El SMI destroza a los pobres de izquierdas y a los demás
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A pesar de los enormes inconvenientes que provocará la medida, el salario mínimo se subirá este año. Y se hará porque así lo ha prometido el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Porque, según el lema propagandístico acuñado por el personaje, nadie puede quedar atrás en la “recuperación justa” que invoca, aunque lo cierto es que la decisión consolidará en la pobreza y la indigencia a la gente que peor lo está pasando y por la que asegura luchar. Pero qué más da. El caso es ir socavando las conciencias sobre la base del engaño pertinaz. Por eso, lo que sucede estos días, los escarceos del diálogo con los agentes sociales forman parte del escenario habitual en esta clase de litigios menores en los que se trata de pactar los desacuerdos.
Los sindicatos, que ahora amenazan con salir a la calle si no se aprueba un alza sustancial del salario legal, no harán nada porque este Gobierno los ha inundado de subvenciones y colmado con otra clase de favores inconfesables, y así están callados indecentemente con la explosión del precio de la luz. Estos vasallos se comportarán como ya todo el mundo espera de ellos, como peones de la continuidad de Sánchez en el poder. Y lo mismo cabe decir de los enredos entre la comunista Yolanda Díaz y Nadia Calviño. La primera, proponiendo una subida retroactiva desde septiembre, la segunda porfiando que será en todo caso a partir de octubre. Entre las dos, yo casi me quedo con la marxista. Al menos todos sabemos de qué va. Calviño, que pasaba por el eslabón más presentable del Gobierno, ya tampoco convence a nadie, sólo es capaz de dar pellizcos de monja. El que manda, el que decide, el que impone, aunque siempre contra el sentido común, es el jefe.
Si lo que está sucediendo estos días infaustos con la energía hubiera sorprendido en La Moncloa al PP hace tiempo que las calles estarían ardiendo, varias iglesias se habrían quemado y las televisiones adictas, que son casi todas, estallarían a diario en reproches e improperios demandando la guillotina. Ahora en cambio, la mayoría de los comentaristas, que generalmente desconocen las razones de por qué España padece los precios más altos del continente, se han convertido inopinadamente en expertos en el mercado eléctrico, naturalmente pare exculpar de la causa a Sánchez y a la nefasta vicepresidente Ribera.
En contra de lo que manifiestan, los sindicatos no tienen aprecio alguno por el interés general, ni les preocupa la situación de precariedad que vive gran parte de los trabajadores y mucho menos la angustia que sufren los parados. Si defienden la subida del salario mínimo es porque están pensando sólo en sus afiliados, que trabajan, sobre todo, en grandes y medianas empresas, que tienen retribuciones muy aceptables, por encima de lo corriente, y que, en caso de regulaciones de empleo o de despidos, ingresan una cantidad no desdeñable como compensación. En lo que respecta a la patronal, su comportamiento hasta la fecha ha sido suburbial. Ha tragado con todo a lo que le ha conminado bajo amenazas mafiosas la vicepresidenta comunista Yolanda Díaz, aunque es de esperar que en este caso se plante y diga ya basta. Hasta aquí hemos llegado.
Queda una última cuestión por dilucidar: cuál será la actitud de los partidos de la oposición ante el asunto, porque la subida del salario mínimo es una trampa saducea ante la que posicionarse sin complejos atendiendo al bien común es una suerte de anatema que puede ser usado mezquinamente para arañar votos y atacar a la derecha por retrógrada e insolidaria.
Quizá para huir de la melé partidista y del enjuague político sindical convendría acudir a una institución independiente como el Banco de España, a cuyo frente está una persona con reputación como Pablo Hernández de Cos. Y esta entidad ya diagnosticó hace unos meses que el alza disparatada del salario mínimo de los últimos tiempos, próxima al 40%, habría impedido la creación de más de cien mil empleos. La razón es muy sencilla. Dentro del mercado laboral español hay muchas personas escasamente formadas, incluso analfabetas, y muchos jóvenes recién graduados cuyo poder de productividad está muy por debajo de los niveles de compensación retributiva fijada en el SMI. Si éste sube, su destino natural será el desempleo o la economía sumergida. O ambas cosas a la vez.
En el sector agrícola, por ejemplo, un alza del salario legal puede cargarse la rentabilidad de una cosecha. En lo que se refiere a las trabajadoras del hogar, abocará a una reducción de las horas por jornada o impulsará el mercado negro. Estos son los sectores de la economía en una situación más frágil y a los que condena inexorablemente las políticas supuestamente sociales del señor Sánchez en connivencia con los sindicatos. Pero hay otras muchas pequeñas empresas incapaces de hacer frente a un aumento de los costes que por nimios que parezcan ponen en peligro su sostenibilidad.
Los economistas que todavía porfían por la irrelevancia de las consecuencias del salario mínimo sobre la cantidad de trabajo tienen en mente países con pleno empleo, o cerca de alcanzar el mismo. O países en los que la tasa de paro es relativamente reducida. Pero ése no es el caso de España. España ha encabezado sistemáticamente las estadísticas de paro del Continente y del conjunto de los estados desarrollados y tiene un grado de desocupación juvenil absolutamente insoportable. ¿Qué vamos a hacer con ellos? Jamás podrá favorecerles una subida del salario que los instalará de por vida fuera del mercado de trabajo. ¿A quién afecta el salario mínimo? Al parado y al que no ha trabajado nunca, que bien podría todavía encontrar un hueco a un precio menor.
Como ha escrito con finura y tino el economista José Luis Feito, un gran experto en el mercado laboral, “cuando la economía crece, el empleo aumenta, aunque se haya subido el SMI y con independencia de los mínimos establecidos en los convenios. Pero cuando estos niveles superan ampliamente la productividad de una parte significativa de la población activa, se creará menos empleo en la fase expansiva y se destruirá más en la fase contractiva de la economía de lo que ocurriría con niveles más equilibrados de ambas variables”.
“Por eso la tasa media anual de paro juvenil durante los últimos 40 años se sitúa cerca del 30%, el doble de la tasa de paro total media anual en dicho periodo, a pesar de que el crecimiento medio anual del PIB en estos años ha sido superior al de muchos países de la Eurozona (cuyas tasas medias anuales de paro juvenil o total son menos que la mitad de las nuestras). El avance tendencial del empleo depende tanto del crecimiento del PIB como de la proporción entre los salarios y la productividad”. Por eso es un error esgrimir la creación de empleo durante la fase expansiva de la economía, como hacen el presidente del Gobierno, la ministra comunista y los sindicalistas iletrados y crematísticamente interesados sugiriendo que esto prueba los efectos inocuos del SMI sobre el empleo de los trabajadores más vulnerables.
Por el contrario, estos, los más pobres, aquéllos en situación más precaria, aquéllos a los que siempre dice defender la izquierda, a la que desgraciadamente votan mansos y aturdidos, lo pasarán mucho peor desde el momento en que el salario legal vuelva a subir. ¿Sería posible que los partidos de derechas fueran capaces de incluir esta verdad irrefutable en su argumentario y de persuadir al electorado de las falsedades, iniquidades y perjuicios para el bienestar general, y en particular para las clases trabajadoras de las que habla el marxismo impenitente y criminal, que esconden las políticas progresistas y presuntamente sociales?
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