Un sindicalista cabal, un hombre decente
La muerte de Nicolás Redondo Urbieta, líder histórico del sindicalismo socialista, hombre importante en el proceso de la Transición, nos permite colegir con justeza la situación actual de UGT, aquella organización sindical que el vasco recuperó para la vida democrática española.
No hará falta decir, por conocido, que Redondo Urbieta vivió personalmente como predicaba. Nunca le interesó el oropel, ni el lujo, ni los alardes del poder. Prueba de ello es que en el Congreso de Suresnes se echó a un lado cuando era el candidato preferido para dirigir el PSOE; se lo entregó a Felipe González, al que posteriormente le convocaría la primera huelga general de la democracia.
Nunca le faltaron agallas para enfrentarse a sus propios compañeros de militancia cuando entendía que iban por el camino equivocado. Eso lo pudo hacer, entre otras cosas, porque no se dejó comprar ni dinerariamente, ni siquiera en los gestos de cercanía al enorme poder felipista que se sustanciaba en ocasiones en la famosa Bodeguilla. Esto es lo sustancial desde mi modesto punto de vista en un líder de cualquier condición o cosa.
¿Qué vemos hoy, más de 40 años después en aquel sindicato UGT y también en el hermano CCOO? Unos dirigentes que más que sindicalistas -esto es y valga la redundancia, trabajar para los trabajadores- son meras correas de transmisión del amo político que les llena el buche. Pongamos que hablamos, por ejemplo, de Pepe Álvarez y el yolandista Unai Sordo. Se mimetizan tanto con el poder sanchista que resulta difícil no maliciarse que tienen la capacidad de movimientos muy limitada y todo el mundo intuye las millones de razones por las que se conducen.
Redondo Urbieta entendió también -siempre, pese a ser vasco- que un sindicato de «clase» tiene una seña de identidad internacionalista y jamás hizo el juego al nuevo feudalismo representado en su día por Pujol y Arzalluz. Y eso que intentaron comprarle a él y su organización en no pocas ocasiones. Sus sucesores, sin embargo, especialmente Álvarez y también Sordo, se han entregado al sueño equinoccial, reaccionario y casposo de intentar aupar a unas élites que sólo persiguen su propio beneficio en detrimento de «la clase media trabajadora».
Su hijo, Nicolás Redondo Terreros, conocedor de todas estas cosas, ha recogido el testigo de su progenitor con enorme acierto en la misma línea de honestidad y decencia del padre. Es entendible por qué el sanchismo y sus deudos le odian tanto.
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