¿Quién teme a la ultraderecha?
Estos días ha causado revuelo la decisión de Iván Espinosa de los Monteros de cerrar su etapa política, por lo menos en Vox. Esto, como cualquier situación apurada del adversario, puede favorecer a un PP que podría recuperar un porcentaje aún mayor de voto del que ya volvió a sus filas en las elecciones del mes pasado. Incluso podría relamerse soñando con que el partido de Santiago Abascal entre en una fase de colapso como la que se ha llevado por delante a Ciudadanos.
La salida de Espinosa de los Monteros se achaca al avance de las posiciones del sector más extremo, zona en la que destaca el eurodiputado Jorge Buxadé. Buxadé es catalán y más joven de lo que parece pues tiene 48 años. Y así y todo se las ha arreglado para ser, como leo por ahí, un «ultracatólico» vinculado al Opus Dei, y para haber sido, justo al cumplir veinte, candidato a mediados de los noventa por Falange Española de las JONS al Parlamento de Cataluña y por Falange Española Auténtica al Congreso un año después. Con escasa oferta para su perfil en el mercado de los partidos, se integró en el PP de José María Aznar en 2004 como afiliado. Pero mientras tanto fue presidente del Foro Catalán de la Familia, una asociación provida cercana a Hazte Oír y, en su vertiente de activista contra el independentismo, como abogado del Estado recurrió aquel estúpido referéndum de independencia en el que se metió el ayuntamiento de Arenys de Munt en septiembre de 2009. En 2015 se integró en un Vox post Vidal-Quadras (liberal y ateo reconocido).
El nacionalcatolicismo local se une a una corriente que crece. ¿De verdad hay que temerla? En Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos creen que la democracia enfrenta serias amenazas. Las recientes victorias electorales de los Hermanos de Italia, los Demócratas de Suecia y la Agrupación Nacional Francesa, partidos con raíces de extrema derecha, incluso neonazis, llevaron a muchos a proclamar que «el fascismo estaba regresando». The Guardian, por ejemplo, declaró que las elecciones españolas, celebradas el pasado fin de semana con el partido de derecha Vox potencialmente preparado para formar parte de una coalición gobernante, eran «una batalla clave en la lucha en toda Europa contra el neofascismo».
¿Está justificado ese pesimismo? Viendo como la izquierda ha blanqueado la delincuencia independentista y ha forzado una «ideología de género» absolutamente discriminatoria e injusta en este país, con la consecuente alarma social ante leyes nacidas del revanchismo oportunista y la ideología trasnochada, estamos expectantes. Recordemos, por recientes, la del «Sólo sí es sí» o esa Ley Trans que lleva tan al extremo la burla anticientífica que considera al sexo como un «espectro» (ahora mismo un hombre biológico al que hay que llamar «mujer trans» ha dejado embarazada a una reclusa en una prisión española de mujeres). Así que estaría justificado esperar unos buenos fuegos artificiales desde el otro lado.
Sin embargo, la evolución de los Hermanos de Italia, los Demócratas de Suecia y la Agrupación Nacional Francesa, por ejemplo, no ha ofrecido hasta ahora nada similar. ¿Será cierto que cuando se llega al poder se alejan del extremismo, moderaran sus llamamientos y parecen comprometerse en jugar según las reglas democráticas? Depende de la fortaleza de las instituciones de los países. Y, en España, si nos fijamos en lo que ha llegado a hacer el extremismo de la izquierda y el nacionalismo periférico, tranquilos, tranquilos no estamos.