A VOX lo que es de VOX
Dicen que España no premia a patriotas como Roma no pagaba a traidores. En los idus de marzo, cuando el país, en su mayor parte, celebraba la detención-retención de Putschdemont, el girondino de Waterloo, ciertos medios callan, esconden o niegan la crucial participación que en esa acción y de forma indirecta, ha tenido un partido político, un hecho no menor porque facilita el desconocimiento permanente de la opinión pública. Me refiero a VOX, esa formación en los márgenes demoscópicos que, como ya le pasó a UPyD, toma la iniciativa de la que otros dimitieron. Una constante nacional; cardar la lana para que otros, ya saben, se la acaben llevando. ¿Alguien se acuerda de UPyD cuando empeñó su tiempo y patrimonio en denunciar y perseguir a quienes saquearon Bankia? ¿Algún votante hizo un pacto de conciencia en esa búsqueda siempre inconclusa del político decente y honesto? No busquen recompensa en lo correcto. Los españoles aplauden la honradez, pero la premian en silencio.
De repente, la izquierda populachera se molesta y tacha de ultraderechista al único partido que se ha atrevido a llevar al independentismo ante la Justicia. Y no es fácil. Por la cantidad de tentáculos, dinero e influencias que mueve la maquinaria secesionista, enfrentarse a ella requiere de arrestos. VOX ha conseguido romper sus esquemas programáticos más allá de discursos y debates estratégicos. Si por pedir que se cumpla la ley y llevar a los tribunales a quienes la transgreden en pos de una causa utópica, simbólica y suicida ya eres un peligroso admirador de Hitler, España está llena de primorriveristas. Algunos echábamos de menos cierta testosterona política para enfrentar al golpismo, como pasó en 1981, pero entonces todos fuimos Fuenteovejuna porque Tejero era, simplemente, un señor con bigote y pistola.
En el relato de los hechos, VOX, con ese populismo mainstream —como definió Alain Minc a Macron— tan peculiar de la Europa actual, ejerció de acusación popular contra el Govern en las causas abiertas en el Supremo. Antes, en 2014, ya denunció a la Asamblea Nacional Catalana por hacer listas negras de ciudadanos no afines al procés en numerosas encuestas pro referéndum. Ello le costó a la plataforma independentista 83.000 euros, que tuvo que pagar a la Agencia de Protección de Datos. Luego vinieron las denuncias a Mas y Puigdemont, a Junqueras y los Jordis, a Forn y Turull, a Rovira y Gabriel, a TV3 y Catalunya Radio, en definitiva, a todos aquellos que hicieron de la Narnia indepe el paraíso de impunidad e inmunidad en el que vivían sin dejar vivir.
En lo que respecta a España como nación, sería pertinente una reflexión sobre nuestro futuro más allá de necesitar un relato propio que nos defina y unas esencias históricas que nos expliquen. Porque las hay. Y debería haberlo. Seremos un país maduro cuando se reconozca a los adversarios políticos su cuota de mérito en hacer que la libertad se ejercite y las leyes se ejecuten. Porque la igualdad empieza y termina cuando la ley se aplica. La libertad, por su parte, es el espejo diario en el que se mira una sociedad. Si está sucio, rajado, roto, tendremos gobernantes impúdicos y ciudadanos cómplices del voto comprado.
Nuestra salud democrática adquirirá robustez cuando pensemos más en la conveniencia nacional y menos en la salud del partido. Abrazar y aplaudir sólo las iniciativas, propuestas y actuaciones que emanan de las filas propias provoca un reduccionismo que somete los cimientos del país a entramados de intereses particulares y corrillos de influencers, que sólo buscan el cálido acomodo de la subvención y la tertulia. Y la historia será siempre la misma: nadie escribió aquel capítulo de agradecimientos a UPyD.
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