Opinión

El gran Pacto de la Boñiga de Estado

Me descomo cada vez que me hablan de un “Pacto de Estado”. Me descomo es mi nuevo recurso para evitar confesar que “tengo unas ganas descontroladas de evacuar”. Porque “cagarse” no es propio de un Ángel de Inda, aunque sea una Gracia pendenciera de la encarnación ultraliberal. “Hacérselo encima” recuerda a más Ricardito y al Cuco de Torrente 5. O acaso al mondadientes de Barragán, así que diré me “descomo” para poderlo evitar. ¿Es que no son estos mancebos de 40 tacos que defienden la educación púbica y de Kalidá los de la generación del “me voy a la tienda a descambiar”? ¿No lo son las CEAPA y mareas verdes contra los deberes, las reválidas y el esfuerzo por ser estos látigos de Franco, la Santa Sede y el Capital? Los pactos de Estado son la genuflexión política para comprar con nuestra pasta la satisfacción sindical. Moral, política y carnal. Y la última es la suscrita como Gran Pacto de Estado Social y Político por la Educación que establece que para pasar de la ESO al Bachillerato basta con 2 cates y menos de un 5. El analfa-Estado para comprar la paz social.

“¡Pero Paqui! ¡Qué la crack de la niña nos ha sacado un 4,5! ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes y era una boñiga? ¡Pues ahora es una boñiga con ambición! ¡Ay, Pepe! ¡Que ahora el PSOE enviará a mi chica a luchar contra el patriarcado desde la Junta de Andalucía gracias a su dominio del movimiento circular del escobón! ¿O nos la colocará de Pedro Sánchez? La facción sindical más iletrada de la historia del mundo desarrollado es la que siempre ha marcado la agenda educativa a todos los Gobiernos de España. Ahora al propio Méndez de Vigo y a esta Comisión del Pacto Educativo integrada por PP, PSOE y Ciudadanos, quienes han establecido el suspenso como un catalizador del estrés postraumático y han convertido al estudiante en un Jaimito de porcelana china. El Gran Pacto por la Educación es, en sí mimo, una cadena de montaje de huestes dependientes del Estado que no valdrán nada como individuo y que, por tanto, no tendrán más remedio que colectivizarse para imponerse coercitivamente a los competentes y mentalmente fuertes.

La educación se ha convertido en un machete del que defenderse. La infancia intelectual prolongada hasta el nicho. ¿Por qué hay chavales hablando de posverdad? Otros decimos “trolas”. Los que no tenemos pereza de reconocer cuando se nos miente. ¿Quién va a mantenerles señores diputados cuando la homogenización de la inutilidad sea total? ¿De verdad creen que es creíble arengar contra la precariedad laboral mientras establecen como derecho la precariedad mental? ¿Cómo va a sobrevivir Espinar cuando se quede en el paro en un mundo de competitividad y deje de cobrar 6.222,21 pavos? “¡Oh! ¡Qué vergüenza el paro juvenil! ¡Fabriquemos paletos desde primero de infantil.

¿Cómo iba a crear este Gobierno un sistema educativo tolerable si nunca ha sabido proteger la libertad de elección de los padres como única arma posible contra la ingeniería social en el ámbito educativo? A cambio nos regalan una Ley Trans para ayudar a nuestros hijos a descubrirse el rincón clitoriano, su identidad sexual y si tienen aficiones sadomasoquistas. Y el insulto a los que creemos tener el derecho a quejarnos. Un sistema educativo que convierte los vicios privados de los políticos en virtudes públicas y el hurto de nuestra cartera en rentas básicas. Un sistema que ampara el paletismo de los gobiernos periféricos pannacionalistas que esta semana preguntaban al PP jocosamente sobre un plan estratégico en caso de una puñetera apocalipsis zombi. «Personas que se suponen muertas y reanimadas por arte de brujería con el fin de dominar su voluntad. Atontadas”. El PP no sólo no dudaba que un grupo de «atontados» pudiera llegar a protagonizar una situación de apocalipsis, sino que la acaban de oficializar.