donde otros imponen certeza. En sus páginas, Jerusalén hierve en facciones: fariseos, saduceos, romanos, sicarios, zelotes… ¿Les suena? Dos mil años después, el mundo sigue igual de dividido. Igual de violento. Igual de confundido. Christian escarba en la historia, pregunta con la inocencia de un niño y eleva a las mujeres. Las devuelve al lugar que merecen. María de Magdala, María la madre, Juana, Prisa, Febe… Fueron ellas quienes sostuvieron el mensaje de Jesús cuando los hombres huían, cuando dudaban. Te he llamado por tu nombre es también un manifiesto: por la memoria, por la justicia, por la verdad que resiste al olvido.
En su investigación, Christian devoró fuentes, pero tuvo un favorito: Lucas (el gentil, el médico, el cronista/periodista, el científico que trató de comprender antes de juzgar). Lucas fue quien le ayudó a mirar sin prejuicio. Y desde esa mirada —curiosa, limpia, abierta— construye el corazón de la novela.
En medio de esa búsqueda: Jerusalén. Fue su mujer quien lo llevó hasta allí. Patricia Pardo. Él, frente al Muro de las Lamentaciones y el Santo Sepulcro, sintió el temblor. La punzada. La llamada. Allí decidió escribir esta historia. Y cuando creyó que la había terminado, rompió las últimas setenta páginas y las reescribió. «Ahora —dice— sí es el final que debía ser. Estoy orgulloso».
Ese acto, tan radical como íntimo, resume bien el espíritu del libro: no conformarse con lo fácil, ir hasta el fondo, reescribir incluso lo ya escrito si es necesario. La historia, como la fe, también se corrige, también se redime.
También hablamos del precio de escribir. De exponerse. De las críticas, cada vez más feroces. Él no se esconde: «Hay poca seriedad, poco respeto por el trabajo ajeno». Demasiados titulares inventados. Demasiado veneno gratuito. Pero no se detiene. Ya no. Esta novela, como él mismo, ha nacido del combate. Y también de la luz. Te he llamado por tu nombre no es una novela religiosa —aunque hable de fe—. Es una reconstrucción literaria, emocional y espiritual de lo que significa creer cuando todo tiembla, cuando todo arde. Es también un manifiesto sobre la memoria colectiva, sobre la urgencia de salvar aquello que da sentido a las generaciones, aunque esté fragmentado, discutido o incompleto, porque, como dice uno de sus personajes: «Cuando alguien recuerda, otro sobrevive».
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