El caso Negreira ha sacudido los cimientos del fútbol español, aunque desgraciadamente una parte importante del mismo no parece darse por aludido. Las revelaciones sobre los pagos millonarios del FC Barcelona al ex vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros no pueden quedar en la penumbra de la sospecha o en el limbo jurídico favorecido por un periodo de prescripción absurdamente reducido en lo que respecta a la Ley del Deporte.
El Real Madrid, como institución y como club que representa a millones de aficionados en todo el mundo, no puede adoptar una posición tibia. Debe ser firme y contundente como acusación particular en este proceso. No se trata solo de una cuestión deportiva, sino también patrimonial, ética e institucional.
El patrimonio del Real Madrid no se limita a sus títulos, jugadores o estadio; incluye, sobre todo, la credibilidad de que compite en un marco limpio, justo y sin manipulaciones. Un fútbol bajo sospecha es un un fútbol devaluado, que deja de ser creíble para el aficionado. Cada partido disputado en un entorno corrompido erosiona el prestigio acumulado durante décadas y, con él, el valor de la propia marca Real Madrid. Por tanto, preservar la integridad de la competición es también preservar el patrimonio de la entidad.
Florentino Pérez ha repetido en múltiples ocasiones que un Barcelona fuerte hace más fuerte al Real Madrid. Y es cierto: la grandeza del Clásico, la rivalidad histórica y la exigencia de enfrentarse a un rival poderoso han sido parte esencial del crecimiento de ambos clubes. Pero esa premisa solo tiene sentido si la fortaleza del Barcelona es legítima, fruto de su trabajo y no de prácticas corruptas o favores arbitrales. Si ese «Barcelona fuerte» ha estado contaminado por la sospecha de comprar influencia, entonces no solo no hace más fuerte al Real Madrid: lo debilita. Porque compite en desigualdad de condiciones, porque se falsea la historia de la competición y porque se mina la confianza de los aficionados.
Las consecuencia de Negreira
Y aquí entra en juego un aspecto clave: la afición. Los millones de seguidores madridistas en España y en el mundo necesitan comprobar que su club no mira hacia otro lado. El madridismo exige que el Real Madrid defienda sus derechos, que denuncie cualquier irregularidad y que lidere la defensa de un fútbol limpio, sean cuales sean las consecuencias o el coste económico en el corto plazo. La indiferencia, en este contexto, sería interpretada como una renuncia. Y un club que abandona la batalla por la justicia deportiva deja desprotegidos a sus socios y seguidores.
El caso Negreira es un antes y un después. No se trata de rivalidad, sino de principios. El Real Madrid no puede conformarse con esperar a que los tribunales actúen por sí solos: debe ser parte activa del proceso, ejerciendo como acusación y señalando que, pase lo que pase, no aceptará que la sombra de la corrupción manche la historia de la Liga española. El club debe evaluar el momento procesal idóneo para tratar de llegar hasta el final en este asunto. Y en caso de lograr una sentencia condenatoria, que el Barcelona tenga las consecuencias deportivas correspondientes.
La contundencia en este caso no es solo una obligación moral, sino también una inversión estratégica. Si el Real Madrid quiere seguir siendo referente mundial, debe asegurarse de que su grandeza nunca quede en entredicho por haber tolerado un entorno corrupto. Defender la limpieza del fútbol es defender el legado del club. Y ahora, más que nunca, el madridismo espera que su club esté a la altura.