Opinión

La debilidad de Putin

Esta primavera tenemos, en la figura perfecta de Putin, nuevo malísimo insuperable, ya saben ustedes que la realidad supera con creces la ficción… Porque no solo tenemos a Ucrania como un cable del que penden familias enteras, víctimas inocentes del villano, con sus mujeres, abuelitas y niños (y mascotas) llorando… Sino que, a raíz de los últimos movimientos del presidente de la Federación Rusa, han salido a colación otros tantos, aún más oscuros y perturbadores si cabe: envenenamientos con material radioactivo, homicidios como regalo de cumpleaños, con lacito y todo, ex camaradas acribillados, terrorismo, periodistas tiroteadas en portales, secuestros internacionales inevitables, intrigas electorales…

Nadie está a salvo, parece, de este machoalfa blancuzco y chaparro que impone su dominio, preeminencia (y sus ambiciones nacional-zaristas) por la fuerza y que podría permanecer por Ley como presidente hasta el 2036.

¿Y cómo llegó este rubito, de aspecto indiscutiblemente rusomorfo, de condición humilde a semejante megalomanía? Se preguntarán. Pero el relato tiene mucho sentido si atendemos a la pegajosa fuerza de los complejos, grandes propulsores de los deseos compensatorios de las mentes obstinadas.

Putin vive en un palacio de belleza y ostentación cegadoras, como un Versalles moderno, hecho a su medida, con gimnasios, cines, casinos y piscinas climatizadas, donde chapotea entre cisnes de hielo sujetando trocitos de frutas tropicales en el pico… Ya saben ustedes que el lujo máximo sólo puede ser ideado (y disfrutado) por un pobre. Para un pobre el lujo es Dios.

Ahora vean, si nos llevamos este narcisismo compensatorio al terreno de la virilidad, pasa lo mismo: hombre no demasiado alto ni corpulento, más bien pequeñito, que aprieta las manos violentamente cuando saluda, clavando sus pupilas hambrientas en el resto de los hombres, sobre todo en los más altos. Hombre no demasiado grande que se entrena durante años, que aprende judo y lucha rusa (sambo), pasea por la nieve siberiana a pecho descubierto y jamás sonríe (aunque hay que reconocer la transculturalidad aquí, pues los rusos, como todo el mundo sabe no son sevillanos) salvo a los caballos, que monta sin silla ni estribos, ni nada, agarrando las riendas con los dientes, supongo ¿no?.

Pero, pasemos a la alcoba: ¿se llevarían a Putin con ustedes a la cama? ¿La erótica del poder existe o quedó encapsulada para conmover las fantasías lúbricas de un perfil femenino sexualmente pasivo del siglo XX o anterior?<

Se ha hablado mucho de las mujeres y amantes (e hijos de Vladímir Vladimirovich) y de su hombría, o entereza, ¿o es vanidad?, bañándose en público a novecientos grados bajo cero sin pestañear o acariciando tigres. “Hasta los osos le respetan”, aseguraban desde su departamento de RRPP.

Y luego, es todo tan maravilloso-y espeluznante- que fue nombrado hace nada, reventando de Botox y hialurónico, el hombre más sexi de Rusia en una encuesta nacional publicada por The Moscow Times. ¿Qué opinan? ¿Es sexi Putin o aquí nos ha hecho como la abuelita inquisitiva de Downton Abbey, que ganaba siempre el concurso a la mejor rosa del pueblo bajo su inapelable tiranía?

Dicen los mentideros que la debilidad de este señor de severidad marveliana, de este Fu Manchú dorado, es el amor, ¡ay!

Las cosas del querer. No sé no sé… Puede que su frágil ego de adolescente quedara deslumbrado por la figura de James Bond o de Stirlitz, su equivalente soviético.

Diecisiete instantes de una primavera, qué título evocador, es el nombre de la serie con la que de muchacho contenía el aliento (como todos los chicos rusos) frente al televisor. La producción, no en vano, fue coordinada por Yuri Andropov, el director de la KGB entonces, para atraer reclutas jóvenes, como Putin.

Años más tarde, pero no a salvo de su mayor influencia, en el 91, admitió que había sido espía, la profesión más sugerente y glamurosa incluso, para los rusos. Lo divertido es que lo confesó en un documental con escenas intercaladas de su serie favorita, donde, él mismo -ssto es muy tierno- hacía las veces de Stirlitz, su alter ego, con la banda sonora de Diecisiete instantes de fondo.

Por supuesto, el actor Vyacheslav Tikhonov, quien interpretó a Stirlitz, fue condecorado por el propio Putin en persona.