Por el bien de España, que el PSOE vuelva pronto
Todos esperaban a Bruto. Y Bruto hizo acto de presencia. En Ferraz se ha vivido la semana más convulsa de cuantas se recuerdan en la historia reciente del PSOE. Desde hace meses, todas las noches son de cuchillos largos para una formación que parece tener poco de centenaria. Los traidores a la causa de Luena, el pretor que todo lo censa, piden sin cesar la cabeza del ‘César’ Sánchez, que se atrinchera en el búnker mientras llama a filas a los suyos blandiendo en mano los estatutos. De un lado Iceta, Chivite, Patxi López y Armengol; del otro Díaz, Vara y Bono. El duelo está servido.
Las dimisiones de hace unos días fueron tomadas para forzar una dimisión, la principal, la del hombre que dicen que está hundiendo un partido que en realidad empezó a fracturarse cuando Zapatero iniciaba su segundo mandato. Rubalcaba fue después el enterrador que echó las primeras paletadas de tierra encima. No culpen pues a Sánchez de enterrar al muerto. El partido llego semicadáver a sus manos. Sánchez no es responsable de su incapacidad como político. Es propio de la condición humana, de la naturaleza de todo político sin principios, alargar al máximo su fin. El problema de la política actual es que el líder de un partido debe rendir cuentas antes a un Comité Federal que al conjunto del país. Cuando eso sucede, el interés general pasa por mantener el control del cortijo. Hay muchos, no sólo Sánchez, que piensan que es mejor ser terrateniente de tus tierras que manijero del país. En el PSOE hace tiempo que hay demasiados capataces para tan pocos jornaleros. Aquí reside todo.
Porque España no es una empresa privada, aunque deba gestionarse en muchos casos como tal. Por tanto, los partidos políticos que reciben cuantiosa subvención pública no deberían serlo tampoco. Si quieren depender sólo de quien les nombra o mete en una lista, o de sus militantes o del comité al uso, que renuncien a cualquier subvención que salga del bolsillo del contribuyente y se alimenten únicamente de las cuotas privadas de quienes confían en un líder o proyecto. En tal caso, el mensaje de «el PSOE sólo debe rendir cuentas a sus militantes» tendría fundamento. Y, a todo esto, pocos quieren ver en Madrid a Susana Díaz, la audaz emperatriz que mueve por detrás los hilos, que apostó por Sánchez en contra de Madina y ahora promueve a Madina en contra de Sánchez. Unos porque la temen —tiene el magnetismo suficiente para seducir incluso a las piedras— y otros porque la odian. Ayer hizo un discurso de intenciones pero sin compromiso, evidenciando la pus de una herida que tiene difícil sutura. Con el partido moribundo y la carroña servida, todos buscan su parte de detritus. Hasta Podemos, que últimamente celebra con la boca pequeña lo que niega en tuit público, se frota las manos de cara a diciembre.
Me contaba Beatriz Talegón que al esperpento de fieles contra infieles se sumó un vecino —hay cachondos que sacan rédito de toda desgracia— que desde una terraza frente a la sede socialista puso el himno del PP a toda mecha. Últimamente, en Génova no dan abasto pidiendo ¡más palomitas, que es la guerra! Al final, Rajoy pasará a la historia por ser ese político que pierde cuando lo tiene todo para ganar y gana cuando lo tiene todo para perder. En España, hace tiempo que los presidentes de Gobierno lo son por incomparecencia. Por el bien del país, que el PSOE vuelva pronto.
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