Puigdemont: el William Wallace de Gerona
Carles Puigdemont juega a ser el ‘Braveheart’ catalán, el William Wallace de Gerona que conseguirá crear la ‘República de la Estelada’ para liberar a las cuatro provincias del nordeste ibérico del yugo del «totalitario» y «franquista» Reino de España. Sus declaraciones suenan altisonantes, desafiantes, valientes. Ante los micrófonos de las radios y las televisiones no hace más que pedir “libertad” y acusar con ‘galladía’ los abusos del ‘totalitario’ Estado opresor con sede en Madrid.
Esto es la propaganda, pero analicemos la realidad de las cosas: Puigdemont huyó en el maletero de un automóvil. Salvo el susto que tuvo en Alemania, en el land de Schleswig-Holstein, el separatista ha evitado cualquier país en el que pudiera tener problemas. El pasado martes, a pesar de que su entorno jugó al despiste con una posible aparición del prófugo en Estrasburgo con motivo de la sesión inaugural de la nueva legislatura del Parlamento Europeo, no se atrevió a cruzar la frontera francesa. Ni él, ni su ‘bravo’ escudero Toni Comín, que en los últimos años ha batido todos los récords de transfuguismo político. Tras su paso por las listas del PSC, ERC y JxCat, sólo le falta militar en VOX y en Foro Asturias. Pero denle tiempo y un cargo, y allí le veremos.
El líder de JxCat en el «exilio» mandó a sus fieles a que se pegaran centenares de kilómetros con sus esteladas y lazos amarillos para viajar a esta ciudad francesa, pero él no se presentó, porque prefiere comer mejillones en libertad en un país en descomposición como Bélgica, que defender el proyecto delirante de la ‘República catalana’ ante los tribunales españoles. Éste marrón ha dejado que se lo coman Oriol Junqueras y el resto de políticos en prisión preventiva porque Puigdemont gusta que otros sufran los problemas por él. Hasta los más modestos de sus fieles, algunos de los cuáles se quedaron tirados en tierra en su periplo hacia Estrasburgo porque Easyjet canceló un vuelo. Eso nunca le pasaría al bueno de Carles, acostumbrado a viajar a todo trapo a costa del contribuyente.
Todos los españoles estamos acostumbrados a escuchar las bravatas de Puigdemont, y del secesionismo en general, acerca de que “el mundo les mira” y que la opinión pública internacional está pendiente de la “causa” por las “libertades catalanas”. Tan “pendiente” está que Josep Borrell, uno de los azotes del secesionismo, será, cuando el PE lo refrende, el próximo responsable de la diplomacia de la Unión Europea. Interesante. Nuestro dúo de héroes, Carles y Toni, amaga con ir a Estrasburgo para reclamar “sus derechos” y en el interín nombran a un “mal catalán” para ser la imagen exterior de las instituciones comunitarias.
La estrategia del abogado Gonzalo Boye y sus aliados para “internacionalizar” la situación de Puigdemont va viento en popa, y en apenas una semana han cosechado triunfo tras triunfo. Aparte de “lo” de Borrell, el Tribunal General de Justicia la UE también negó el escaño de eurodiputado a la pareja de Waterloo y la Comisión Europea rechazó registrar una iniciativa promovida por el autodenominado Consell de la República y la ANC para que se aplicara a España el artículo 7, el mecanismo previsto para sancionar a aquellos países que violan los valores de la UE, cuya última consecuencia puede ser la pérdida del derecho a voto en el Consejo Europeo.
Puigdemont se ha convertido en un personaje digno de un tebeo. De la misma manera que se hicieron populares, gracias a la genialidad de Francisco Ibáñez, las sagas ‘Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio’ o ‘Mortadelo y Filemón, agencia de información’, solo falta que a algún sagaz dibujante le dé por crear ‘Puigdemont, Braveheart de ocasión’. Si necesita guionistas, que cuente conmigo a cambio de unos mejillones de Waterloo y una botella de ratafía.
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