El legado envenenado de Aznar

El legado envenenado de Aznar

La actualidad política de la semana pasada vino marcada por el 25 aniversario de la victoria electoral de 1996. Vale la pena leer el artículo del pasado domingo de nuestro director, Eduardo Inda, comentando varios aspectos de lo dicho la semana pasada. Al conmemorarse el aniversario, Aznar se quejó de que él entregó un partido unido y con sus sucesores la derecha se fragmentó. Habló también Mayor Oreja (y se ratifica hoy en ‘la Tercera’ de ABC): el PP, si vive en la confrontación con Vox, ha perdido su objeto social pues se refundó para unir.

Lo primero que cabría decir es que lo importante del legado de Aznar no es el partido, sino su acción en el Estado. No habría estado mal recordar los aspectos fundamentales de la política en aquella España que iba bien (demasiado bien, a juicio de algunos enemigos), saber detectar el punto de inflexión en que terminó (11M) y las diferencias de una política posterior bastante menos exitosa. Comentar estas cosas habría sido lo interesante en ese 25 aniversario. Pero como la partidocracia no da para más, comentaremos lo otro:

Aznar levantó, sobre la base de la ya de por sí amplia AP, un partido en el que confluyeron todas las corrientes del centro derecha. Un partido que, después de doce años de felipismo, llegó al poder prometiendo bajar la presión fiscal y el gasto público, mayor cohesión nacional, derogar el aborto, expandir la libertad de enseñanza con el cheque escolar, combatir la corrupción, devolver la independencia al poder judicial, desclasificar los papeles del CESID, y mano dura con el terrorismo. La mayoría de estas cosas las incumplió. Tras la primera legislatura, el electorado perdonó el incumplimiento porque el PP no tenía mayoría absoluta. Tras obtenerla, Aznar huyó de aquellos compromisos y desarrolló un centrismo atlantista que fue percibido como derecha dura, que tenía elementos positivos, pero que en sustancia no cuestionó el marxismo cultural. El resultado es conocido: dio continuidad a la España del PSOE, y la España del PSOE continuó…

Pasados los años, una parte de su partido consideró que faltaba contundencia frente al secesionismo, la corrupción y la falta de independencia judicial, y se fue con Ciudadanos. Otra parte echó de menos la defensa de la familia, la vida, la libertad y la identidad patria, y se fue a Vox. El resto del PP se quedó en medio, sin apenas capacidad de unir, y con unos líderes que no se privaron de confirmar a los fugados que hicieron bien en irse (discurso de Rajoy en Elche, discurso de Casado en la moción de censura, etc).

La relación de la situación actual con el legado (envenenado) de Aznar es muy estrecha. Aznar recibió un partido de hondas raíces ideológicas y limitó sus esfuerzos a convertirlo en una maquinaria electoral antifelipista en la mayor indefinición ideológica posible. Hoy las ramas de sus raíces se ha separado, y se da la paradoja de que lo que queda del PP es el partido más felipista del arco parlamentario: el propio Casado ha reivindicado que el PP representa mejor que el PSOE al voto socialdemocrata. Felipe González podría ser presidente de honor del partido y no resultaría extraño. Pero entonces, ¿qué sentido tiene ya el PP?

Aznar se queja estos días. Pero creo que se equivoca al señalar a los culpables. Las ramas se suelen secar cuando se separan de la raíz. Y la separación se produjo ya en tiempo de Aznar. Lo que ha pasado después es solo el efecto natural de un legado envenenado que fue pan para entonces y hambre para ahora.

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