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La aventura solidaria de una profesora inglesa en Zambia

Janet Shorten, jefa de Secundaria del Queen's College, ha pasado el verano en una escuela africana

"Algunos niños no sabían ni leer ni escribir, pero estaban ansiosos por aprender"

"Los prisioneros de la cárcel de Livingstone construyeron sillas y pupitres para los niños"

"Nosotros tenemos tanto y ellos tan poco..."

La aventura solidaria de una profesora inglesa en Zambia ha iluminado el verano de un grupo de niños africanos y ha constituido un reto para la jefa de Secundaria del Queen’s College de Mallorca, Janet Shorten, que define su experiencia como «desafiante, pero a la vez frustrante y humillante, porque te das cuenta de que nosotros tenemos tanto y ellos tan poco…». Janet partió de la isla con 1.500 euros recaudados de los estudiantes mallorquines y decidió invertirlos en la compra de sillas y pupitres para 60 alumnos, pero al ver que no le alcanzaba el dinero ideó una alternativa ingeniosa: se dirigió a la cárcel local y llegó a un acuerdo con un grupo de presos para que fueran ellos quienes ejercieran como carpinteros a cambio de esa cantidad. El resultado fue que el material llegó a la escuela en el plazo acordado.

El viaje de Janet tuvo mucho de icónico para cualquier amante de la historia de la Inglaterra victoriana. Zambia fue  llamada hasta 1962 Rodesia del Norte en honor a Cecil John Rhodes, impulsor del utópico proyecto de unir Ciudad del Cabo con El Cairo a través de una línea ferroviaria. El proyecto murió con el ocaso colonial británico, pero sobre todo con el fallecimiento prematuro, a los 48 años, de uno de los personajes claves del imperialismo inglés, cuya herencia dio nombre a dos países, los actuales Zambia y Zimbabue.

Pero incluso antes del sueño megalómano de Rhodes, inmensamente rico gracias a los diamantes sudafricanos, Inglaterra puso en el mapa mundial a la tierra de los bosquimanos cuando el explorador escocés David Livingstone descubrió en 1855 las cataratas del río Zambeze, a las que los nativos makokolo llamaban «humo que truena», y que él bautizó, por supuesto, con el nombre de la reina Victoria. Livingstone fue dado por muerto hasta que, seis años después de partir en búsqueda de las fuentes del Nilo, fue localizado por el galés Henry Morton Stanley, que al verlo le extendió la mano y se presentó con una de las frases más famosas de la historia: «El doctor Livingston, supongo».

El revisionismo histórico actual no deja bien parados ni a Rhodes ni a Livingstone. Ni siquiera a Stanley, pero la ciudad en la que Janet ha pasado el verano lleva el nombre del explorador escocés, está llena de vestigios coloniales y fue hasta 1935 capital del país. En una pequeña escuela para 100 alumnos, con profesores dando clases a la vez a niños de diferentes edades -«porque no hay más»-, compartiendo un solo cuarto de baño para estudiantes y profesorado, Shorten experimentó de primera mano sus enormes necesidades y trató de echar una mano a pesar de que ni con los dos brazos era suficiente para abarcar las carencias extremas de la instalación.

«En todo el colegio había un solo par de tijeras. Tuve que traer papel, lápices y bolígrafos porque no tenían nada. Absolutamente nada», relata Shorten, que se dedicó durante tres semanas a un grupo de cinco niños de doce años «la mitad de los cuales no sabían ni leer ni escribir, aunque sus deseos de aprender rebosaban por todos sus poros». «Se sienten muy felices con lo que tienen. En mi opinión la gente de Zambia es como una botella llena de rayos de sol».

Provista de 1.500 euros entregados por los alumnos del Queen’s College antes de final de curso, Janet se enfrentó al reto de invertirlos en la compra de 60 sillas y pupitres, pero cuando la realidad se topó con las matemáticas no le quedó otro remedio que acudir al ingenio: «Fui a la prisión de Livingstone y llegué a un acuerdo con un grupo de presos para que fueran ellos los que construyeran lo que necesitábamos. Siento una enorme satisfacción al comprobar que el dinero que se me confío fue destinado a un buen fin. Los niños tienen ya sus pupitres y sus sillas».

Este jueves comienza un nuevo curso académico en el Queen’s College en el lado opuesto de la luna de lo que vivió Janet Shorten en Zambia, en la tierra de Livingstone, de Rhodes y de los bosquimanos. Se siente «frustrada por lo poco que tienen y humillada por lo que mucho que tenemos nosotros»,  pero la vida le ha dado una lección que nunca olvidará. Seguro que no tarda mucho en volver.