‘Locus Operandi’ de Toni Albà, confesiones de un bufón fichado
Regresa al Teatre del Mar con su nuevo espectáculo donde no es el monologuista de toda la vida
Interpreta a un músico en aprietos ante el público por la demora en llegar la orquesta y el coro
El resultado es más que aceptable mientras Toni Albà exprime su gran talento
Toni Albà es un independentista simpático, de una fijación enfermiza con el Rey emérito, aunque por encima de todo está dotado de un elegante y demoledor sentido del humor. Por todo ello tiene la rara habilidad de caer bien, incluso a los que no son de su cuerda ni por asomo. Es mi caso. Lo último que nos ha acercado al Teatre del Mar ha sido L’ombra en 2024, y antes, cómo no, Audiència i-real, que por algo Juan Carlos I es su bestia negra. Esta vez ha regresado con Locus Operandi, una suerte de triple salto mortal pero con red, que por algo su popularidad le permite arriesgarse con garantías, y desde luego, Locus Operandi encierra determinados riesgos.
Riesgos escénicos, quiero decir. Porque esta vez se ha buscado la coartada de entretener al público –lo que siempre ha hecho-, sólo que ahora no es el monologuista de toda la vida, sino un músico que se encuentra en aprietos ante el público por la demora en llegar la orquesta y el coro, enfrentándose al reto de entretenerlo como sea y como pueda. Un cambio de registro que aprovecha para hacernos partícipes de las confesiones de un bufón fichado por la Justicia debido a denuncias desde las altas instancias del Estado.
El leitmotiv durante todo el espectáculo no deja de ser un guiño a la cautela obligada, en las reuniones clandestinas durante la dictadura. Hilarante, en este sentido, su permanente preocupación de que nadie le esté espiando, un elemento de la BPS tal vez, y además, condicionando su relato a los avisos del juez, de manera que su modus operandi aquí se transforma en la parodia de sí mismo, una suerte de locus operandi que permite ocultar identidades y siempre en complicidad con el espectador. De paso mata dos pájaros de un tiro, al dejar aflorar su afición por la ópera, aunque resultando tediosas sus constantes incursiones en sus habilidades de tenor. Algo que se le perdona rápido, porque en conjunto Locus Operandi es todo un acierto.
Magistrales y maravillosamente desternillantes sus imitaciones de Xavier Trías y Eduard Punset, no tanto la de Mariano Rajoy –pese a ponerlo en ridículo por sus propias declaraciones-, deliciosamente estrambótico es el discurso del Papa Ratzinger en la plaza de San Pedro y no podía faltar su fijación enfermiza con el Emérito convirtiendo Soy minero, la canción de Antonio Molina de gran popularidad en los años 50, en Soy putero, desde luego lo más flojo del espectáculo, que además canta sin gracia alguna. Lo mismo pasa, en todo caso, con su egocéntrica exhibición de tenor lírico.
El mérito de Locus Operandi es que tiene la virtud de imaginarnos en torno a una camilla, mientras el bufón nos hace partícipes de sus confidencias. El resultado es más que aceptable mientras Toni Albà exprime su gran talento.
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