Mensaje de Navidad del Rey: un medido equilibrio entre los aciertos y los errores
El mensaje navideño del Rey Felipe, el cuarto que dirige a los españoles desde su proclamación, fue un amplia reflexión sobre la situación actual de España en la que el monarca puso en ambos lados de una precisa balanza los motivos para sentirnos orgullosos por una parte y los amplios fallos que se han de corregir por la otra.
Cataluña estuvo muy presente en la alocución del Jefe del Estado, a cuyos representantes recién elegidos recordó su obligación de «afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes» y no volver de nuevo «al enfrentamiento o a la exclusión que sólo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y económico».
Lo sorprendente del mensaje del monarca fue que a pesar de reconocer al principio que 2017 ha sido «un año difícil para nuestra vida en común», inmediatamente dio paso a una larga y prolija explicación de los motivos que tenemos los españoles para sentirnos orgullosos por los logros obtenidos en los últimos cuarenta años: asentar definitivamente la democracia, hacer realidad un país nuevo y moderno que figura entre los más avanzados del mundo, superar hace décadas un intento de involución de las libertades, ser parte esencial de la Unión Europea, hacer prevalecer la vida, la dignidad y la libertad de las personas frente al terrorismo, en definitiva, llevar a cabo la transformación más profunda de la historia
de nuestro país.
Don Felipe calificó todos esos pasos de «gran salto» que ha sido posible gracias, según él, a una España abierta y solidaria, no encerrada en sí misma, que reconoce y respeta las diferencias, la pluralidad y la diversidad con un espíritu integrador y con una irrenunciable vocación de concordia.
De esa visión optimista, don Felipe pasó, como es lógico y para no ser tachado de triunfalismo, a enumerar los fallos que se han cometido en esas cuatro décadas y que es imprescindible corregir. En ese capítulo no se quedó corto el Rey al señalar como preocupaciones de primer orden las consecuencias y daños causados a las familias por la crisis económica. Para subsanarlas, el monarca subrayó como prioridad esencial la creación de puestos de trabajo estables y no dejar caer en el olvido la responsabilidad de afrontar las desigualdades y las diferencias sociales.
Frente al peligro yihadista, sufrido este año en Barcelona y Cambrils, el monarca puso como parapetos la unidad democrática, la firmeza del Estado de Derecho y la cooperación internacional, únicos caminos para vencerlo.
El Jefe del Estado no eludió el incómodo asunto de la corrupción, una de las
principales preocupaciones de la sociedad, frente al cual hay que seguir tomando las medidas necesarias para su completa erradicación. Solo así, dijo don Felipe, los ciudadanos podrán confiar plenamente en la correcta administración del dinero público.
Y tampoco quiso dejar en el olvido en su discurso navideño a las mujeres que, en un silencio tantas veces impuesto por el miedo, sufren la violencia de género. Una lacra inadmisible que nos hiere en nuestros sentimientos y que nos avergüenza e indigna.
El mensaje de Navidad del Rey, celebrado este año en el Salón de Audiencias,
terminó con un llamamiento a sentirnos, sin complejos, orgullosos de todo lo que hemos conseguido, porque es mérito de todos. Pero también y sobre todo confianza en lo que podemos alcanzar juntos con una fe firme en nuestras convicciones y capacidades. Si lo hacemos así, aseguró el monarca, el año que viene y los que vendrán después serán mucho mejores, sin duda.
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