OkBaleares

Concejales al volante

Hay imágenes que resumen una época mejor que cualquier discurso. Dos concejales del Ayuntamiento de Petra, mi municipio, participando en un pleno telemático mientras conducen su vehículo, son una de ellas. No se detuvieron ni siquiera para votar. Ahí estaban, con una mano en el volante y la otra, quién sabe, sujetando el móvil donde se decidían asuntos municipales. La política multitarea: servir al pueblo mientras se adelanta un tractor por la carretera.

Uno podría pensar que esto es una anécdota menor, un desliz sin importancia. Pero no. Lo pequeño es lo que delata el fondo. Porque un concejal no sólo representa con sus votos, también con su actitud. Y cuando un representante público decide que puede compaginar la gestión del municipio con la conducción de un vehículo, lo que está diciendo, sin palabras, es que el pleno le importa lo mismo que un atasco en la rotonda.

Desde Vox, no se trata solo de indignarse -que también-, sino de señalar lo que este episodio simboliza: la relajación moral de la política, el hábito de creer que la responsabilidad se puede llevar en el bolsillo como un auricular inalámbrico. Lo público se degrada cuando se convierte en una tarea que se hace «de paso». No hay excusa tecnológica que valga. La comodidad del teletrabajo no puede ser la coartada para la desatención, ni la pantalla del móvil el nuevo salón de plenos. La política, aunque sea en remoto, exige respeto, silencio, concentración.

Y sobre todo, exige presencia. No hay manera de servir a los vecinos si uno no está verdaderamente allí, escuchando. Porque el que conduce mientras habla no escucha del todo; ni el tráfico ni el debate. Se engaña creyendo que puede hacerlo todo y termina no haciendo nada bien. Así se gobierna con el piloto automático y ya sabemos adónde llevan esos viajes.

El ciudadano de Petra, que paga sus impuestos y espera ser escuchado, merece algo más que un representante con el cinturón puesto y el micrófono encendido. Merece un servidor público que entienda que su deber no es asistir al pleno, sino atenderlo. Que la política no es una reunión más, sino el lugar donde se decide si su calle se arregla o si su negocio puede abrir media hora más. Cuando los concejales confunden su tiempo personal con el institucional, la línea entre lo público y lo privado se difumina peligrosamente.

Porque hay un detalle que no conviene pasar por alto: no se pararon ni siquiera para votar. Ni un gesto mínimo de respeto por el acto que da sentido a su cargo. Votar no es un trámite. Es el momento en que el representante ejerce el poder que el ciudadano le ha confiado. Es la esencia misma de la democracia. Desatenderlo equivale a tratar al pueblo como ruido de fondo.

Vox lo dice con claridad: la política no puede ser un pasatiempo entre semáforo y semáforo. Quien acepta el honor de representar a sus vecinos debe entender que ese honor implica sacrificio, atención y una cierta solemnidad. No se gobierna mirando el retrovisor. Se gobierna mirando de frente.

Este episodio en Petra no es un chascarrillo, es un aviso. Cuando algunos políticos pierden el respeto por la institución, la institución pierde el respeto de los ciudadanos. Y luego nos preguntamos por qué la gente desconfía. Pues por esto: porque mientras algunos conducen, los demás seguimos esperando que alguien, por fin, tome el volante de verdad.