Sara Baras regresa a sus ambiciosos orígenes con ‘Vuela’
La bailaora gaditana brilla en el Auditórium de Palma con el espectáculo que celebra el 25 aniversario de su compañía
Cogió el lápiz de una luz brillante para dibujar esa coreografía que la reconciliaba con su maestría de siempre
Si he de ser sincero, hacía años que no disfrutaba tanto con la compañía de Sara Baras. El año 1997, en la segunda edición de la Temporada de Ballet de Mallorca, cuyas diez ediciones tuvieron lugar en el Auditórium de Palma, se presentó Merche Esmeralda con su espectáculo Mujeres, acompañada de dos bailaoras extraordinarias, aunque iniciando sus respectivas carreras: Eva la Yerbabuena y Sara Baras, esta última por aquel entonces embarcada en formar su propia compañía, presentada en público aquel mismo año.
También La Yerbabuena formó compañía propia, visitando la Temporada de Ballet ya en la recta final de su desgraciadamente corta historia truncada por la crisis económica de 2010. Eva y Sara, cuando las vimos por primera vez, encarnaban dos maneras de entender el duende. En Eva eran las raíces puras, mientras Sara ya apuntaba maneras en la órbita del Nuevo Flamenco.
La bailaora gaditana siempre se ha sentido muy cómoda con el público de la isla y, de hecho, vimos desfilar por la Temporada de Ballet sus primeras coreografías, todas ellas inmensas suites y la mujer como referente: Juana La Loca (2000), Mariana Pineda (2002) y Carmen (2007). Fue tal su intensidad en la escena, que marcó a fuego la fidelidad de su público. Eso me pasó a mí también. Con Merche se emborrachó de la belleza en el hacer y volar de los brazos con elegante majestuosidad, de la misma manera que heredaría de Antonio Canales la enorme fuerza expresiva del taconeo en un momento en que la bailaora cimbreaba la cintura y aireaba sus brazos, al tiempo que el bailaor enseñaba su omnipresente virilidad a través del tacón.
Canales y Esmeralda coincidieron en el tiempo (1996-1997) enseñando a Baras el inmenso poderío de todo el cuerpo por igual, sin limitación alguna. Lo que la convirtió en un híbrido perfecto, además de cautivadora sucesora de Carmen Amaya, en la herencia de la libertad absoluta. Todo eso estaba a merced de su creatividad y aquellas suites que he mencionado cautivaron a todos los que disfrutaron de su magia. Después llegó una suerte de rutina, si bien su poderío sobre las tablas todo lo permitía. A mí me distanció.
Esta vez, en cambio, me ha vuelto a enamorar con Vuela, el espectáculo que celebra el 25 aniversario de su compañía, además coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte de Paco de Lucía (2014), a quien dedica esta nueva suite de inmensos tintes líricos. Como toda suite que se precie, Vuela evoluciona en cuatro movimientos: madera, mar, muerte, volar. Impresionante el inicio con aquella silla vacía mientras escuchamos a Paco de Lucía con su guitarra o al menos su recreación. Y lo más importante, en lo referido al espectáculo: una iluminación sobresaliente firmada por Óscar Gómez de los Reyes, que nos acompañará durante el recorrido al completo, creando unas atmósferas envolventes y de una poesía sobrecogedora.
De hecho, el hilo conductor del espectáculo reside siempre en iluminar cada paso escénico, a veces con fundidos a negro –maravillosos, por cierto- a la manera clásica de cerrar cada movimiento y otras, pura poesía sin más. El uso de la iluminación aquí es preferencial desde el momento que dicta cada movimiento a través de unos haces de luz siempre conmovedores.
Un dato a tener en cuenta es que Sara Baras siempre ha cuidado los detalles del cuerpo de baile, hasta el último aliento, y aquí, además, en el inicio con ropajes que aludían directamente a la vestimenta habitual de Paco de Lucía. Seis mujeres, por cierto nada de hombres, salvo Daniel Saltares hermanado algo después con Sara en la seguirilla del tercer movimiento, Muerte.
Me pregunto con algo de malicia, o no, si la ausencia de hombres en todo el recorrido, habitual en anteriores espectáculos, responderá a una corrección política impuesta por el relato progre de la cultura woke. Espero que no.
Un espectáculo, redondo, hasta el punto de sublimar lo que siempre había sido el convencional fin de fiesta de cualquier espectáculo flamenco. Aquí no, por singularidad y brillantez de momentos cedidos a Keko Baldomero, su director musical, y muy especialmente al francés Alexis Lefevre, que se explayó magistralmente en los pizzicatos al violín en una abrumadora caja de música flamenca, tal vez evocando su encuentro de 2015 en Lesmona, con Ultra High Flamenco y la Kammerphilharmonie de Bremen, que todo puede ser.
Sara Baras, en definitiva, cogió el lápiz de una luz brillante, para dibujar esa coreografía que la reconciliaba con su maestría de siempre.
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