Y encima se hacen los ofendidos
A Pablo Iglesias le ofende la verdad. Tan acostumbrado al eco de su propia vacuidad, detesta las informaciones que no le convienen. Por eso, tanto él como sus acólitos se revuelven enfurecidos cada vez que alguien les recuerda su génesis financiera: ese dinero que a manos llenas les enviaban dos de los peores regímenes que existen hoy en día en el planeta. Uno, la teocracia de Irán, cuyos jerarcas son expertos en lapidar a las adúlteras, colgar a los homosexuales y, en general, aplastar cualquier conato de humanidad y progreso. Otro, la dictadura bolivariana de Venezuela, donde hay más de 400 presos políticos y la prosperidad brilla por su ausencia en las casas, en las calles y en los supermercados. No le gustan esas noticias a Iglesias, ya que son hachazos de realidad contra su insoportable demagogia discursiva. Esa que trata de imponer en España desde 2014 y que, afortunadamente para el futuro de nuestro país, cada día se cree menos gente.
La realidad es tozuda y el dinero deja un rastro indeleble de lo que es cada uno, de cómo lo gana y de dónde procede. Pablo Iglesias es un político vestido con el traje impermeable del cinismo. Podemos asienta sus cimientos sobre dinero sin declarar, dinero teñido por la sangre de inocentes, dinero que lo ilegitima para representar a nadie. La última información que les ofrecemos en exclusiva es que su productora arañaba con recibís el 30% de los fondos que llegaban a Canal 33 procedentes de Irán. En total, 1.500 euros mensuales de los 5.000 que recibía esa emisora televisiva a cambio de dejar vía libre para que Hispan TV —donde nació realmente Podemos antes de apropiarse del 15M— emitiera una señal íntegra y sin cortes. Ya lo anunció el propietario del canal, Enrique Riobóo, en la comisión sobre la financiación de los partidos políticos: «Iglesias y Monedero tenían los bolsillos dopados de Irán y Venezuela para pagar su actividad política».
No obstante, cuando algún medio de comunicación libre —de los pocos que existen en España— osa informar sobre esas relaciones comerciales y financieras, los responsables de Podemos se hacen los ofendidos y, en vez de reconocer que cobraron de unos desalmados para así levantar su proyecto político, se dedican a tratar de matar al mensajero con insultos y amenazas. Pura libertad de prensa bolivariana. O sea, ninguna. ¿Qué culpa tienen los periodistas si Pablo Manuel Iglesias Turrión recibió 272.000 dólares en territorio offshore procedente de la dictadura de Maduro? ¿Qué podemos hacer si Chávez hinchó las cuentas de la fundación podemita CEPS con 6,7 millones de dólares? ¿Callamos? ¿Nos dedicamos a no informar? Por mucho que se empeñen los morados, el único fundamento de esta profesión es «buscar la verdad y contarla», que decía el maestro de periodistas Ben Bradlee. Nadie salvo Pablo Iglesias tiene la culpa de que sus socios de Teherán le pagaran hasta el móvil. La culpa no es de quien informa, sino de quien pone el cazo para que unos sátrapas se lo llenen de dinero convertido en ignominia.
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