Que me dejen en paz, ‘Taxes included’
En 1248, cuando los castellanos llegaban a Sevilla, Ibn Jaldún tuvo que huir de la hacienda que su familia tenía en Dos Hermanas. Pero así pudo seguir estudiando y escribiendo, y nos enseñó aquello que Laffer mostraría con su curva ocho siglos después: que subir impuestos no siempre conlleva recaudar más, ya que, a partir de cierto punto, una menor tributación aumenta la recaudación al incentivarse la actividad económica y el consumo y emerger la economía sumergida.
A mí me gusta más como lo decía Ibn Jaldún: “Si el sultán basa su señorío en el beneficio de sus vasallos y en un gravamen moderado y justo, entonces el pueblo seguirá al monarca haciendo suya su causa. El pueblo trabajará con ánimo sabiendo que el producto de su laboriosidad redunda en su propio interés…y la producción aumentará a la par que el número de contribuyentes y los ingresos del Estado”. El sabio moro era de la opinión de que «cuanto más ricos y numerosos son los súbditos tanto más dinero posee el gobierno» (De Escartín y otros, 2012).
Otra andaluza, llamada Susana Diaz, se empeñaba en lo contrario, y en enero de 2017, en plena conferencia de presidentes se quejaba, con serio desparpajo, de la competencia que Madrid y Baleares hacían a los demás con su menor fiscalidad.
Eso sí, también reivindicaba por aquel entonces autonomía para, por ejemplo, reducir la jornada laboral de sus 270.000 empleados (como si eso no costase nada). Muchos otros presidentes asentían con su silencio, porque todos querían más y más, defensores del pueblo, liberados sindicales, observatorios, administraciones territoriales, consejos y consejillos, subvenciones y subvencionillas. Y algunos hasta embajadas en el extranjero o ayudas al independentismo. Y todo eso hay que pagarlo, claro.
Ahí estaban todos ellos, despilfarradores disfrazados de Robin Hood, diciéndonos que solo recaudan a los ricos y que todo es para colegios y hospitales; el mismo discurso de siempre, porque aún hay votantes que se lo creen.
Ahí estaban y ahí siguen, pidiendo con una mano y derrochando con la otra, como un adolescente irresponsable que quiere independencia pero sin obligaciones. Unos gobernantes que quieren gastar pero no competir y, cuando haya problemas, eso sí, que venga el Estado, con sus planes de ayudas o prestamos sin interés, a socorrerles.
Pero hete aquí que Madrid ahí sigue, cuatro años después, convertida en refugio fiscal (otros dicen paraíso). Y la paciencia de Rufianes y cia tiene un límite y así se lo han hecho saber a Sánchez, que para eso come en su mano.
Ante ellos Isabel Diaz Ayuso, convertida, nada a su pesar, en enfant terrible del sanchismo, sigue empeñada en dar la razón a Laffer y ha dicho algo tan transgresor como que “a Madrid se viene a que le dejen en paz”, Taxes Included, podría haber añadido.
Pues ya sabe, querido lector, porque estas cosas se piensan cuando se vota. Tendrá mucho para elegir. Pero no le costará lo mismo lo que decida.
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