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LA BUENA SOCIEDAD

Pelayo Cortina Koplowitz reconoce la belleza de Mallorca

Pelayo Cortina Koplowitz es el hijo menor de Alberto Cortina y Alicia Koplowitz y ostenta el título de conde de San Fernando de Peñalver. Aunque en la crónica de hoy ese dato es lo de menos, hay que tenerlo en cuenta pues ha crecido en un entorno donde los negocios, la tradición familiar y la visión empresarial han marcado su trayectoria desde muy joven.

El matrimonio de sus padres significo la unión de dos grandes familias capaces de amasar fortunas incalculables. Y escándalos que sacudieron sus cimientos empresariales más allá del simple cotilleo de revista. Heredero de ese legado, decidió fundar su propia vía de emprendimiento, Ilanga Capital, y su división Ilanga Hopitality, destinada a convertir oportunidades de inversión en proyectos de largo recorrido y activos singulares y sostenibles, también en el caso de la hostelería, donde fomenta el lujo turístico relajado ofreciendo vivencias únicas que seducen desde el inicio de la experiencia.

Son muy apreciados en la élite turística que tan bien conozco sus campings cuidadísimos de Portugal. Campings de lujo, pero campings al fin y al cabo que no engañan, seducen.

Pelayo reside fuera de España, aunque estudió Ingeniería en Madrid para continuar en México y Estados Unidos realizando másters en ambos países. Nunca se ha desligado de nuestro país, pero su libertad vital quizás se encuentre en otra parte.

Cuentan sus conocidos que desde niño Pelayo creció entre dos mundos aparentemente distintos pero complementarios, por un lado, el legado empresarial y financiero de su familia como hijo de Alberto Cortina y Alicia Koplowitz, y por otro, el respeto por la historia, el patrimonio y una sensibilidad hacia los espacios con carácter. Esa combinación fue moldeando su visión, no sólo como heredero o gestor, sino como alguien dispuesto a construir su propio camino, con un enfoque más personal, consciente y discreto.

Alicia Koplowitz, madre de Pelayo. GTRES

En su madre el ejemplo es claro ya que ha dedicado buena parte de su tiempo a restaurar y mantener las sinagogas que sobre todo en Toledo, según he podido comprobar, necesitan de una atención especial. Su padre también frecuenta el arte contemporáneo, a través de su esposa Elena Cué, articulista y experta capaz de llegar al alma de sus lectores a través de la obra de sus personajes.  Ojo, es una suposición mía porque, aunque conozco a los Cortina y se dé su sensibilidad artística, no puedo asegurar que hayan influido en el protagonista de las noticas económicas y sociales publicadas los últimos días.

A veces, quienes nacen entre apellidos ilustres cargan con un ruido de fondo que los acompaña siempre: expectativas, comparaciones, herencias que pesan más que cualquier fortuna. Pelayo Cortina Koplowitz lo sabe bien. Sin embargo, quienes han tratado con él dicen que nunca ha sido el tipo de persona que entra en un lugar para hacerlo suyo. Más bien lo contrario, suele quedarse quieto unos segundos, observando, dejando que el sitio hable primero. Es el que mira dos veces como las personas que parecen avanzar por la vida empujadas por la inercia de lo que se espera de ellas. Y luego está Pelayo Cortina Koplowitz, que tiene la peculiaridad, rara, en alguien de su mundo, de detenerse. De mirar dos veces. De no dar por hecho que el camino ya está trazado solo porque muchos antes lo recorrieron.

Los que lo conocen de cerca hablan de una serenidad que no es quietud, sino control. De una forma de pensar que no necesita alzar la voz para imponerse. Pelayo escucha más de lo que habla. Analiza antes de decidir. Se mueve con la delicadeza de quien sabe que en su entorno todo tiene consecuencias, pero que rehúsa vivir desde el miedo.

Elena Cué y Alberto Cortina. GTRES

Aun con un apellido que pesa, Pelayo prefiere que lo recuerden por lo que construye, no por lo que heredó o heredará. Tiene algo de introspectivo, de reservado, ese tipo de elegancia que no busca ocupar el centro, sino mantener el equilibrio. No seduce con gestos grandilocuentes, lo hace con calma, inteligencia y una sensibilidad que sorprende en un sector donde la velocidad suele comerse los matices. Y qué importantes son los matices cuando hablamos de lujo sostenible. Su relación con los proyectos que impulsa desde Ilanga Capital refleja esa personalidad pues nada en él responde al impulso del «más rápido, más grande, más visible».

Pelayo trabaja con una idea distinta del éxito. Para él, un proyecto es valioso si tiene alma, si dialoga con el lugar, si se sostiene en el tiempo sin violentar su esencia. Por eso elige con cuidado. Por eso rechaza más de lo que acepta. Por eso, cuando algo le encaja, se entrega con convicción silenciosa, casi religiosa.

Vista aérea del hotel Es Molí, en Deià (Mallorca).

Me cuentan que la compra, se habla de 50 millones de euros, aunque no lo he podido confirmar, del Hotel Es Molí, en Deià (Mallorca), no lo mostró como un inversor agresivo, sino como alguien que reconoce belleza donde otros solo ven rentabilidad. Donde algunos miran un hotel, él vio un refugio. Donde otros ven potencial de reposicionamiento, él vio una historia que merecía continuar contándose. Ése es Pelayo, un gestor que se mueve por intuiciones finas, por sensibilidad estética y  por un respeto profundo hacia lo auténtico.

Él no habla de Deià como un «activo» sino que se recrea en hablar del encanto del lugar, de la luz sobre los olivos cuando cae el sol, de la belleza de un paisaje que no necesita adornos estrafalarios ni jardines franceses que lo embellezcan artificialmente. En su forma de mirar el mundo, se adivina a un hombre que aprecia mucho, muchísimo la discreción, que se incomoda con el artificio y que encuentra en la naturaleza su lugar y su paz, la que necesita para seguir luchando por una idea romántica pero también productiva. Sin prisas, sin pelotazos de otras épocas, pero sin perder, a nadie nos gusta perder.

Su fuerza no está en la ostentación, sino en la coherencia. En la capacidad de avanzar sin ruido. En un sentido casi artesanal del trabajo bien hecho, que le viene menos de la obligación y más de la convicción. Pelayo no parece querer conquistar el mundo, parece querer hacerlo bien. Y eso en estos tiempos es una rareza. Sin embargo, los que conocen el gran mundo de hoy, es decir, las nuevas generaciones de empresarios que han vivido los negocios desde la cuna, apuestan sin dudarlo por ese sueño que les permita crecer sin que sus acciones les generen culpa. Crear sin destruir, ganar limpiamente.

Quizá por eso la gente se queda pensando en él después de conocerlo. En él, dicen, hay algo profundamente humano, profundamente presente, en su manera de estar, de ser y de creer. Pelayo no impulsa proyectos para cambiar quién es, los impulsa porque, de alguna forma, ya sabe él quien es. Un hombre que persigue un sueño muy bello.