Los desvergonzados felones del PNV

PNV, Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ahora se la cogen con papel de fumar y los dos maketos que hoy mandan en esa congregación de fieles separatistas, abjuran del PP porque -literal- «¡cómo van a entenderse con un partido tan cercano a Vox!». O sea, nueva fechoría: estos conversos, Pradales en el Gobierno, y Esteban en el partido, son sucesores directos de aquellos, Urkullu y Ortúzar, que le pusieron públicamente los cuernos a Rajoy al que acababan de aprobar las Cuentas Públicas, y pasaron a engrosar esa nefasta coalición en la que el PNV convive, sin que ello le cause repulsión alguna, con un grupo de malnacidos, Bildu, que hasta hace muy poco tiempo, andaba matando por España entera.

Es decir: que rechazan a Vox porque es la ultraderecha declarada, pero sin embargo se acogen a los brazos del psicópata Sánchez en los que ya moran distinguidos militantes de una organización ciertamente asesina, ETA. Todo una mentira.

Para que el PNV siga pasando la mano por el lomo a Sánchez tienen que darse dos circunstancias: la primera, que le necesiten para continuar ocupando el sillón mollar de Ajuria Enea, para los que no lo sepan sede de la Presidencia del Gobierno Vasco. La segunda, que en las Cortes de la capital de España puedan arañar, o robar por mejor decir, al traidor jefe del Gobierno Nacional todo lo que sea menester.

Se están quedando con el santo y la limosna pero como me advierte un colega vascongado de toda la vida: «No se conforman con eso, lloriquean a diario, se hacen las víctimas como las mejores plañideras de este país».

Todavía los colaboradores de Rajoy recuerdan cómo el PNV del soriano (por parte de madre) Esteban ocultó sus intenciones de pasarse al enemigo durante ocho días, el tiempo que estuvo precisando Sánchez para armar su coalición de Jack el destripador. Solo al final, el orondo Ortúzar, muy a su pesar según nos confesó al Grupo Crónica, tuvo que llamar a Rajoy para comunicarle que se divorciaba porque no «nos queremos quedar solos».

El pobre Ortúzar -esta es la real historia- también se había quedado en pelotas en su propio partido porque el proetarra Eguibar, en Guipuzcoa, había dado la orden de «ahora o nunca», lo que era tanto como sentenciar que «vamos a declarar la guerra a los españolazos del PP». En medio estaba el lehendakari Urkullu, asesinando el saxofón como acostumbraba a hacer cada vez que un problema le rebasaba, o sea todos los días. Urkullu llevaba meses trinando porque el malvado Rajoy se había negado en rotundo a cederle las cárceles vascas y, en consecuencia, la posibilidad de sacar a todos los asesinos de la banda en la Navidad más próxima.

Esta fue la verdad de aquella pirueta que consagró una vez más la deslealtad del PNV en los momentos trascendentales de la Historia de España e incluso de su propio partido. Este partido que siempre se ha presentado como un ejército de valientes gudaris, no lo es en absoluto: en la guerra estuvo más de una vez (sino que se revisen las actuaciones del CIA Galindez) la tentación de pactar con el fascista Franco; luego se rindió a los italianos como damiselas de Algorta; más tarde se enceló en una descomunal pelea interna, sabinianos contra democristianos; un paso más adelante volvió a pelearse a galletazo limpio (yo estaba allí) en un Seminario, el de Artea (¿dónde si no?) y se partió en dos porque Garaicoechea les parecía, en palabras, del ex-jesuita Arzallus «un pijo de Pamplona». En los intermedios se dio en el morro una vez con la izquierda y otra con la derecha, se marchó del Partido Popular Europeo porque, atención: «Nosotros somos socialdemócratas», y llegó el momento por fin de alojarse en una coalición, la que había urdido Sánchez, en la que ya estaban sus presuntos enemigos territoriales, los etarras (¿qué es eso de proetarras?) de Bildu.

Curiosamente con éstos se están moliendo a palos en las tres provincias del Norte. Bildu les está madrugando la merienda porque ya ha convencido a sus convecinos de que, bueno, alguna vez pistolearon a inocentes, pero que ya están definitivamente blanqueados.

Por Sánchez y por el propio PNV, algunos de cuyos dirigentes, ¡qué decir del mastuerzo Eguibar! o de los alaveses han descubierto, gracias a sus apellidos euskaldunes de toda la vida (Santamaría, Arcas, Villanueva u Ortiz) que su papel trascendente en lo universal es formar parte de esa fantasamal Euskalerria que incluso deploraba el bizcaitarra Sabino Arana. Todo el mundo informado en el País Vasco le augura ahora al PNV de Esteban Bravo un porvenir tan negro como el de la Falange Auténtica. Puesto a ponerse radical, declara el electorado de la región: «Ya nos vamos directamente con Bildu que son furiosamente independentistas como nosotros».

Al tiempo todos estos de Bildu están en trance de perpetrar un desmán bárbaro: el alcalde de Pamplona, un oso de apellido de Asirón, tiene en mente nada menos que suprimir los toros, y sus correspondientes encierros, en San Fermín. No es una broma: ha dado el primer paso, en forma de encuesta, para ver si encuentra suficientes aplausos en los ciudadanos, pero como me transmite, un pamplonés más: «Estáte seguro de que, con encuesta o sin ella», lo hará.

Mientras el PNV a esperar al otoño para recoger setas (los Rolex ya los llevan en la muñeca) y estrujar el Presupuesto y las competencias de Sánchez para, con sus cinco votos, asegurarle su continuidad en la Moncloa al presidente más corrupto de la Historia no ya de España, sino de toda la Europa comunitaria.

El PNV es una sociedad de socorros mutuos y de intereses varios, perito además en felonías, al que su antiguo baranda, el citado Ortúzar, definió como una «chinchetilla» que pica donde más conviene. No es más que esto: ni posee ideología, ni tiene la menor intención de convocar a la revolución para hacer de Euskadi un estado independiente, eso sí, dentro de Europa porque «los extranjeros nos alimentan».

Se conforman con hurtarle la selección de pelota a la estúpida Federación hispana, y seguir aparcados en Madrid poniéndole a Sánchez en situación de contestar a preguntas tan comprometidas como ésta: «¿Qué pasa con el Puerto de Bermeo?». Aquí, en Madrid, el PNV es escandalosamente respetado por toda la izquierda nacional y sus medios, en la sabiduría de que son como el amigo tonto al que hay que hacer un sitio en el batzoki para que, de vez en vez, se beba un zurito. Ellos tan contentos y Sánchez también. Unos son unos granujas que maman de la ubre nacional y otro el que les concede diezmos y primicias como el Borgia más infecto. Y por medio el chisposo (de chispas) Santos Durán, un traidor a Navarra en toda regla.

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