El PP no tiene quien le escriba
El título naturalmente está clonado de aquella pequeña novela de García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, que, según el propio Premio Nobel, era lo mejor que había escrito nunca. Es más: dejó dicho que sin esta obra, su gran aportación literaria, Cien años de soledad, nunca hubiera visto la luz. El argumento se resume en dos líneas: un viejo militar se pasó la vida mirando correr los días a la espera de una pensión que nunca le llegaba; nunca le escribían quienes debían otorgársela. Desde luego que hay mucho gentío en el mundo que se desespera a diario constatando que no hay nadie que le escriba; más aún ahora cuando el género epistolar ha caído por el sumidero de las relaciones humanas. Pero dirán: ¿qué tendrá esto que ver, la frustración de don Sabas, o de la que sufren, al borde de la depresión, millones de personas en el mundo, con la razón de este título? El motivo es más pedestre, pegado a nuestra actualidad política.
Es éste: algunos dirigentes del Partido Popular no es que se quejen de que «no tienen quien les escriba»; no, se lamentan de que los que escriben del Partido Popular siempre les ponen pegas, aunque sean contradictorias. Hablando hace unos días con uno de estos dirigentes, diputado por más señas, confesaba su medido enojo: «Es curioso, -me decía- desde que Feijóo es presidente del PP nos han perseguido en sus escritos con la monserga de la blandenguería de nuestro jefe; pues bien, ahora, tras su intervención en la investidura de rival, y a la vista de la persona que ha elegido como portavoz en el Parlamento, un individuo de perfil muy duro, según ellos, denuncian que Feijóo ha apostado por la aspereza y la rudeza en esta nueva etapa política». El cronista por su parte ha hecho una breve introspección en Galicia, de donde procede Tellado, para saber si allí, en su tierra, el portavoz recién nombrado tiene, o tenía, fama de agreste o intemperante. Nadie me ha dicho que sí.
¿Hay contradicción evidente entre los que exigían no hace mucho tiempo mayor severidad retórica, dialéctica, política en suma y los mismos que ahora denuncian ese rigor brutal en la propia elección del portavoz en el Congreso? Habrá que esperar tiempo para comprobar cuál de las dos posturas es la más cierta, pero harán falta menos días para confirmar que algunos, bastantes, analistas no se rebajan en sus escritos de dos latiguillos: el «sí… pero» o, en el peor de los casos, el «no es eso, no es eso». Feijóo ha realizado un enjalbegado nada revolucionario en su dirección, y ha recibido como respuesta general un aprobado condicional, un «necesita mejorar». Ahora lo que se va a estilar es advertir que los nombres no bastan si detrás no hay un plan; esa es la crítica que vienen realizando muchas veces los que nunca han ofrecido una sola idea útil para entronizar la alternativa de la derecha nacional. Es seguro que cuando indagas en los argumentos de los pejigueras, en las ofertas que ellos pueden plantear para hacer una oposición más eficaz, la respuesta suele ser ésta: «No es de nuestra incumbencia».
Quizá se interprete que este cronista está efectuando una admonición, todo lo pausada y morigerada que se quiera, a estos especímenes que describo sin nombrarlos. Que se tome como se quiera. Hace 48 horas denunciaba en otra crónica en este mismo diario el objetivo descarado que tiene nuestro Gobierno leninista de cerrar medios, de controlar descaradamente la información desde un siniestro departamento de La Moncloa. A los gestores de la oficina siniestra les atribuimos de consuno un ingenio sin límites, al borde mismo de ser los mejores influencers de todo el mundo. No es así: verdaderamente esos seiscientos y pico asesores que pagamos con nuestros confiscados impuestos, no han parido desde que Sánchez ha asaltado del poder ni una sola idea original, todo son respuestas a las metepatas de la derecha. Desde este punto de vista podríamos rectificar mínimamente el título de cabecera, y exponer algo así como esto: la derecha escribe para los demás.
Para los demás que le acribillan con sus resbalones. ¿Cómo no aprovechar desde la mencionada oficina siniestra aquellas declaraciones que tildaba a Junts de partido «impecablemente democrático»? ¿Un chollo para los oficinistas del zulo sanchista? O, ¿cómo no volverse locos de contento desde la Moncloa contemplado el errático verano azul del Chanquete popular? ¿O cómo no botar de alegría oyendo a un jerifalte decir en plena campaña electoral que «vamos a aplicar de nuevo el 155»? Quizá proceda otra matización: el PP no tiene quien le escriba, pero a veces sus peores escribanos los tiene en su seno. Es difícil para Feijóo, eso no tiene duda, acreditar que sí, que tiene un plan político para confrontarse con la ultraizquierda gobernante, que el plan que presentó en las elecciones sigue siendo válido para oponerlo a las ocurrencias bestiales de Sánchez y su cuadrilla de barreneros. Es difícil porque la realidad es como sigue: siempre -eso está acreditado- los escritores de izquierdas serán unos personajes comprometidos con la verdad y el progreso, y los de derechas unos individuos independientes que incluso creen que los siniestros en el machito les van a perdonar por su ideología.
Todo esto es así, pero sigue siendo cierto lo antedicho: el PP no tiene quien le escriba. A algunos pusilánimes les parecerá insoportable esta reflexión pero me pertenece y la defiendo como cronista de toda la vida; los periodistas de izquierdas tienen bula, todo el derecho a mostrarse como tales, los de derechas, si se retratan como son aparecerán como literalmente vendidos a los intereses del antiprogreso, lo que antes se llamaba el «gran capital». Hace años escuché a varios periodistas del felipismo: «Estamos comprometidos con un Gobierno progresista». Y se quedaron tan panchos. Ahora mismo, ¿podríamos oír esto mismo a un grupo de informadores de derecha: «Estamos comprometidos con una oposición decidida al sanchismo»?. ¿A que no? Es más elocuente y preventivo colocar «peguitas» del tipo referido; «Si… pero» o esto otro: «Lo que tiene que hacer Feijóo es…». Y luego no se dice nada de lo que hay que hacer. A este cronista, cuarenta y pico años de profesión y exposición a todo tipo de presiones y de incitaciones al mal, le importa una higa la reacción pastosa de los infrascritos. La cosa es así, ¿o no?, diría Rajoy.
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