El Eje del Odio

El Eje del Odio

Con el edificio de la confusión y el esperpento hemos topado. Pero también con el de la división y la provocación, con el del insulto y la calumnia, con el de la villanía y la mezquindad: es la construcción del odio levantada por separatistas y antisistema. Aquí nos hallamos. Nada sorprendente, por otra parte. Pero lo escandaloso es que la obra del odio la hayan rematado estos descerebrados sobre los cimientos de 16 muertos y más de 100 heridos. ¡Qué infamia!

Los españoles volvemos a mirarnos en el espejo desfigurado, avergonzados, estupefactos y atónitos ante el empuje feroz, sinvergüenza y cainita de quienes se han marcado como objetivo primordial destruir la indisoluble unidad de una nación por las buenas o por las malas. Lo hacen aquellos que dan lecciones de paz perpetua y de sensibilidad con las víctimas del terrorismo, mientras se hacen execrables fotos con Otegi. Lo hacen aquellos enfermos de veneno que rompen pancartas por estar escritas en castellano, vacíos de testosterona por otro lado para señalar a los asesinos y sus cómplices. Lo hacen aquellos que acusan al Gobierno de todos de allanar el camino a los encapuchados por racanear el gasto en seguridad, cuando ellos mismos se han fundido miles de millones en regar un jardín del separatismo hoy repleto de plantas carnívoras. Lo hacen aquellos que difunden panfletos acusando al Rey de ‘traficante de armas’ y ‘financiador de la yihad’, mientras reciben dinero incesantemente del régimen que más grupos criminales y más atentados ha promovido desde 1979: el Irán de los ayatolás. Son el Eje del Odio: antisistema arremolinados (pero no sólo) en torno a Podemos y la CUP, en comandita con independentistas más o menos aburguesados.

Ésas son sus tristes e inmorales prioridades. No poner toda la carne en el asador, sin tregua y sin desmayo, sin reservas y sin complejos, para aniquilar a quienes han comparecido en Cataluña como falsos soldados de Alá. Muy por el contrario, socavar la convivencia cívica, resquebrajar la comunión entre ciudadanos, mandar un país entero —no a sus enemigos salafistas— al desguace de la Historia. Se encuentran cómodos protagonizando un festival de indecencia, rindiendo tributo a la sinrazón, quemando todas cuantas banderas no sean las suyas: las que impulsan el rencor y siembran la cizaña.

Ciertamente los millones que creemos en la unidad de España encontramos cada día poderosas razones para defenderla. Y aún así, la que tenemos desde la bochornosa y humillante manifestación de Barcelona es demoledora. Hay una alianza del resentimiento, morada y negra, que no va a dejar de disparar con ataques por tierra, mar y aire, de forma pública y notoria, impune, deplorable, queriendo evidenciar la debilidad de nuestro Estado. Ante tanta falsedad y tanto veneno, la unidad de la inmensa mayoría de compatriotas debe transformarse en el rayo que parta en dos y súbitamente las aspiraciones inmundas y ruines de quienes desconocen, en su pequeñez, el poder que puede desencadenar algo tan elemental y tan intangible pero verdadero… como el patriotismo.

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