Qué barato resulta asesinar en España
La condena de cinco años de prisión al militante antisistema de ultraizquierda Rodrigo Lanza por la muerte, en diciembre del 2017, de Victor Laínez, que cometió el “delito” de llevar unos tirantes con la bandera de España, demuestra lo barato que resulta asesinar en España. Tras el veredicto del jurado popular, la Audiencia Provincial de Zaragoza le considera culpable de homicidio imprudente.
Lanza, recordemos, agredió a su víctima con alevosía, pero según el tribunal, en una interpretación libérrima y subjetiva, considera que no buscaba provocar la muerte. Sorprende, además, que el tribunal le aplique un agravante por motivos ideológicos y, sin embargo, entienda que fue víctima de un arrebato que sirve al homicida de atenuante. El juez no ha tenido en cuenta la agravante de reincidencia, insólita decisión porque Lanza ya había estado en prisión acusado de dejar tetrapléjico a un agente de la Guardia Urbana de Barcelona. No se entiende bajo ningún concepto que el tribunal reconozca que Lanza actuó por motivos ideológicos y, al tiempo, le rebaje considerablemente la pena por encontrarse en situación de “arrebato”.
En definitiva, Lanza, al estar a punto de cumplir dos años en prisión, será puesto en libertad antes de la primavera. Pocas veces un asesinato ha tenido tan escasa consecuencia penal. La pregunta es evidente: ¿Qué habría pasado si la víctima hubiera sido un joven radical antisistema? La respuesta es obvia: que a estas horas la izquierda más extrema se habría echado a la calle reclamando justicia. Hoy, la izquierda radical antisistema guarda un hipócrita silencio. Hace unos años, Lanza era para Podemos y algunos periodistas una víctima a la que rindieron homenaje tras presentar un cortometraje infecto. Ahora, están callados.
Las únicas víctimas fueron el guardia urbano al que dejó tetrapléjico y Víctor Laínez, que murió a manos de un homicida inflado de odio por llevar unos tirantes con la bandera de España. A Lanza le han caído 5 años. Visto su historial, la condena tiene más de premio que castigo. Quienes ensalzaron vilmente su «rebeldía frente a las injusticias» pueden estar contentos.
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