El virus del hambre
Querido director:
Esto no tiene sentido.
Acabo de regresar de Estados Unidos para estar cerca de los míos en caso de necesidad.
Dicho lo cual.
No se puede cerrar un país. No se puede restringir la libertad de los ciudadanos. No por esto. ¿Qué haremos el día en que nos enfrentemos a una pandemia de verdad donde los muertos no se cuenten por decenas sino por millones? La verdadera pandemia está por llegar.
La economía tiene que funcionar. Todos tenemos que trabajar. Y tenerle menos apego a la vida. Hay pánico a la muerte. No queremos aceptar nuestra única certeza: el destino que a todos nos llega. Ésta es una sociedad de cobardes atrincherada detrás de la pantalla de un móvil.
Durante muchos años, tú lo sabes bien, vivimos sufriendo un virus letal que se llamaba ETA. Y no dejamos de hacer nuestras vidas. Podríamos haber recibido un tiro en la nuca cualquier día, como aquella mafia hizo con tantos de nuestros amigos. La sociedad estaba infectada a un extremo imposible de comprender para quienes no estuvieron en la primera línea. ETA (mis cálculos) mató a 1 .000 personas. Hoy hay 5.000 muertos por este virus en el planeta y cerramos fronteras, coartamos la libertad de los ciudadanos y destruimos en horas un patrimonio económico global que hemos conseguido a base de mucho esfuerzo y sacrificio. Esto sí es letal. El #quédate en casa traerá miseria. Diezmará la clase media. Los que menos tienen no tendrán nada. Una cantidad ingente de negocios familiares que viven del día a día desaparecerán… en días. Y a ellos las ayudas gubernamentales no les llegarán. No hay ayuda capaz de paliar esta pérdida. España ha perdido en una semana 1/4 de su riqueza. Interioricémoslo: 1/4 de la riqueza en una semana. ¿Quédate en casa? Y luego, después del aislamiento, cuando el virus vuelva a surgir, ¿qué hacemos? ¿Vuelta a empezar? ¿Cuando los italianos recuperen la libertad y el virus se les presente otra vez porque lo importen los millones de turistas que reciben cada año… otra vez a casa?
El bien común se llama progreso. Esto es lo que hemos de proteger. Y esto es lo que estamos destruyendo. Sanos entre las ruinas vamos a quedar.
Por encima de la ley positiva está la ley natural. Esta rige mi vida desde que la conocí en las aulas a los 20 años. Así que yo voy a seguir viajando. Voy a seguir ocupándome de mis asuntos y de las personas que empleo. Voy a seguir viendo a mis socios y colaboradores como acostumbro. He sufrido tres embolias desde 2008, tres cicatrices hermosas en mi pulmón derecho. Y no me voy a quedar en casa. Lo digan los Rodolfo Chikilicuatre de Moncloa. Lo diga Trump. Lo diga el Papa de Roma. La ley natural que protege y ampara nuestras libertades en última instancia está por encima de todo.
Quiero dejarle a mi hija Ulla de cuatro meses un mundo mejor. Y si te mueres en el intento porque tienes la mala suerte de toparte con un virus que mata a un porcentaje irrisorio de los que lo contraen, pues te vas libre y en paz. No voy a dejarle un futuro mejor a nuestra hija quedándome en casa si me siento bien.
Condenamos al comunismo pero nos aprovechamos de sus miserias. Embargamos Cuba pero permitimos a China fabricar el pan de cada día porque la mano de obra explotada y esclava allá no vale nada. ¡Cuánta hipocresía! El socialismo y el comunismo siembran odio y miseria. Y la miseria… virus. Tenemos la oportunidad de aprender de esta lección: industrializar de nuevo Europa donde para nuestra vergüenza no producimos un ratón de ordenador. Esta sociedad está histérica. Las redes sociales la están volviendo loca. Estoy solo en un hotel donde podría haber mil cuartos ocupados de gente trabajando.
Si estás bien, sal a la calle y haz vida laboral normal. Trabaja. Si hacemos una vida anormal la anormalidad se instalará entre nosotros en todos los órdenes.
Tengamos un poco más de valor. Menos miedo a la muerte. Aquí todos estamos de paso unos años.
Hay que huir de las redes. Trabajar más que nunca para empezar a recuperar mañana tanta riqueza perdida por culpa no del virus, sino de unos dirigentes vergonzantes.
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