Estancamiento sincronizado
Ya lo advertía días atrás la flamante directora-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva: el 90% de la economía mundial se estanca de manera sincronizada, a diferencia de un par de años atrás cuando el 70% de la economía mundial crecía al unísono. La última previsión del FMI dada a conocer estos días dentro de sus periódicas perspectivas económicas apunta en esa línea de retroceso económico. La economía mundial se encalla en 2019 con un crecimiento esperado del 3% en su producto, con menos ritmo que en los tres años precedentes y, ¡ojalá así sea!, en 2020 podría resurgir creciendo al 3,4%, aunque visto lo visto los augurios para el próximo año, ahora mismo, no son los mejores.
Con todo, hay un síntoma algo más preocupante: la marcha de las economías avanzadas que están perdiendo ímpetu y esa tónica seguirá imperando en 2020. Crecer al 1,7% significa una caída en comparación con los ejercicios previos.
Por su parte, los mercados emergentes y las economías en desarrollo, que también aflojan en 2019, apuntan a unos pronósticos más favorables en 2020 que, de confirmarse, se traducirían en un bache temporal para el presente año y atisbos de recuperación en 2020, más o menos en consonancia con la tendencia de 2018.
El llamado estancamiento sincronizado responde a varias causas de sobras conocidas y concentradas en la ralentización de la industria y el comercio como consecuencia de las tensiones comerciales, la generalizada inestabilidad política, los mismos riesgos geopolíticos que se están dando por todo el orbe, incluyendo las economías avanzadas y los mercados emergentes, y las cada vez mayores y fundadas dudas acerca de la efectividad de los ingentes estímulos monetarios puestos en marcha por los grandes bancos centrales, con énfasis en la Reserva Federal, pese a haber intentado normalizar su política monetaria, y el Banco Central Europeo que tras un paréntesis vuelve a la carga a partir del 1 de noviembre inyectando 20.000 millones de euros mensuales en la Zona Euro y manteniendo los tipos de interés en mínimos históricos. Por más que se intente paliar la flojera económica con dinero y más dinero hay un aspecto preponderante: el comercio mundial solo crecerá en 2019 al 1,1% por debajo del aumento de la producción mundial, lo que confirma una tendencia clara hacia la desglobalización comercial, por las causas apuntadas, y con riesgos bajistas.
La pregunta, en ese entorno, es si el panorama económico puede empeorar aún más y abortar los esperanzadores preludios de mejora para 2020, porque 2019 definitivamente hay que considerarlo como un año perdido y de retroceso.
No somos alarmistas si decimos que podría agravarse el conflicto comercial entre Estados Unidos y sus principales socios: China y Europa, incluida la Zona Euro, porque la tregua es muy precaria. El contumaz Brexit puede provocar un caos tremendo. En Oriente Medio y Asia los riesgos geopolíticos, con y sin petróleo de por medio, se agravan. La fragilidad financiera gracias a políticas monetarias generosas, pero con una demanda agregada ineficiente y elevando los niveles de deuda corporativa a máximos podrían dar un susto… Somos vulnerables ante ciberataques y las consecuencias del cambio climático y el envejecimiento de la población se perciben con mayor intensidad.
Lo indudable es que las decisiones de Donald Trump ponen en jaque la armonía comercial que ha predominado en el mundo después de la segunda guerra mundial, evocando un equilibrio bilateral, fundamentalmente en Estados Unidos y China, hoy por hoy difícil de lograr. Además, el Brexit rompe la paz comercial europea y es el primer y fatídico paso para la fragmentación europea, quebrando otro anhelo de sacrosanta unidad tras la última gran contienda mundial. En Asia, las discrepancias entre Japón y Corea del Sur perjudican a dos grandes motores regionales y dan alas a una China cuya economía afloja y se halla en trance de evolución. Y, a todo eso, cabe agregar las imparables tendencias nacionalistas, con esos ramalazos proteccionistas y las ínfulas populistas. Mientras, la política fiscal, dada la debilidad de las cuentas públicas de muchos países avanzados, poco aporta y la financiación pública va en aumento, los déficits fiscales prosiguen con su maltrecha andadura… En fin, ¡qué no cunda el pánico!
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