¿Y si la OTAN sometiera a Sánchez a una cuestión de confianza?
Pedro Sánchez debería plantearse una cuestión de confianza, pero no en el Congreso, donde los aplausos programados y las olas impostadas están asegurados. No, su verdadera prueba estaría en una sala llena de aliados de la OTAN, esos que no se tragan discursos vacíos ni juegos de trileros. La pregunta sería directa: «¿Alguna vez cumplirá sus compromisos, o seguiremos jugando al Monopoly geopolítico con billetes falsos?».
Porque si hay algo que le fascina a Sánchez más que el multilateralismo, es el multilateralismo woke: posar para la foto, soltar peroratas eco-progres en foros internacionales y dejar promesas a medio hornear, como si la política exterior fuera un bufé libre donde nunca hay que rendir cuentas.
El Gobierno español ha convertido el incumplimiento en política de Estado. La defensa nacional, ese pilar básico que garantiza la soberanía y protege a los ciudadanos, sigue siendo la hermana pobre del presupuesto: la que hereda ropa vieja y sobrevive con las migajas que caen de la mesa. Porque claro, el dinero está reservado para prioridades más urgentes, como observatorios inútiles o campañas surrealistas que enseñan a pelar un plátano. Entre tanto derroche en chorradas, hablar de llegar al 5% del PIB en gasto de defensa es como imaginar a Sánchez renunciando al teleprompter: pura ciencia ficción.
Ni siquiera cumplimos el mínimo compromiso del 2% del PIB, ese que es tan obligatorio como los deberes del colegio. Cerramos 2024 con un paupérrimo 1,28%, compartiendo la cola del ranking con Bélgica y Luxemburgo, países que caben en el salón de un adosado de Alcorcón. Pero no pasa nada, porque Sánchez tiene su truco: vender cifras absolutas para despistar a los despistados. «Somos el octavo contribuyente en términos absolutos», dice con la misma solemnidad con la que un vendedor ambulante trata de colarte un “Rolex” fake.
El problema es que los aliados ya no compran humo. Mark Rutte, flamante secretario general de la OTAN, no es solo el embajador de las exigencias de la Alianza Atlántica, sino también la voz en off de lo que vendrá después. Porque Rutte, que parece haber tomado nota del estilo implacable de Trump, no se limita a pedir más gasto en defensa: su visita es la antesala del aviso final. «Hay que gastar más, y no en 2029, sino ahora», sentencia con pragmatismo neerlandés. Pero pedirle a Sánchez urgencia es como esperar que un adolescente apague la PlayStation al primer intento: misión imposible.
En su lugar, lanza excusas de manual: que si «la seguridad va más allá del gasto militar», que si «hemos aumentado un 70% en la última década»… Un festival de justificaciones que hace sonrojar a nuestros aliados. Porque, no nos engañemos, el presidente español es como ese colega que nunca paga la cena, pero siempre pide postre, café y chupito.
Lo más grotesco llega cuando Sánchez pide a la OTAN que se implique más en crisis internacionales. Ucrania, Putin, las amenazas globales… España reclama todo, pero aporta lo justo. Se ha convertido —por mediación del presidente— en el vecino que no paga la comunidad, pero exige que el jardín esté perfecto y el ascensor funcione sin fallos. Lo que Sánchez no parece entender es que esa estrategia de vivir de la buena voluntad ajena tiene fecha de caducidad. Trump ya dejó claro que Estados Unidos no quiere seguir siendo el eterno pagafantas de Europa.
Por nuestra posición estratégica, España debería ser un pilar de la OTAN, un aliado fiable y sólido. En cambio, somos ese eslabón débil al que se tolera por el momento. Sánchez sigue actuando como si las amenazas globales fueran un episodio de Los Juegos del Hambre: dramático para los demás, pero ficticio para él. Habla del «multilateralismo del siglo XXI», pero lo traduce en aplazar compromisos y esperar que el próximo inquilino de Moncloa solucione el desaguisado. Si seguimos así, España corre el riesgo de ser relegada al club de los países irrelevantes, condenándonos al papel de meros espectadores en la conferencia de Bandung 2.0, esa versión vintage de lo que hoy conocemos como los BRICS: los no alineados del siglo XXI, grupo en el que el propio Trump nos incluyó el día que juró su cargo.
En un mundo inestable, las excusas y las fotos bonitas no son suficientes. Mientras otros se preparan para los desafíos del mañana, el Gobierno sigue mirando hacia otro lado, como si la seguridad nacional fuera un lujo que siempre puede esperar. Porque en Moncloa, al parecer, la defensa es esa tarea que siempre se deja para el próximo lunes. La pregunta pertinente es si, cuando llegue ese lunes, aún quedará algo por defender.
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