Saltimbanquis políticos
Siempre me resultó hiriente la palabra del politiqués que, mucho antes de corromper su alma, decidió corromper su lenguaje, instalando el arte de birlibirloque como estrategia retórica oficial. La suerte del trilero político es, sin duda, la más acusada hoy en la España de moral decadente y laxitud extrema que camina hacia un precioso precipicio sin más fondo que la ruina general labrada a golpe de apatía.
Celebran los próceres del consenso el acuerdo que el bipartidismo firmó en Bruselas para la renovación del CGPJ como el remedio de Fierabrás democrático que los españoles llevaban ansiando toda la vida. Quizá, los sufridos contribuyentes e ilusos votantes cautivos desconocen que tan publicitada firma no les solucionará ninguno de sus problemas actuales, que nada cambiará en la política española porque nada se ha despolitizado; al contrario, dicha entente cordiale se ha producido por la intermediación de las principales empresas españolas, temerosas de que se congelara a España la próxima remesa de fondos europeos, tal y como se había avisado desde el núcleo burócrata de la Comisión.
Si no se renovaba el CGPJ, la pasta corría peligro. Y si no llegaba el parné, los miles de millones comprometidos en el BOE a los amigos de Sánchez, peligraban también. Esto hizo sentar a algunos popes del IBEX con el Gobierno y la oposición para que dejaran sus zarandajas a un lado, sonrieran unos minutos en Bruselas y presumieran, cada uno por su lado y ante su fiel parroquia, del éxito conseguido. Volvemos al punto de partida: bipartidismo sin solución, pero con mucha continuidad.
¿Por qué era necesario dar este paso ahora después de cinco años bloqueando su renovación y manteniendo, con firmeza y claridad, que con el autócrata que había asaltado las instituciones del Estado no se negociaba nada más? ¿Cómo puede venderse la total despolitización de dicho órgano y ámbito cuando la mayoría de los vocales del CGPJ deben su nombramiento a la propuesta o petición de un partido político? ¿Por qué debemos creer que la Comisión Europea, por mucho informe que reciba, va a intervenir para frenar el deterioro democrático que el sanchismo está provocando en España? ¿Y si tan beneficioso es el acuerdo, por qué no se hizo antes y por qué no pactan aquí como en Europa?
El pueblo está a otra cosa. Y no entiende de bonitas amistades, pero sí de principios quebrados. Lo que ven es a dos partidos que en Bruselas dicen sufrir un idilio mientras en España protagonizan el enésimo insulto a la convivencia. Cautivos de intereses particulares, la economía española seguirá vigilada y presa de sus deudores en ese falso estado de bienestar perpetuo que la burocracia europea ha impuesto para beneficio personal y económico de los abajo firmantes del acuerdo.
Pregúntense el lector por qué Sánchez ha votado siempre lo que Alemania y Francia deseaban o necesitaban, y con él, muchos eurodiputados españoles, no sólo socialistas, en contra de los intereses de agricultores, ganaderos, autónomos y pequeños y medianos empresarios de España. O mejor, no se lo pregunte. Habría que explicarle primero cómo llegan al poder y parasitan en el cargo los saltimbanquis políticos. Porque el trilerismo ideológico, sufrido contribuyente, de algo tiene que vivir.
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